Ayer, en una de las calles más transitadas de Toronto, en Canada, una furgoneta subió a la acera ocasionando la muerte a 10 personas y dejando 15 heridos. Las autoridades ya confirmaron que no fue un accidente, sin embargo, el Gobierno asegura que tampoco se trata de un atentado terrorista. Se refieren al hecho como un “acto deliberado”.

Este ataque coincide con la celebración en Toronto de la cumbre de ministros de Asuntos Exteriores del G7 que está tratando, entre otros temas, el combate al terrorismo y el extremismo yihadista.

Pero, además, el modus operandi coincide con el de ataques musulmanes con vehículos en grandes ciudades como Nueva York, Barcelona, Londres, Niza, París, Berlín y Estocolmo, donde radicales convirtieron carros en armas, atropellando fatalmente a cientos de peatones.

Por esto, y debido también a la información imprecisa dada en las primeras horas después del hecho, en diferentes medios se especuló sobre un posible atentado musulmán. Sin embargo, el primer ministro, Justin Trudeau ya ha asegurado en cadena nacional que todo apunta a que no hay relación alguna con terrorismo islamista.

Ahora bien, lo que queda claro con este lamentable hecho es que se equivocan quienes aseguran que prohibiendo el porte de armas de fuego se acabará la violencia. Cada que ocurre un atentado con arma de fuego se vuelve a poner sobre la mesa la supuesta necesidad de aumentar las prohibiciones. El ataque en Canadá demuestra que cuando se quiere hacer daño cualquier cosa puede ser utilizada como arma, las complejas regulaciones no detienen a los asesinos.

En la nota de hoy analizamos lo ocurrido en Canadá y hablamos de la inutilidad de las leyes que prohíben el porte de armas. Lo que hay detrás de los ataques masivos y las masacres no es un problema de falta de regulación, sino de salud mental.

Fuente: Panampost