La plaza de la Victoria de Bucarest, la explanada situada frente a la sede de gobierno, es un bosque de símbolos: carteles variados confeccionados en casa, utensilios de limpieza blandidos como amenaza, banderas de la Unión Europea, Estados Unidos, Canadá y Francia, alguna cruz ortodoxa y, sobre todo, banderas nacionales con un agujero en el centro.

También se ven banderas sin cortar y enseñas con el escudo monárquico en menor cantidad. Las de centro hueco hacen referencia a la revolución de 1989, cuando los manifestantes desafiaron a Ceaușescu saliendo a la calle con banderas a las que habían cortado el escudo de la República Socialista de Rumanía. Desde entonces, son un símbolo de libertad para la mayoría del pueblo rumano. Un símbolo aceptado por todo el mundo: a principios del mes de febrero se vieron en las dos concentraciones simultáneas, la que pedía la dimisión del primer ministro, Sorin Grindeanu, y la de los afines a Grindeanu, que exigían la renuncia del presidente de la república, Klaus Iohannis.

Rumanía, harta de corrupción, lleva dos semanas en la calle. La chispa ha sido el intento del partido socialdemócrata (PSD) de reformar el Código Penal para despenalizar los casos de corrupción. La reforma se dio a conocer la noche del 18 de enero.

El agravante de la nocturnidad hizo que mucha gente pasara de estar harta a estar cabreada. “Espero que los que están en el gobierno nos vean y se den cuenta de que estamos hartos de la corrupción. Desde la revolución, hace 27 años, este tipo de corrupción ha estado presente en Rumanía y ya nos cansamos”, dice Ioana, que lleva una pegatina en la solapa de su plumífero en la que pone #Rezist!. “Estamos cansados de este gobierno pero no sólo de este gobierno”, dice Vlad, que está a su lado, “hay corrupción en todos los partidos y simplemente queremos hacer que acabe”.