Donald Trump está produciendo un verdadero terremoto en la política internacional. Al sacar a los Estados Unidos del Acuerdo de París para el cambio climático ha roto el consenso que existía desde hace algunas décadas entre su país, Europa y buena parte del resto del mundo. Las reacciones han sido intensas y variadas. Muchos comentaristas afirman que ahora la gran potencia se está quedando sola y que ha perdido el liderazgo que ejercía en el plano internacional. Creo que, aunque esta afirmación tenga algo de cierta, debe matizarse y encuadrarse dentro de una visión mucho más amplia, que incluya el análisis de las ideologías dominantes en nuestra época.

El anterior presidente de EE. UU., Barack Obama, aparecía como liderando un consenso que tenía claros contornos ideológicos. Era, lo que podríamos definir, como la visión socialdemócrata del siglo XXI. Esta orientación política asignaba al Estado un papel central en la promoción del bienestar social, basada en amplias políticas sociales que requerían de impuestos cada vez mayores. Se favorecía la intervención profunda del Estado en la educación, imponiendo valores sobre el sexo, la reproducción, el ambiente y varios otros temas significativos; sistemas de salud también controlados por el gobierno y cada vez más abarcantes; pasividad ante el extremismo islámico al que se le toleraban actitudes que se prohibían a los demás; en fin, un conjunto de ideas que configuraban un nuevo estatismo y que llevaban a una erosión lenta, pero profunda, de las libertades individuales. Occidente, paso a paso, iba renunciando a sus valores y se negaba a defender su herencia cultural en lo que –tal vez con cierta exageración– algunos llamaban un suicidio, el suicidio de Occidente.

Con Trump, los Estados Unidos han abandonado este consenso y, con ello, el supuesto papel de liderazgo que tenían al respecto. Y digo que era supuesto porque la gran potencia no definía la agenda de las políticas y los cambios a efectuar sino que se sumaba, bastante pasivamente, a lo que ciertos grupos proponían. Trump, ahora, ha cortado los lazos de dependencia que tenía hacia ese falso liberalismo que nos impone lo que deben pensar nuestros hijos, la forma en que debemos cuidar nuestra salud y hasta lo que debemos comer o beber. Eso sí, y deseo que esto quede bien claro, no lo está haciendo enarbolando los valores de un auténtico liberalismo sino en función de una mezcla de ideas que incluye un peligroso nacionalismo y una forma renovada de populismo. De nada servirán los muros que propone el presidente de los Estados Unidos, pero hay que reconocer que ha tomado un camino positivo en cuanto a recusar el catastrofismo ambiental y proponer una drástica reducción de los impuestos.

El mundo, por todo esto, se estremece. Ya no hay un pensamiento único dominante sino una figura –el hombre más poderoso del mundo- que se aleja de esa suave pero peligrosa forma de socialismo que se nos trata de imponer. Los que luchamos por la libertad, en todos los planos, no nos debemos dejar arrastrar por la visceral reacción de quienes atacan a Trump desde la izquierda. No debemos, tampoco, apoyarlo sin reservas. Estamos en un momento de cambios y, por eso, es más importante que nunca definir con claridad nuestros ideales, nuestros valores y nuestras propuestas.

No queremos un Estado nodriza que invada nuestra esfera de libertad individual, que destruya nuestra privacidad y que nos diga cómo tenemos que vivir. Pero tampoco queremos un nacionalismo agresivo, claro está, que podría llevarnos a conflictos cada vez más intensos y generales. Pensamos que la libertad económica es fundamental, no solo para garantizar nuestro bienestar, sino para asegurar el disfrute de las otras libertades: por eso estamos contra la elevación de los aranceles que obstaculizan el comercio internacional, pero a favor de impuestos más reducidos, más simples, que favorezcan las inversiones que necesitamos. Inversiones que, entre otras cosas, son indispensables para procurar un ambiente más limpio y más sano.

Dejemos pues a Donald Trump con sus contradicciones, sin atacarlo como hace una izquierda que se ha hecho dominante en estas últimas décadas y que teme perder sus privilegios. Aceptemos que está quebrando ese conformismo ideológico que quiere construir un Estado todopoderoso y que –por eso- nos abre una ventana de oportunidad para sostener en alto los valores de la libertad y la autonomía del individuo.

FUENTE: PAN AM