
Seguramente en Chile hay mucho por hacer para lograr un modelo de sociedad en la cual la mayoría se sienta satisfecha de vivir. Esto implica que ciertamente hay prioridades y se debe resolver aquello que es urgente. La típica pirámide entre lo que es importante pero puede esperar y lo que no puede esperar por lo tanto ha de hacerse con inmediatez.
De ahí que las promesas de campaña sepan alinearse con las urgencias de las personas y al generarse esa conexión tan mágica, el resultado esperable es la victoria.
Por supuesto, en pleno siglo XXI, es de esperarse que un gobierno esté preparado no solo para hacer frente a las urgencias y vivir bajo la agenda de lo inmediato, sino que tenga una visión de país en la que pueda trabajar con pequeños gestos y contundentes pasos que guíen hacia el ideal. Sí, puede que no parezcan urgencias, pero la libertad se conquista a veces desde los detalles.
Hasta el palacio de gobierno llegaron durante la tarde del lunes, los diputados oficialistas de Renovación Nacional, Sebastián Torrealba, Karin Luck y Francisco Eguiguren, para presentarle al ministro de Interior, Andrés Chadwick, una batería de proyectos de ley contra las llamadas incivilidades. En concreto, los parlamentarios buscan aumentar las multas a quienes hagan rayados en los muros, dañando monumentos y a quienes sean sorprendidos consumiendo drogas u orinando en la vía pública.
Parte de la propuesta invitaría a la población a denunciar dichos actos y lo recaudado por las correspondientes multas, pudiera ir directamente a las arcas municipales con el fin de mantener limpia la comuna.
Detalles y pequeñeces que solo demuestran la superficialidad de los legisladores de centroderecha, dicen los adalides del socialismo quienes señalan entre las prioridades del país, el pago de bonos e indemnizaciones a exonerados políticos, muchos de ellos cuestionados como falsos, pero en fin, para estos legisladores, estas sí serían prioridades y no detalles estéticos que sugieren los congresistas oficialistas.
¿Será que la lucha contra las “incivilidades” no solo no es una prioridad, sino que es un desperdicio de tiempo legislativo con fines liberticidas? Al menos así lo plantea la hoy oposición izquierdista, que ve en las posibles restricciones una barrera contra la libertad de expresión ciudadana.
En primer lugar, sería bueno recordar a aquellos a quienes les parece que solo por enfocarse en lo estético, una política en particular es superficial o poco importante para el desarrollo de la libertad, que esta última no consiste en hacer sin restricción alguna lo que quiero, sino que aquello que quiero, pueda ser realizado en un contexto de armonía social donde se respete la similar libertad de terceros.
El grafiti es un medio de comunicación visual utilizado tanto por artistas como por vándalos que desean dejar en claro quiénes son los objetos de sus odios y afectos. La propiedad pública, que no hay que olvidar que es tal porque es de todos, no solo del Estado, tiene la cualidad de ofrecernos una cierta neutralidad en la que armoniosamente podemos coexistir.
Implica respetar el formato original de aquellas obras que van añadiéndose a la colección artística al aire libre que nos ofrece el avance hacia la modernidad. Lógicamente no siempre dejará a todos contentos para empezar, pero mientras se respeten las formas establecidas para aplicar dichos cambios, las personas aprenden a adaptarse.
No olvidemos que hasta la torre Eiffel tuvo opositores que la veían como un aberrante monstruo de metal, salido de vulgares y burdas fábricas de la era industrial y amenazaba con opacar el estilo y el sentido clásico de obras como el arco del triunfo o la catedral de Notre Damme.
Los cambios han de ocurrir porque la gente cambia y estas modificaciones tienen sus conductos regulares para generarse. El grafiti, tiende a salirse de ese esquema de cambio razonable no solo porque no respeta los conductos regulares para existir, sino porque el acto mismo de rayar algo que no te pertenece exclusivamente denota un desprecio por la democracia, por el prójimo y por su libertad de no participar visualmente de lo que quieres expresar.
La libertad de expresión es tal porque permite que se diga lo que se desea decir en un contexto y en un espacio donde otro no sea obligado a oír. Por eso existen revistas, radios, canales y periódicos con distintas líneas editoriales casi que para todos los gustos, porque tanto el emisor como el receptor son libres de elegir el contenido que desean incorporar a sus vidas.
Rayar la vía pública, simplemente es mirar con desdén esa libertad del prójimo de decidir por sí mismo si quiere o no participar de tu sentir. Es despreciar el orden social que permite que nos desenvolvamos con la confianza de que no seremos coartados por terceros en contra de nuestra voluntad.
Los conductos regulares existen precisamente para que estos puedan ser revisados por la ciudadanía en caso de haber un proyecto que no los represente y genere molestia o inconveniencia. Hay registros en Chile y otros países en que la sociedad civil ha cuestionado proyectos que por la época o por el motivo oportuno, no fueron bien vistos y su proceso fue detenido. Si el cambio es bueno y beneficioso, a su tiempo llegará y por los medios correspondientes.
Todas las acciones sancionadas por el futuro proyecto que presentan los legisladores, representan un compromiso con ese orden social, con esa libertad que permite que respetando a los demás, en procesos limpios y transparentes, la ciudad experimente cambios funcionales y estéticos que le sirvan a la gran mayoría y que permitan un desarrollo normal de actividades. Es cuidar el espacio de todos y respetar verdaderamente los pilares de una república saludable tales como la propiedad privada, la vida y la libertad.
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