Por: Guillermo Rodríguez González
Tsipras, Iglesias y Mélenchon iniciaron una mal disfrazada campaña en defensa del estalinismo con un ataque feroz a la principal conmemoración europea de las víctimas de los totalitarismos nacionalsocialista y soviético. Es una guerra por la memoria histórica. Asunto vital para quienes dependen de sutiles mecanismos de desinformación, propaganda y censura social en sociedades democráticas. Efectivos pero frágiles en ausencia de un Estado totalitario. Dependen en última instancia de la aceptación social de mitos y doble moral. De modelar el consenso general a su imagen y semejanza para llegar democráticamente al totalitarismo. Deben lograr que prevalezca la envidia como axioma moral y mitos de la propaganda soviética como memoria histórica. Objetivos difíciles, no imposibles.
El viejo estalinismo, el más legítimo y coherente de los leninismos, siempre que requirió disfraz se revistió de frente popular. Ocultando fines totalitarios y medios criminales tras filas de tontos útiles desechables. No es novedad que el neo-comunismo que emerge del colapso soviético –del que todavía no logra recuperarse emocionalmente– reapareciera con una versión contemporánea del viejo disfraz. Funcionó entonces y todavía funciona. Disfraz de izquierda democrática, indignada, posmoderna, con discurso de género y fantasías de renta universal. Jugando electoralmente a la demagogia populista sin abandonar su teoría, la práctica de la violencia revolucionaria. Amparados en un reblandecido entorno cultural, en gran parte producto de sus propios esfuerzos dispersos y espontáneos de desinformación y propaganda. Para defender su disfraz se vieron forzados a revelar mucho de lo oculto tras la máscara.
Para mantener la hipócrita bandera del antifascismo que han adoptado como estandarte necesitan sustituir la historia del nacionalsocialismo alemán, el fascismo italiano y el socialismo soviético por mitos. Imventar un pasado inexistente para soportar afirmaciones ideológicas actuales no es algo extraño al nacionalsocialismo, o al marxismo. Y su mitología exige desaparecer de la memoria a millones de víctimas inocentes del totalitarismo soviético. Así como seleccionar, de acuerdo a su agenda política actual, que víctimas del nacionalsocialismo y el fascismo recordar, y cuáles no. Y es de admitir que han adelantado mucho en las últimas décadas. Encuestas en varios países occidentales desarrollados muestran como la mayoría de los jóvenes universitarios creen que el número de víctimas del nacionalsocialismo alemán habría sido mayor que las del socialismo soviético. Buena parte de ellos desconoce completamente los crímenes del comunismo, pero tiene un idea aproximada de la magnitud de los del nacionalsocialismo.
Los líderes comunistas como Pablo Iglesias o Jean-Luc Mélenchon conocen perfectamente la magnitud de los crimines soviéticos que se empeñan hoy en ocultar y relativizar. Esperando eventualmente poder negarlos de manera plausible. No les molestan en lo más mínimo. Los comparten moralmente y los cometerían felices y convencidos de tener el poder necesario. Pero son muy pocos entre sus seguidores los que comparten ese grado de fanatismo. La abrumadora mayoría no son verdaderos creyentes, sino simples tontos útiles. Si cayera la venda de sus ojos, tendrían que decidir entre asumir como propia y como buena la criminal inmoralidad del socialismo que defienden. O abandonarlo, e incluso combatirlo.
De ahí la violenta reacción filo-estalinista ofendida con que que el gobierno griego y el bloque neocomunista de partidos como Podemos, Izquierda Unida, ANOVA, EH Bildu, Francia Insumisa, Die linke y Syriza en Parlamento Europeo bloqueaban y atacaban la conferencia cumbre de Tallin realizada el pasado 23 de Agosto en Estonia, el Día Europeo de la Conmemoración de las Víctimas del Estalinismo y el Nazismo. La iniciativa del gobierno de Estonia –al que corresponde la presidencia rotativa de la UE– honrando a las víctimas de dos de los mayores totalitarismos que ha sufrido Europa en una cumbre Europea, indignó a quienes desean asesinar la memoria de los 100 millones de víctimas del comunismo en el siglo XX. No soportan que año a año se recuerde que la alianza entre el nacionalsocialismo alemán y el socialismo soviético “el Pacto Molotov-Ribbentrop de 23 de agosto de 1939 entre la Unión Soviética y Alemania dividió Europa en dos esferas de intereses mediante protocolos secretos adicionales (…) que las deportaciones, los asesinatos y la esclavización de masa perpetrados en el contexto de los actos de agresión del estalinismo y el nazismo entran en la categoría de crímenes de guerra y contra la humanidad.” Y es lógico. La cooperación entre aquellos totalitarismos fue tan natural, mientras duró su alianza, que discursos antifascistas y anticomunistas, previos y posteriores, de ambas partes se revelaron como la farsa tras la que ocultaban su equivalencia moral.
En su propio interés, exageran el resurgimiento contemporáneo de nacionalismos con programa socialista totalitario más o menos inspirados en el fascismo italiano o el nacionalsocialismo alemán. El fenómeno es real y peligroso. Pero es una pequeña parte de la muy diversa e inevitable reacción al fracaso del consenso entre la socialdemocracia europea y el progresismo estadounidense, de la que el resurgimiento marxista también sacó su tajada. Medios izquierdistas sobredimensionan a pequeños grupos neonazis o supremacistas blancos en la turbulencia. Y complacen a su clientela. Pero el nacionalismo autoritario con fuertes dosis de intervencionismo económico y profundo desprecio por el comercio y el mercado es más viejo. Tiene raíces previas a cualquier forma de socialismo nacionalista desde las cuales resurgir en casi cualquier parte del mundo.
Los marxistas necesitan mitificar al “fascismo” para justificarse. Adueñados del antifascismo; de fascista acusarán a quien los cuestione. En mitificar enemigos los nacionalsocialistas alemanes del siglo pasado fueron maestros. En realidad: El marxismo es una fe totalitaria que hunde sus raíces en mitos de grandes herejías comunistas cristianas medievales y renacentistas. El nacionalsocialismo fue una variante del socialismo revolucionario que se soportó en mitos nacional-religiosos neopaganos germanos en cuya investigación académica destaca Nicholas Goodrick-Clarke. El fascismo fue otra variante nacionalista del socialismo revolucionario que desarrolló Mussolini para justificar su totalitarismo en una popular visión legendaria de la historia italiana. No había diferencia moral entre unos y otros en el pasado. Como no hay diferencia moral entre sus descendientes ideológicos contemporáneos.
Fuente: es.panampost.com
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