El pasado domingo 11 de marzo se llevaron a cabo en Colombia las elecciones para Senado y Cámara de Representantes. De igual forma, se adelantaron dos consultas para la determinación del mismo número de candidatos presidenciales. Todo, en el marco de una creciente polarización en el electorado y de una gran incertidumbre sobre quién puede llegar a la presidencia en los próximos meses y su impacto en el modelo económico y político del país.

Ante los resultados, muchos de los que estaban preocupados por el posible ascenso de un Gobierno de izquierda radical están reclamando victoria. Y superficialmente tienen razón. Los votos en la consulta de los candidatos de derecha (6.130.300) casi que duplicó a los de la izquierda (3.526.136). De igual manera, Iván Duque, representante de la primera, obtuvo más de 4 millones de votos, mientras que Gustavo Petro, muy cercano al chavismo y radical de izquierda, llegó a un poco más de los 2.800.000.

Pero hasta ahí llegan los motivos de la celebración. En primer lugar, mientras que el electorado de derecha no se planteó sabotear la consulta de los líderes de la izquierda, hubo un llamado sistemático para que muchos de los electores de izquierda sí lo hicieran con la de la derecha. Así las cosas, no sabemos realmente cuántos votos son de cada corriente política. Podría pensarse que los votos de Duque son los del uribismo, pero quien asegure esto con un 100 % de certeza está mintiendo. Eso no lo podemos determinar.

En segundo lugar, sorprende el resultado de la consulta de izquierda. De un lado, a más de 3 millones de personas en el país (casi un 10 % de quienes están habilitados para votar) no parece importarles la gravedad de una aproximación política que no cuestiona algunos problemas de la sociedad, sino que considera que todo el modelo debe ser cambiado y reemplazado por uno basado en la acción estatal. Del otro, esta posición se hace a pesar de que el candidato Gustavo Petro no ha ocultado su apoyo a Hugo Chávez y a Nicolás Maduro, ni su posición ambivalente frente a la democracia. Esto, a pesar de que ha planteado que lo primero que hará, en caso de ser elegido, es llamar a una Asamblea Nacional Constituyente. Esto, a pesar de su desastrosa gestión cuando fue alcalde de Bogotá, en la que no solo no hizo mucho, sino que agravó varios de los problemas que ya tenía la ciudad y, como si fuera poco, todo lo hizo en un marco de polarización, estímulo de una inexistente lucha de clases y una confrontación constante con los enemigos de siempre: los empresarios, los “ricos”, los privilegiados, etc. De hecho, sorprende que el exalcalde ganó en Bogotá, con un poco más de 600.000 votos, lo que presenta más del 81 % del total de quienes participaron en la consulta respectiva.

Pero hay otros nubarrones
Los resultados de Senado y Cámara de Representantes muestran otras características que deberían, por lo menos, generar una reflexión. Primero, el clientelismo se mantiene. De otra manera, uno no se explica los resultados de partidos como el Liberal (que no es sino otro partido de izquierda, con una gran capacidad de compra de votos y de voto amarrado), Cambio Radical (cuyos candidatos representaron en estas elecciones la mayor proporción de personas cuestionadas que estaban persiguiendo una curul), o el partido de la U.

Este último es otro caso para observar. Ese partido (o, mejor, organización para conseguir votos) fue creado por el actual mandatario, Juan Manuel Santos, cuando aún era un patético áulico del entonces presidente Álvaro Uribe. Luego, como este último ya no tenía el poder, es grupito de cazadores de votos que apoyó a Santos. Por ello, los resultados del domingo, en los que la U pasó de tener 21 curules en el Senado a 14 y de 37 en Cámara a 25, se interpretan como un castigo al Gobierno de Santos. Y puede ser. No obstante, lo que debería sorprendernos es que una estructura sin ningún sustento ideológico ni plataforma política definida siga existiendo. Es más, que lo haga con 14 senadores y 25 representantes a la Cámara. Eso es mucho.

De igual manera, los resultados del Centro Democrático se muestran positivos en la Cámara, donde pasó de tener 19 curules a 32. No obstante, en el Senado parece que se quedó anclado con 19.

Por su parte, la izquierda está cosechando éxitos que, aunque no se vean hoy, pueden ser un problema en elecciones futuras. Primero, la lista de candidatos de Petro consiguió meterse en el legislativo con 4 senadores y 2 representantes. Por su parte, el Polo Democrático se mantuvo con 5 senadores y solo perdió un representante para quedar con 2 curules. Mientras tanto, la Alianza Verde, conjunto de políticos honestos, valientes y decididos, pero con claras preferencias de izquierda, lograron seducir a intelectuales y jóvenes para duplicar sus curules en Senado (de 5 a 10) y aumentar también su presencia en Cámara, de 6 pasó a 9.

Bogotá, la capital, y escenario electoral sin el cual no puede llegarse a la presidencia, tiene dos características. De un lado, es reflejo de la polarización: para Cámara, en primer lugar, obtiene la votación la derecha y en segundo y tercer lugar la izquierda. Del otro, mientras que la derecha alcanza un 20 % de las votaciones, entre los verdes y los decentes (la lista de Petro que tiene todo de todo menos de decencia) suman el 30 % del electorado.

Como si fuera poco, puede que la derecha haya ganado, pero eso tampoco es garantía de nada. Nunca lo ha sido, de mayor libertad, ni económica, ni mucho menos individual. No nos mintamos: el candidato Duque no es sino más Estado. Ahora bien, ante los dos males, es claro que es mejor el mal menor de una derecha que mantiene el statu quo a una izquierda que pretende acabar con todo, en busca de utopías que nunca se han realizado porque son imposibles de realizarse.

En resumen, los resultados de las elecciones en Colombia no son para dormirse en los laureles y congratularse por un supuesto triunfo.

Ahora, victoria es victoria, pero no se debe olvidar que faltan las presidenciales y que no todo se resuelve en unos pocos meses, sino que la defensa de la libertad, la mejora de instituciones que la favorezcan y que, por lo tanto, permitan la generación de riqueza y paz, se mantienen por siempre. Hay que estar vigilantes.

El triunfalismo es peligroso e indeseable. Necesitamos buenos resultados en estos cuatro años con el modelo vigente porque las frustraciones de muchos colombianos, el papel de muchos intelectuales y la posibilidad de votar de generaciones más jóvenes que están cegadas por los cantos de sirena de las utopías políticamente correctas pueden darnos una sorpresa, tal vez no este año, pero sí en cuatro u ocho.

Fuente: es.panampost.com