Entiendo que los buenos resultados económicos de las políticas de la administración Trump sorprendan, asombren y escandalicen a sus enemigos en el variado espectro socialista. Especialmente, cuando de grandes medios tradicionales, a infinidad de pequeños pasquines socialistas radicales les dicen –más o menos– que no está ocurriendo, lo que sí está ocurriendo. Y entiendo que confunda, incluso, a partidarios del libre mercado, que bajo la administración del presunto campeón del proteccionismo enemigo de la globalización –y de los mexicanos– aumente la inversión y crezca la economía de EE.UU.
Y entiendo que “analistas” –especialmente europeos– del variado espectro del intervencionismo socialista más o menos moderado que en Europa y otras partes son denominados –y se consideran a sí mismos– ‘derecha’, atribuyan a Trump sus propias teorías. Pero la realidad es muy diferente. En el foro mundial de Davos, afirmaba Trump:
“No he venido a Davos a hablar con élites globalistas. He venido a explicar el éxito económico espectacular de mi política de desregularización y reducciones históricas de impuestos que están favoreciendo a todo el mundo, y no solo a mi país. Y a decir a los grandes inversores mundiales que su mejor opción es América –nombrando no al continente, sino a USA.– ”
Rebajas de impuestos y desregulación. Dos cosas en las que la administración Trump y el partido republicano están perfectamente alineados. Y de las que efectivamente han obtenido resultados inesperados para quienes se empeñan en ignorar –voluntariosa e ideológicamente– el ABC de la ciencia económica. Y para quienes no ven los crecientes problemas de una globalización limitada, burocratizada, interventora y cada vez más escorada ideológicamente a la izquierda por intereses especiales, políticos y burocracias transnacionales.
Tenemos tratados de “libre” comercio que son de comercio administrado por burocracias locales y transnacionales. Incorporan resguardos proteccionistas. Amplían zonas de relativamente libre comercio elevando mayores barreras comunes. La política agraria común de la UE es un ejemplo extremo de cierre del mercado ampliado a la competencia externa y masivos subsidios a su sector más incompetente. Daña incalculablemente a economías agrícolas subdesarrolladas –especialmente africanas– Aumenta precios de alimentos –y trae más presión fiscal– en la Eurozona. Y resulta en más resguardos proteccionistas entre Estados de la propia UE.
El objetivo de la globalización intervencionista es expandir y unificar –en el mayor grado de intervención– tales políticas.
Trump “el proteccionista” renegocia tratados de comercio administrado en términos que considera favorables a intereses de EE.UU. –separándose de la agenda ideológica de la administración Obama–. Ni más, ni menos proteccionista que otros en tales tratados. Tiene claro Trump que “cuando América –refiriéndose a EE.UU.– crece, también crece el mundo. La prosperidad americana está creando innumerables empleos que ayudan a la gente a vivir mejor en el todo el globo”. Ya incluso el FMI reconoce que la rebaja fiscal de Trump eleva las perspectivas de crecimiento mundial.
La “globalización” del Supra-Estado del bienestar políticamente correcto –a la europea– llama comercio “justo” a nivelar forzosamente al alza impuestos y regulaciones –temporalmente permiten excepciones parciales a economías pequeñas y débiles. Siempre que no tengan demasiado éxito por esa vía– mientras la globalización “antiglobalista” que forzaría la administración Trump, implicaría impuestos y regulaciones menores para competir. La globalización intervencionista objeta la manipulación monetaria. Hoy en Washington, principalmente a eso lo denominan “comercio injusto”.
Trump se puede jactar de que Apple repatriará 350 mil 000 millones de dólares. Y no es un caso aislado. Grandes corporacione están repatriando capitales a EE.UU. Otorgando bonos y mejorando condiciones laborales –mientras baja el desempleo, particularmente entre las minorías– mientras se incrementa su competitividad internacional.
Declaró Trump que en Davos se reunió con grandes empresarios que apoyaron a Hillary Clinton. Pudo decirles que la bolsa ha subido un 50% desde que fue elegido. Pudo recordarles los beneficios que están obteniendo. Y pudo preguntarles ¿qué hubiera pasado si hubiese ganado Hillary? Y aunque eso no lo declaró, probablemente les preguntó ¿qué pasará si el partido republicano pierde la mayoría de la cámara en noviembre?
La feroz propaganda de intelectualidad, prensa y entretenimiento contra Trump medirá su efectividad contra los éxitos económicos “inesperados” de su administración en noviembre. Una amenaza de corto plazo. A mediano plazo las amenazas son: recortar y reorientar el gasto es más difícil que recortar impuestos. Y la desregulación debe ser mucho más profunda para que la inversiones federales en infraestructura encajen adecuadamente en el resto del paquete. Nada fácil. Pero con una economía en auge –contra todo pronóstico de los medios– claramente asociada a políticas de la administración, mantener la mayoría en la cámara y/o lograr la reelección entran en el terreno de lo posible para los republicanos y su outsider en la casa blanca.
Hoy una agenda socialista de ricos se disfraza de “libre mercado”. Diversas combinaciones de intervencionismos compiten entre sí. El libre mercado global que beneficiaría más a los más pobres es, por ahora, inalcanzable. Hoy –nos guste o no– el políticamente incorrecto presidente de los EE.UU. –con su discurso proteccionista– está haciendo más por re-encauzar la globalización hacia el libre mercado que cualquier otro jefe de Estado del mundo desarrollado.
Fuente: Panampost
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