La libertad en su concepto más crudo (y holístico) tiene escasos defensores; y son incluso más raras las ocasiones en las que éstos trascienden.

Si fueran los ciudadanos de América Latina y España consultados al respecto ¿a quién más podrían citar que no fuese a  Vargas Llosa o a Arturo Pérez-Reverte? La libertad, el más noble y esencial de los principios, no tiene su intelectual masivo; su Jean Paul Sartre, su Noam Chomsky.

El lector nutrido en el tema, familiarizado con autores que dedican bibliotecas enteras a la causa, podrá hacer referencia a decenas de nombres más, por supuesto; pero bien sabe, si es honesto, que muy pocos de ellos gozan de una necesaria popularidad extendida en los cinco continentes.

Para explicar la ausencia de paladines de la libertad es imperioso aclarar aspectos varios, que incluyen el concepto de libertad en sí y precisar, ante todo, qué es un intelectual y cuál es su tarea y razón de ser.

El diccionario de la Real Academia Española nos ofrece doce definiciones de libertad, siendo la primera “facultad que tiene el hombre para actuar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”. En las primeras cuatro, se subraya la ausencia de yugo, sujeción, subordinación y esclavitud.

De más está decir que las definiciones de diccionarios son bastante limitantes, particularmente cuando de abstractos se trata. No obstante, desde un punto de vista filosófico, el concepto se torna incluso más espinoso.

Ha de notarse, sin embargo, cómo la libertad nunca es dividida en subcategorías. La libertad es un todo, un principio holístico. Éste es un aspecto fundamental, puesto que una inmensa mayoría de los autodenominados intelectuales ponderan una “cara” de la libertad, arrancada conveniente y quirúrgicamente, y desprecian las otras “facetas”.

No se puede, al menos no desde el sentido común, abrazar la libertad de expresión y desestimar la libertad de circulación; de la misma manera que no es posible apoyar la libre determinación de los pueblos y desechar la libertad de mercado.

La libertad es una sola: o se la ama, o se es un tirano. Demonizar algunas libertades es repulsar a la libertad en sí, y en esto no existen medias tintas.

¿Qué es, por su parte, un intelectual? Al menos en el papel, hablamos de un individuo comprometido con el pensamiento crítico, la investigación y la reflexión. Después de tal definición, resulta incomprensible que tantos irracionales, tantos defensores de los regímenes más sangrientos, tantos panfleteros (y sí, entre ellos Sartre y Chomsky) se hayan colado en la historia como “intelectuales”.

El liberalismo no necesita un referente de renombre, necesita miles. La defensa de la libertad en tanto principio, valor y estado natural de los hombres debe ser —por mucho que pueda desagradar el término— popular. Para vencer a los populismos en boga, la libertad debe ser una creencia que las masas consideren razonable y atractiva.

El liberalismo sí cuenta con muchas “celebridades” que por momentos parecen tan enojadas con la vida que, aunque en lo cierto, pueden dar al público una idea incorrecta. Los vientos de libertad han de venir con mesura y aplomo si se pretende ser algo más sólido y fructífero que una “corriente”.

La libertad es lo opuesto al populismo, al fascismo, al colectivismo. La libertad es el bien común que nos une; y sus intelectuales (los futuros, los que se buscan) tendrán la responsabilidad de comunicarlo de esa manera: con elocuencia, seso y sensatez.

Fuente: Panampost