Venezuela termina el año 2017 en un colapso económico, en una situación desesperada en lo social y desmoralizada en lo político. Todo prefigura un panorama para 2018 en el que los grandes perdedores van a ser sus ciudadanos: tanto los que decidan quedarse como los que puedan formar parte de la diáspora. La ruina de Venezuela ya es un problema para Latinoamérica.

Ese es el panorama macro de un país en el que, en lo económico, la inflación bordeará el 2.000 % este año y 5.000 % (algunas voces dicen que hasta 20.000 %) el año que viene.

Las únicas respuestas del Gobierno al desastre económico son, en este orden:

a) imprimir papelitos de colores;

b) culpar a la “guerra económica”, al “bloqueo imperialista” y al “saboteo” como culpables de todos sus males;

c) reprimir al sector privado, y en ataques de populismo a 100 grados de temperatura, y ya regalando lo que no es suyo, como el inventario de las tiendas de ropa o ya, en el paroxismo, el de las licorerías.

En lo social, la desnutrición, medida por Cáritas, llegará este año al 14,5 %, y la malnutrición al 68 % de la población infantil estudiada, en el borde de la crisis humanitaria, según se ha cansado de denunciar este organismo de la Iglesia católica, que ha pedido también, hasta quedarse sin voz, la apertura del canal humanitario para permitir el ingreso de alimentos y medicinas.

La respuesta del Gobierno: la Iglesia católica es agente del imperialismo, y la apertura de un canal humanitario vendría con unos marines. La verdad es que el Gobierno de Nicolás Maduro no puede permitirse un mecanismo de reparto que no controle, y llegamos al tercer elemento, que es el de la desmoralización.

Venezuela y decirlo duele es un país en el que buena parte de su población (algunos calculan que hasta el 41 %) vive de la dádiva estatal, de las cajas CLAP, uno de los mecanismos que han sido cruciales para el control político en los últimos dos procesos electorales.

La falaz, obscena, política de dádivas-chantaje, combinada con el llamado “Carnet de la Patria”, con la alambrada de púas institucional respaldada por una guardia pretoriana, y con la desmovilización del adversario político mediante el fraude continuado, la desmoralización y la división, garantizan al Gobierno “ganar” cualquier proceso de voto (llamarlo “elección” es hoy, sin duda, un exceso).

El coctel pareciera dar un país sumergido en las sombras por muchos años más, quizás para siempre. Maduro luce, como decimos los venezolanos, “esponjado”; vuelve a bailar salsa en público, en actitud, jaquetona, de desafío; como también es un desafío permanente las filípicas de los miércoles de Diosdado Cabello al país que aún no tienen sometido, y al que lanzan permanentemente al exilio.

El mensaje implícito de toda la dirigencia chavista es bolivariano en un sentido retorcido: “Huid del país donde uno solo ejerce todos los poderes, es un país de esclavos”, dijo el Libertador. Maduro, Cabello, Vladimir Padrino y hasta el último funcionario de la corporación adueñada del Estado venezolano nos lo dicen a diario. Con una sonrisa en los labios, además. Con sorna.

Es “por la paz”. La de los sepulcros, como afirmó una vez en la escalera de un avión otro de los venezolanos más ilustres, Arturo Uslar Pietri.

¿Está todo perdido?

La corporación precitada pareciera adueñarse del país. Quizás solo “pareciera”; endurece su posición interna coyunturalmente, pero externamente enfrenta coaliciones como las que en su momento lograron cambios políticos en Chile o Suráfrica. A lo interno, más de cuatro cosas las tiene sujetas con alfileres.

Maduro está limitado al “circuito turístico de las dictaduras”: Caracas-Argel-Estambul-Minsk-Moscú-La Habana-Managua. Es miembro pleno del club de dictadores, y no va una versta más allá. Internacionalmente, Maduro no puede vender un carro usado. Ese aislamiento solo se acrecentará en los próximos días, cuando, como es previsible, la Unión Europea comience a llenar su lista de sancionados.

Si las sanciones de Estados Unidos están teniendo impacto financiero, con las de la UE se convertirá prácticamente en un imposible la operación cotidiana del Estado venezolano. Todos los cuentadantes estarán inhabilitados en las mayores economías del mundo. Todos los traspasos de dinero sufrirán mil retrasos.

