Los argentinos discutimos por River y Boca, entre radicales y peronistas, entre kirchneristas y antikirchneristas. No nos ponemos de acuerdo sobre si nos gusta o no el papa Francisco y hasta discutimos sobre Messi y Maradona. Pero si en algo estamos todos de acuerdo es en el orgullo de nuestros vinos y carnes. Inclusive los liberales, esquivos a cualquier colectivismo y nacionalismo, a la hora de hablar de estos dos productos, dejamos la racionalidad de lado. Todos nos ponemos la camiseta y extrañamos horrores al Malbec y el asado cuando viajamos a cualquier país más civilizado.

Las virtudes del vino local, sobre todo de provincias como Mendoza y San Juan, no solo son reconocidas por los argentinos. Personas de todo el planeta reconocen la calidad de la “bebida nacional” y en sus maletas, a la hora de volver a casa, dedican algún espacio para alguna botellita proveniente del fin del mundo.

Sin embargo, la existencia de un gran producto y la potencialidad de producción no necesariamente son sinónimos de éxito y presencia internacional. Las malas políticas económicas han perjudicado seriamente la potencialidad de un vino, que a pesar de tener todo para competir con los productos franceses o españoles, no logra una presencia destacada en las góndolas del mundo.

En la actualidad, el 80 % de la producción es absorbida por el mercado local. Solo el 20 % tiene destino internacional. Esto no se relaciona con que el público internacional elija otros productos. Los impuestos argentinos y las limitaciones comerciales del Mercosur a nivel global son los responsables de la ausencia de un vino que no puede competir.

Según un informe publicado por La Nación, la exportación de vino blanco cayó 9,1 % y la de tinto un 7 %. Francia, Italia y España son los primeros tres países y reúnen el 56 % de la facturación internacional. La muestra más clara de cómo las limitaciones están relacionadas con los marcos regulatorios es la presencia de Chile, como cuarto mayor exportador.

Mis preferencias siempre estuvieron relacionadas con productos europeos, principalmente de Francia y España, con regiones como La Rioja. Mis experiencias con otros vinos de otros sitios solían terminar en desilusiones. Mis visitas a Argentina cambiaron todo con el descubrimiento del Malbec. De ese momento me he convertido en un fan de los vinos argentinos.

Para el economista, “los impuestos y regulaciones han puesto a la industria local en una clara desventaja, lo que es una pena, ya que esas trabas al comercio pueden levantarse simplemente con un bolígrafo y un papel”.

“La presión impositiva pega de manera alarmante”

Mario Pulenta (Bodega Augusto Pulenta), le manifestó al PanAm Post en exclusiva que la presión impositiva que sufre el sector es “alarmante”. El empresario del sector advirtió que además de los impuestos y el aumento de los precios de energía, “la facturación incluye, además del consumo energético, una gran carga de impuestos provinciales y municipales”.

Para Pulenta, las autoridades no le prestan la debida atención a la contención social que genera el sector con los empleos que produce y que se ven perjudicados y amenazados ante cada incremento impositivo.

“Las barreras arancelarias son un problema y tenemos una enorme oportunidad en el mercado europeo que habría que aprovechar. El vino argentino tiene una calidad y diversidad destacable que propone una gama de todos los colores con una producción que abarca a casi todo el país”.

Entre los mejores del mundo, pero lejos de las góndolas

A la hora de analizar los datos, no hay dudas de que los vinos argentinos son dignos de competir en el mundo. El prestigioso ranking de James Suckling, uno de los sommeliers más importantes a nivel internacional, muestra que el año pasado, de los 100 mejores vinos del planeta, seis son argentinos. Inclusive hay cuatro de ellos en el top 30.

Pero para que estos y tantos otros estén a disposición del público en general, Argentina tiene que bajar sus impuestos y resolver el tema del Mercosur, que debe abrirse al mundo o disolverse, para que los países miembros puedan buscar mejores horizontes internacionales, tal como lo hizo Chile.

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