Canadá es hoy una de las economías más prósperas del mundo. Su PIB per cápita asciende a 42.000 dólares y la producción económica del país se ha triplicado en las tres últimas décadas. Pero la sana situación que ha heredado el hoy primer ministro, Justin Trudeau, arroja un acusado contraste con la ruina económica que dejó su padre, de idéntico nombre, en los años 80.
El mal bagaje del primer Trudeau obligó al gobierno conservador de Brian Mulroney a introducir contrarreloj todo tipo de reformas económicas orientadas a disparar el crecimiento. Su Ejecutivo consiguió controlar la inflación, alejar el fantasma de la quiebra soberana y abrir el comercio gracias a pactos como el NAFTA, suscrito con Estados Unidos y México.
Pero Mulroney no embridó el déficit fiscal y, a mediados de los años 90, fue un gabinete de izquierdas el que agarró el toro por los cuernos y apostó por controlar de una vez por todas los gastos del Ejecutivo federal. Aunque el Ejecutivo estaba encabezado por Jean Chrétien, fue su ministro de Finanzas, Paul Martin, el que encabezó este cambio de rumbo.
Martin decretó una reducción presupuestaria del 20 % en el gasto de todos los ministerios, sin excepción. Chrétien respaldó su propuesta de austeridad y obligó a los integrantes del Ejecutivo a introducir los recortes en un plazo de dos años. Algunos ministros eliminaron algunos capítulos presupuestarios por completo, mientras que otros aplicaron una reducción automática del 20 % en el conjunto de los desembolsos de su departamento de gobierno. Pero, concluido el período de gracia, el resultado fue el mismo en todos los niveles del gobierno: los gastos se habían reducido un 20 % y el equilibrio presupuestario empezaba a ser una realidad.
Ahora que Argentina enfrenta importantes tensiones fiscales y financieras que ponen en riesgo la recuperación económica conseguida entre 2016 y 2017, el gobierno de Mauricio Macri debe tomar nota del ejemplo canadiense y acabar, de una vez por todas, con el déficit fiscal. La legitimidad del mandatario para proceder a un recorte significativo del gasto esta fuera de toda duda: venció en las elecciones presidenciales de 2015 y su bloque avanzó posiciones en las legislativas de 2017.
No es fácil introducir un tajo importante al gasto público, sobre todo en un país como Argentina, donde el peronismo ha cultivado una cultura del subsidio que mina la autonomía personal y daña el espíritu emprendedor de los ciudadanos. Sin embargo, el triunfo político de Macri es la mejor demostración de que, a la hora de la verdad, los argentinos saben que ese modelo no es sostenible.
El ejemplo canadiense debe animar a Macri a dejar a un lado el “gradualismo” e intensificar su agenda de ajustes presupuestarios. El pasado curso marcó la primera reducción del déficit fiscal en una docena de años, pero Argentina se ha pasado el 90% del último siglo acumulando números rojos. Acabar con el déficit ayudará a reducir la inflación y sentará las bases para que la recuperación económica argentina sea duradera y sostenible.
Fuente: Panama Post
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