El panorama interno también empuja al cambio: es 24 de diciembre, la Navidad más triste y apagada que haya tenido Venezuela, y además marcada por protestas. No se puede engañar al estómago para siempre: en algún momento te das cuenta de que los papelitos de colores son eso y no dinero de verdad, y por eso la gente ha salido a protestar en plena Navidad, porque las cajas CLAP no llenan, o no nutren; porque el bono de 500.000 bolívares (USD $3,50) alcanzó para lo que alcanzan $3,50, para dos cartones de huevos; porque, además, y según se ha afirmado en todas las protestas, prometieron comida a cambio de participar en las elecciones municipales.

Es tan perverso como suena. Quien aún no llega a la situación de desesperación en la que está buena parte de nuestros conciudadanos, no puede juzgar la participación de esa Venezuela en estado de necesidad en ese juego perverso.

Ese “aún no llega” no lo salva, no obstante, sigue (sobre)viviendo en esa posguerra que es hoy Venezuela, una calamidad, una carencia que para el 90 % de los ciudadanos se prolonga desde el amanecer hasta llegar a casa en la noche. Lanzo la cifra al voleo sin temor a equivocarme: el otro 10 % es la nomenklatura. Para caer en estado de desesperación, basta con necesitar una medicina con urgencia.

El año que viene, cada día para el Gobierno será un rosario de protestas, un drama, un éxodo. Y eso rompe muchos apoyos, retira muchas lealtades, y se convierte en una enorme presión. No tanta, por supuesto, como la que sentiremos los atormentados venezolanos, que viviremos un 2017 con esteroides. Las encuestas, a las que se les puede creer más en este país que al CNE (antes que el Gobierno las compre o las declare ilegales), señalan que un sólido 80 % de la población sigue queriendo la salida de Maduro.

El chavismo está lejos de ser monolítico, y el caso de Rafael Ramírez lo demuestra. Maduro ha llegado a la pared del socialismo, pero pretende derribarla usando nuestras cabezas como arietes. Sin embargo, como el enemigo del socialismo no es el capitalismo sino la realidad, en algún momento tendrá que enfrentarla.

La alternativa indispensable

Si todavía no se ha mencionado la oposición en este artículo es porque en este momento no tiene peso. Hay sentimiento opositor, pero el movimiento político al que ese sentimiento sostenía está picado en al menos tres toletes. Las mismas encuestas que ponen a Maduro a caldo señalan que el 85 % de la población rechaza a la MUD.

Esa población acogería como agua de mayo una candidatura outsider, pero probablemente la de Lorenzo Mendoza, quien no tiene ninguna intención de participar, sería destrozada con un auto de detención de Maduro antes de que los afiches terminaran de imprimirse. Hoy no hay en el radar un outsider no atacable por Maduro. Al régimen tampoco le tiembla el pulso para inventar expedientes.

Sería un enorme logro para la MUD, en su final, o su reconversión, lograr condiciones para unas elecciones con mediana transparencia y sin inhabilitados. Esto permitiría participar, como mínimo, a Henrique Capriles, lo cual se convertiría en un desafío de peso para Maduro.

El Gobierno tiene motivos para negociar. Todos los que citamos más arriba. Podría estar apostando, incluso, a un cambio gatopardiano, donde entregara temporalmente el Gobierno, pero conservara el poder vía las instituciones y el Ejército. Ojalá la oposición no atienda una proposición como esa.

Lo que logre la oposición, sin embargo, será indiferente a la comunidad internacional, que se maneja con su propia agenda y pensando, fundamentalmente, en desmontar una crisis humanitaria de grandes proporciones en el corazón de América.

Las sanciones arreciarán independientemente de lo que Maduro acuerde con la oposición y la comunidad internacional, porque esta no confía en el Gobierno venezolano. Esta vez observará el proceso mientras le tuerce el brazo a los capitales mal habidos, familia y amigos de la nomenklatura. Se afirma que parte del chavismo está ganado a negociar una salvación sin retaliaciones y que ese es, incluso, uno de sus objetivos fundamentales en este momento.

Cualquiera que sea el desenlace de esto, parece muy evidente que una “relegitimación” del chavismo por vía electoral destruiría a Venezuela para todo el siglo XXI. Porque mientras Venezuela retrocedía a toda velocidad, en el mundo hubo una revolución tecnológica.

Evitar la disolución definitiva de la república no está en las manos de los venezolanos sin apoyo internacional. El voto no es una herramienta en este momento. Unas elecciones creíbles y con plazos pueden desmontar la tragedia venezolana.

Pero dentro del chavismo, que se juega a Rosalinda, también se cuecen habas. Como dice el refrán inglés, “no hay honor entre ladrones”. Sobre todo, cuando están identificados y la policía toca sus puertas.

PANAMPOST