Tras superar una dura crisis que llegó a elevar los niveles de desempleo por encima del 25 %, España se ha convertido en una de las locomotoras del crecimiento económico europeo, encadenando un crecimiento cercano al 3,5 % en los tres últimos años. Sin embargo, el buen desempeño del sector productivo contrasta con la creciente inestabilidad institucional, que en 2016 supuso una repetición de Elecciones Generales y en 2017 ha estado ligada al golpe independentista en Cataluña.

Aunque la justicia ya está investigando a los dirigentes nacionalistas que celebraron un referéndum sin garantías y proclamaron la independencia sin la menor cobertura legal, el futuro de Cataluña también se juega en el ruedo político. Por eso eran importantes las elecciones regionales que se celebraron el jueves 21 de diciembre y que arrojaron un histórico triunfo de Ciudadanos, el partido moderado y centrista que, con un discurso cada vez más liberal, está ganando cada vez más importancia en la esfera política. El triunfo de Ciudadanos tiene especial significación porque, por primera vez en cuarenta años de democracia, la lista más votada en unas elecciones catalanas es la de un partido abiertamente contrario al nacionalismo.

Pero el buen dato de Ciudadanos, cuya líder regional, Inés Arrimadas. ha realizado una estupenda campaña electoral, se ve emborronado por la Ley Electoral catalana, que otorga idéntico porcentaje de diputados a las provincias rurales que a los distritos urbanos. Además, aunque la izquierda radical ha perdido peso, los partidos nacionalistas han capturado los votos perdidos por formaciones como Podemos o Candidatura de Unidad Popular (CUP). De modo que el saldo final sigue arrojando una mayoría parlamentaria conformada por partidos nacionalistas. La mesa está servida para que sigamos viviendo meses de elevado riesgo político.

Esa incertidumbre golpea duramente al sector privado. En el turismo, el número de visitantes bajó un 5 % en octubre y las reservas para Navidad han caído un 30 %, según los datos de la patronal. En los comercios, la actividad arroja una caída del 4 %. La fuga de empresas a otros territorios del Reino español se ha acelerado, hasta el punto en que 3.120 firmas han sacado su sede de Cataluña en los tres últimos meses.

Los datos de recaudación también arrojan un fuerte retroceso en los niveles de negocio del sector privado. En octubre, la recaudación del Impuesto de Sociedades cayó cerca de un 25 %. Peor aún son las cifras de inversión extranjera: bajó un 40 % en lo que va de año… a la espera de contabilizar la evolución en octubre, noviembre y diciembre, que apunta un desempeño aún más negativo. Además, la creación de empresas ha bajado un 14 %, en comparación con el aumento del 2 % que se registró en el conjunto del país ibérico.

Pero la lista de números rojos es aún más larga. El desempleo aumentó en noviembre de forma galopante, con el peor dato de paro en ocho años. La proyección de crecimiento para 2018 se ha reducido a la mitad. El peso de Cataluña sobre el PIB ha seguido bajando, de modo que ya ni siquiera es la región que más aporta a la economía nacional, tras años de declive que contrastan con el auge madrileño. Las cifras de pedidos en la industria muestran que las fábricas están cada vez más paradas.

En círculos empresariales catalanes ya se empieza a plantear la hipótesis de que la región mediterránea esté entrando en un proceso de declive económico prolongado, similar al que enfrentó la provincia canadiense de Quebec. Y es que en el distrito francófono del país norteamericano el auge del independentismo se tradujo en la pérdida de 200.000 habitantes y la salida de 700 empresas de tamaño grande o mediano. Esa riqueza perdida nunca regresó y Quebec es hoy una provincia mucho menos próspera que otros territorios canadienses que, históricamente, habían gozado de un menor nivel de bienestar. ¿Ocurrirá lo mismo en Cataluña?

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