Alfonso Fernández
Washington, 21 dic (EFE).- La buena salud de la economía, con un sólido crecimiento y un desempleo en mínimos de hace casi medio siglo, junto con la agresiva agenda de proteccionismo comercial impulsada por el presidente Donald Trump, ha marcado la actualidad de 2018 en los Estados Unidos.
Los indicadores macroeconómicos dibujan un paisaje envidiable: el desempleo, con una tasa del 3,7 % en octubre, se encuentra en su nivel más bajo desde 1969, y el crecimiento económico parece destinado a cerrar el año en torno al 3 %.
Todo ello, espoleado por el enorme estímulo fiscal aplicado por el Gobierno estadounidense con el recorte impositivo para las empresas y, en menor medida, para los trabajadores.
A punto de cumplir sus primeros dos años en la Casa Blanca, por tanto, la economía sonríe a Trump, y las advertencias acerca de los riesgos del agresivo proteccionismo, incluida la guerra comercial con China, no se han concretado.
Con Pekín, y tras meses de amenazas y la imposición de multimillonarios aranceles a las importaciones chinas, Trump volvió de la cumbre del G20 en Argentina de finales de noviembre con un acuerdo que sella una tregua tentativa.
“¡Las relaciones con China han dado un gran salto adelante!”, afirmó exultante en su cuenta de Twitter tras su reunión con el presidente chino, Xi Jinping.
Los mercados financieros mostraban su optimismo por la relajación de las tensiones entre Washington y Pekín, Wall Street abría la siguiente sesión con fuertes ganancias y el Dow Jones de Industriales, su principal indicador, subía un 1,23 %, gracias al “alto el fuego” comercial.
“Este acuerdo es otra señal de que el presidente Trump es sensible a las alteraciones financieras y económicas que sus políticas comerciales pueden generar. Esta sensibilidad sugiere que hay límites en cómo puede impulsar estas políticas”, indica en una nota a los clientes el banco de inversión Nomura.
El mandatario se ha anotado, además, la victoria en su renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), ahora rebautizado como T-MEC.
El nuevo pacto, que sustituye al iniciado en 1994 con Canadá y México, y se produce tras meses de tensas negociaciones, fue firmado en la cumbre de Buenos Aires por Trump, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, y el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto.
“Éste es un acuerdo modélico que cambia para siempre el panorama comercial”, afirmó Trump, con su característico recurso a la hipérbole, durante el acto de la firma.
Para el presidente, paradójicamente, el principal problema procede de dentro de EE.UU., y tiene nombre propio: la Reserva Federal.
Trump considera que el banco central, y a cuyo presidente, Jerome Powell, designó nada más llegar a la Casa Blanca, ponen en riesgo la aceleración económica con su gradual senda de ajuste monetario.
“Por ahora, no estoy para nada contento con mi selección de Jay (Jerome)”, dijo recientemente, al criticar la subida de tipos de interés.
En lo que va de año, la Fed ha elevado el precio del dinero en cuatros ocasiones, hasta el rango actual de entre el 2,25 % y 0,50 %.
Por su parte, desde el banco central han hecho oídos sordos a las palabras de Trump a la vez que han remarcado la independencia como clave para defender su doble mandato dado por el Congreso de estabilidad de precios y promoción del pleno empleo.
En un discurso en el Economic Club of New York, Powell predijo a finales del mes pasado que la economía tendrá un “crecimiento continuado y sólido, un bajo desempleo y una inflación cercana al 2 %”, panorama que “gusta mucho” aunque se mostró consciente de que “las cosas a veces resultan ser bastante diferentes respecto a las previsiones más cuidadosas”.
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