Fiestas patrias a la vista, pero sin memoria: Chile (M)

En Chile se celebrará la más vistosa y multitudinaria fiesta nacional del año. Pocas otras celebraciones siquiera se le acercan a lo que conocemos como las “fiestas patrias” con fecha en septiembre.

Si encuestáramos a la mayoría de los jóvenes, probablemente millenials sobre el origen de la celebración, la mayoría contestaría que se trata de la celebración de la independencia de Chile de la madre patria, España y seguramente pocos acertarían en cuanto a la verdadera razón para celebrar.

Se trata de la primera junta de gobierno del 18 de septiembre de 1810, encabezada por don Mateo de Toro y Zambrano, un octogenario de origen criollo, cuya figura conciliadora sirvió para darle una cara visible al primer acto de autonomía administrativa de los Chilenos en tiempos coloniales.  La declaración de independencia en realidad se firmó en febrero de 1818 después de años de conflicto.

La fiesta más pomposa y participativa del país, aquella que une y da vida al jolgorio y estridente alegría con aires de orgullo patrio, es quizás una de las peores comprendidas. La celebración del atrevimiento a ser autónomos tiene una connotación tan potente y libertaria que seguramente no encajaría con los cánones de hoy.

En esto me atrevo a decir que si la generación predominante de hoy, con sus valores y comprensión de la realidad, fuera la que hubiese vivido a comienzos del siglo XIX en ese chile colonial, quizás seguiríamos siendo colonia de España.

La mayoría cree que el deseo del autogobierno, de la toma de decisiones locales y el desarrollo de una sociedad al margen de los estándares europeos gracias a la influencia de las ideas de la ilustración y los avances descolonizadores y revolucionarios ocurridos en el exterior, fue lo que motivó la formación de la junta nacional de gobierno que dio paso al movimiento independentista, pero están equivocados.

Si bien estas razones son fuertes y deben ser consideradas dentro de las causales motivadoras, el argumento más poderoso fue el cansancio, el hastío de no poder elegir libremente todo aquello relacionado con lo comercial.

Chile, al igual que las colonias, estaba sujeto al monopolio comercial impuesto por España desde la asunción de la dinastía de los borbones. Este implicaba que todo aquello que las colonias producían, tenía un fuerte impuesto que junto con una buena parte de la producción, era llevado a España para ingresar al tesoro real.

Durante 3 siglos la economía colonial fue dominada por actividades de extracción, ganadería y agricultura, cada una de estas representando una etapa en la que chile avanzaba en la generación de riqueza al irse perfilando económicamente cada vez màs asertivamente, pero el provecho de todas estas actividades era escasamente disfrutado por los criollos que no  solo estaban bajo un régimen de monopolio, donde solo podían comprar y vender a España o a quien España autorizara de la industria criolla, sino que esto se daba en una dinámica social marcadamente estática en la que el ascenso era una proeza casi inimaginable.

En resumen, los criollos pudieron tolerar siglos de administración externa, pero cuando fueron entendiendo que su propósito en la vida no era trabajar para otros, sino que parte de la libertad significaba ver reflejado su esfuerzo en la prosperidad natural que viene del mismo en la estampa de la propiedad privada.

Cuando comprendieron la tamaña injusticia que significaba tener la privación de elegir qué comprar y a quién, con los parámetros de libre competencia, precio y calidad y que el mercado negro al cual regularmente recurrían y que al ser exageradamente caro, dejaba fuera a la gran mayoría y de seguir por ese curso, pronto dejaría excluidos aún a los criollos adinerados que cada vez se empobrecían más por los resultados del monopolio, no era lo óptimo ni deseable para una nación, cuando comprendieron el valor de la libertad económica y lo que esta implicaba,  es que se animaron a luchar por las demás, incluyendo la administrativa.

Lo que celebramos en septiembre, que está ya a la vuelta de la esquina, no es que un grupo de burócratas se juntó alrededor de una mesa a discutir como vencer a España para lograr distribuirse el poder entre ellos, tampoco es que un grupo con ideas diversas y hasta radicalmente opuestas sobre lo que la libertad significaba se haya sentado a conversar con el único objeto de crear una élite criolla.

La verdad es que celebramos que un grupo de chilenos, criollos, habiéndose hartado de que su libertad para prosperar fuera coartada, se organizaron para aprovechar los acontecimientos mundiales y empezar a mover aquella bola de nieve que terminaría en la completa independencia de España.

Los criollos veían sus posibilidades de aumentar su prosperidad al poder hacer libre uso de su capacidad de competencia, entendían que los impuestos requeridos por España no iban en directo beneficio de su población y eran un premio a las elites menos productivas de la madre patria.

También veían los criollos, ese desperdicio de potencial enriquecedor que proporcionaba la mano de obra disponible en el país y que de no ser por las imposiciones españolas,  podrían tomar el rumbo que iban tomando las clases obreras de países con fundamentos liberales en que cada día se reivindicaba más la dignidad del individuo y eso también tenía efectos económicos, tal como ocurría en estados unidos, sobre todo en aquellos estados donde la esclavitud no regía y donde había mayores grados de libertad.

Hoy, el progresismo nos haría aborrecer las motivaciones de los patriotas que nos han permitido ir paso a paso construyendo un Chile más libre. Seguramente habrían preferido el yugo español con la promesa de comida, techo y vestido. Esa cultura paternalista que rige hoy, nos tendría con toda seguridad en el tercermundismo. Hay que agradecer que los padres de la patria, con todo y sus múltiples defectos, valoraban hasta con el precio de sus vidas la hoy tan desdeñada libertad.

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