Destrucción creativa: solo 50 empresas estadounidenses llevan medio siglo en la cima (IC)

Aunque el sociólogo teutón Werner Sombart fue el primero que habló de destrucción creativa, el término fue popularizado por el economista austriaco Joseph Schumpeter, cuyo libro Capitalismo, socialismo y democracia generó gran controversia después de su publicación en la primera mitad de la década de 1940.

Hablar de destrucción creativa es describir lo que Schumpeter llamaba el “hecho esencial del capitalismo”. El protagonista del mismo es el empresario innovador, cuyas acciones desplazan fórmulas obsoletas e introducen novedades productivas caracterizadas por su superioridad tecnológica y su mayor eficiencia.

Si nos fijamos en la Lista Fortune 500, elaborada por la prestigiosa revista de negocios estadounidense, vemos que solo medio centenar de las compañías más grandes del mercado figuraban en este ranking cuando se publicó por primera vez, en 1955. De modo que el 90% de las grandes casas empresariales estadounidenses han desaparecido de la clasificación a lo largo de las últimas décadas.

Fuente: Mark J. Perry / American Enterprise Institute / Fortune 500.

 

La intensa destrucción creativa de EEUU

 

Obviamente, hay gigantes que siguen teniendo mucha fuerza y no han sido desplazados por la entrada de nuevos competidores. Es el caso de Avon, Boeing, Chevron, Coca Cola, General Electric, General Motors, IBM, Johnson and Johnson, Kellogg, Kraft-Heinz Foods, Procter & Gamble… Pero, por cada empresa que sigue figurando en la lista de la revista, hay nueve que han desaparecido del índice.

Ese pulso competitivo es vital para la consolidación de una economía de mercado innovadora y moderna, capaz de renovarse a sí misma a base de premiar aquellos proyectos empresariales que logran abrirse paso a base de ofrecer bienes y servicios de más calidad y mejor precio. No hay sistema económico más democrático que ese.

Desde la raíz, el modelo de laissez faire premia a los innovadores que entienden mejor las necesidades de la sociedad. Precisamente por eso es importante favorecer la destrucción creativa: una economía rígida es sinónimo de ajustes bruscos, mientras que una economía flexible aprovecha al máximo las mejoras productivas.

No todos los países experimentan el mismo grado de destrucción creativa. Antes hemos descrito la situación de Estados Unidos, que figura de forma recurrente entre las economías más liberales del globo. El caso opuesto es el de Francia, que arroja un grado mucho menor de apertura al capitalismo. Si tomamos las 150 empresas más grandes del país norteamericano y la república gala, vemos que la edad media de las primeras es casi un 50% menor que la de las segundas. Esa brecha se ha disparado en las veinte últimas décadas: a finales del siglo XX, era de apenas un 25%.

De modo que la libertad económica va mano a mano con la destrucción creativa. Por tanto, si queremos un tejido productivo vibrante y dinámico, capaz de adaptarse y mejorarse a sí mismo, entonces debemos cuidar con especial celo el grado de flexibilidad que impera en los sectores productivos, para asegurar que favorecemos la tarea de los emprendedores, en beneficio de la sociedad en su conjunto.

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