El Gobierno de Cambiemos tiene muchos problemas a la hora de seducir a todo el espacio electoral que le dio el voto para llevarlos al poder y terminar con la noche negra kirchnerista. Los más cercanos a una derecha de estilo conservadora tienen alergia por el empeño constante del macrismo de mostrarse de izquierda y progresista. Pero no tienen a quién más votar.

Los liberales nos indignamos con la propuesta demasiado gradual para abandonar el estatismo agobiante heredado del kirchnerismo. Comprendemos que la apuesta del endeudamiento para atravesar el proceso es un riesgo: no tiene antecedentes de haber funcionado antes y depende de variables inciertas como el financiamiento externo y la continuidad del Gobierno y de la oposición dividida por muchos años más. Para diciembre de 2015, Cambiemos, ante el enorme déficit fiscal, llegó a la conclusión de que no contaba con las espaldas políticas para un ajuste de shock y comenzó el lento y peligroso camino que propone tener los números de Chile casi dentro de medio siglo, pero evitando la compleja situación de cortar el gasto público como sería necesario.

A pesar de lo insatisfactorio que resulta la propuesta oficial, al ver que el kirchnerismo propone “guatepeor”, Guatemala es lo único que queda.

Pero la mayoría de la opinión pública, que no tiene un perfil ideológico determinado, también tiene sus inconvenientes a la hora de manifestar su apoyo al Gobierno de Macri. Las tarifas aumentan, la inflación retrocede cada vez menos y la economía no levanta. Pero cuando el argentino promedio mira a los críticos del oficialismo, se resigna al igual que los sectores más ideologizados. El Gobierno es consciente de esto y lo usa de forma incuestionable. Por el lado del kirchnerismo residual, pareciera que el objetivo a conseguir es hacernos a todos macristas.

El papelón que causó el papelito, valga la redundancia, ayer en el Congreso nacional, puso en evidencia el paupérrimo nivel político y humano del kirchnerismo residual. Como informó PanAm Post ayer, la diputada Gabriela Cerruti hizo un escándalo porque el ministro de Finanzas, Luis Caputo, le envió un papel escrito a mano que decía: “Mis hijas tienen 11 y 13 años. No seas tan mala”. La “informal” comunicación tuvo lugar después que la legisladora kirchnerista manifestara en los medios de comunicación que el ministro ponía empresas a nombre de sus hijas, lo que, dado la edad de estas, es imposible por ley.

Como si Argentina no tuviese problemas para discutir y solucionar, el “papelitogate” monopolizó todos los medios de comunicación durante el día de ayer, hasta el momento del fallo de la Corte Suprema de Brasil, que irrumpió para compartir el espacio en la televisión argentina con las imágenes de la diputada histérica que generó un vergonzoso escándalo en el Parlamento en una reunión oficial.

Al momento en que el kirchnerismo dejó el Gobierno, quedó en evidencia todo lo que los dineros públicos de un Poder Ejecutivo puede maquillar: la innegable realidad de un espacio político tan violento como delirante. Las escenas de kirchnerismo explícito del día de ayer parecieron diseñadas a mano por los asesores del macrismo, que jamás podrían idear una campaña tan efectiva como los shows que brinda de forma gratuita el espacio que responde a la expresidente Cristina Fernández.

La única forma para explicar el comportamiento patético del kirchnerismo residual sería elaborar una teoría que esté relacionada con un plan maestro del macrismo para engañarnos con un enemigo impresentable. Que los dirigentes kirchneristas estén brindando una actuación memorable para mantenernos en los brazos de Cambiemos. Pero lo cierto es que son personajes impresentables por motus propio, que nada de esto es un teatro, y también que seguiremos votando al oficialismo.

Mientras tanto, nos encomendamos a Dios para que esta estrategia económica mediocre que propone el presidente funcione y nos lleve, milagrosamente, a volver a ser lo que hace un siglo fuimos. No hay otra opción que no sea esta y la crítica constructiva para enderezar el rumbo, lamentablemente. De la misma manera que en un vuelo comercial es “chicken or pasta”, por ahora, el panorama político en el país es, como denominó Espert, “el modelito de morondanga” o la barbarie total de la página más negra de la democracia reciente argentina.

Fuente Panampost