Hace seis años, el Gobierno anunció que iba a “blindar al país contra el cambio climático”.

Más de 310 vidas se llevó el desastre de Mocoa, capital de Putumayo, ocurrido el sábado 1.°. La avenida de tres ríos que convergen en la ciudad y que, tras varias horas de lluvia, cargaban lodo, troncos y piedras, arrasó con una treintena de barrios y, aparte de las víctimas fatales, generó miles de damnificados sin techo y sin los servicios más elementales. Culpar a la lluvia es cínico. Durante meses –y años– hubo advertencias –algunas muy detalladas– sobre el peligro que corrían los habitantes de estos barrios, pero ni las autoridades locales ni las nacionales las escucharon.

Tras los desastres invernales del 2010 y el 2011, el presidente Juan Manuel Santos creó el Fondo Adaptación, con la promesa de “blindar al país contra los efectos del cambio climático”, un objetivo urgente ya que el propio mandatario citó entonces estudios de expertos internacionales que incluyen a Colombia entre los cinco países más afectados por este desbarajuste, con temporadas de lluvia jamás vistas y largos períodos de sequía.

La tragedia de Mocoa indica que el tal blindaje se quedó en frase de cajón. Si ni siquiera está listo el fortalecimiento del dique en el sur del Atlántico, que la Niña de inicios de la década reventó, ¿qué se puede esperar de obras de reubicación preventiva de barrios enteros, como las que hacía falta adelantar en la capital de Putumayo? 

Este ha sido el gobierno de las frases de cajón. Y aunque por fortuna no todas han sido desmentidas por saldos fatales como el de Mocoa, es bueno recordarlas no para que la actual administración corrija –poco tiempo le queda–, sino para que sirva de lección a la que viene, en el sentido de evitar las oraciones grandilocuentes y concentrarse más bien en la gestión efectiva. 

¿Cuántas veces dijeron las autoridades que “Colombia está blindada” contra el frenazo del comercio mundial y la caída de los precios de los productos que exportamos? Lo dijeron, se lo creyeron, y nos clavaron una avalancha de impuestos que tiene ahogada a la economía y ha matado la generación de empleo. De paso, ha puesto en evidencia otra frase de cajón del Gobierno: “Tenemos el desempleo en un solo dígito”. Ese indicador ya lleva dos meses en dos dígitos (11,7 por ciento en enero y 10,5 por ciento en febrero). Justificaba el Gobierno el cacareado blindaje económico en que el país era capaz de alcanzar y sostener la meta de producir “un millón de barriles diarios de petróleo”. Pero esta frase también quedó en el cajón, pues hoy la cifra apenas supera los 800.000 barriles cada 24 horas. 

No pueden quedar fuera de la lista “las locomotoras”, que, según dictó el presidente Santos al inicio de su primer mandato, impulsarían el desarrollo de Colombia. Solo dos –infraestructura y vivienda– han caminado, aunque se verán afectadas este año por la estrechez fiscal y el pobre desempeño de la economía. Pero hay tres que en vez de veloces y potentes locomotoras, se movieron como lentos y débiles caracoles: la agricultura, la minería y la innovación científica y tecnológica. 

Y claro, no olvidemos la más reciente de esas frases de cajón, dicha y repetida por el Presidente en semanas recientes: “Ningún funcionario de mi gobierno ha sido acusado de recibir sobornos de Odebrecht”. El tráfico de influencias, movido por millones de dólares, para favorecer contratos de esa firma, llevó a la Fiscalía a anunciar las primeras imputaciones de cargos penales a funcionarios. Pero, tranquilos: la culpa, como sugiere el Presidente, es de los medios y los periodistas.

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Seguiré. Algunos opinadores pretenden, con ataques dirigidos a mí, que deje de analizar y opinar sobre el Gobierno y sobre algunos aspirantes a heredar el puesto del presidente Santos. Me resbalan sus bajezas. Seguiré diciendo lo que pienso, con entera libertad.

ElTiempo