La refutación indiscutible de la economía de Marx. (C)

Rara vez trato aquí temas en entregas. Pero comentar lo más destacable de la detallada refutación de Böhm-Bawerk a la economía de Marx excede forzosamente una columna. La semana pasaba concluía que valor subjetivo y preferencia temporal –lo segundo explicado por Giles de Lessines en 1285. Lo primero por destacados economistas contemporáneos de Marx– basta para notar el sinsentido de la plusvalía de Marx.

En el primer tomo de El Capital, él admitía una contradicción entre precios reales y su teoría del valor e intercambio. Afirmó que era aparente y prometió solucionarla en próximos tomos. Detallar que lo aparente fue esa falaz “solución” es lo que destacaré de la refutación final de Böhm-Bawerk a Marx.

Marx afirmó que beneficio –e interés– eran expolio de trabajo no retribuido. De ello deducía que la composición del coste de producción determinaba el nivel de rendimiento del capital. Si la única fuente de valor fuera trabajo, a más trabajo empleado más plusvalía extraída. Para Marx únicamente el capital destinado a salarios produciría beneficio.

De ese capital variable –pago de salarios– salía toda plusvalía capitalista. Del capital fijo –maquinaria, materias primas, insumos, etc.– nada. El capital fijo ya se había intercambiado por su valor trabajo incorporado y plusvalía extraída. Esquiva el absurdo obvio incluyendo “tiempo de trabajo socialmente necesario” determinado por medios de producción. Todo refutado por Böhm-Bawerk desde antes.

Pese a derivar precio del coste de producción, Marx discrepaba de la económica clásica en tasa de rendimiento del capital. Para los clásicos –como Smith y Ricardo–  precio únicamente podía ser la suma de lo que Marx denominaba capital constante con capital variable y la tasa de rendimiento medio.

Para Marx el precio era suma de capital constante con capital variable y plusvalía. Plusvalía proporcional a la cantidad de capital variable sobre la de capital fijo. Incluso con el comodín del “tiempo de trabajo socialmente necesario” determinado materialmente por  medios de producción dados, es: a más obreros y menos maquinaria más ganancia y viceversa.

De aquello dedujo Marx profecías económicas. Crisis capitalistas crecientes por creciente acumulación –y concentración– de capital. De esa última deduce la caída de beneficios forzando tasas mayores de plusvalía. Y creciente miseria proletaria. Así las peores crisis, la máxima explotación y miseria del proletariado –y la revolución socialista– tenían que ocurrir entonces en economías de mayor concentración de capital fijo. Los países capitalistas más desarrollados. Y eso predijo Marx.

Pero Menger y Böhm-Bawerk explicaban que valoraciones subjetivas en el margen determinan el precio de mercado de bienes finales. Consumo que condiciona valoración del capital –y demanda de trabajo e insumos– en las fases previas. No son los costes de producción los determinantes de los precios. Son los precios los determinantes de los costes de producción. Y del valor del capital. Marx se negó a publicar el último volumen de El Capital en vida. Engels lo publicó tras su muerte.

Decía Marx ahí: “En la vida real las mercancías no se cambian de acuerdo con sus valores, sino con arreglo a sus precios de producción” Pero que aunque las distintas mercancías se cambiarían unas veces por más y otras por menos del valor determinado por tiempo de trabajo “socialmente necesario” materializado en ellas, esas diferencias se compensan mutuamente tomando todas las mercancías en conjunto.

Así la suma de los precios pagados en todos los intercambios resultará igual a la suma de sus valores totales. Con lo que para la totalidad de de la producción su “ley del valor” se revelaría como tendencia dominante.

La respuesta de Böhm-Bawerk fue:

“¿Cuál es (…) la función de la ley del valor? (…) explicar las relaciones de cambio observadas en la realidad (…) saber por qué en el cambio, (…) por ejemplo (…) diez libras de té valen media tonelada de hierro (…) Cuando se toman todas las mercancías en su conjunto y se suman sus precios se prescinde forzosamente de cualquier relación (…) Por ese mismo procedimiento podría comprobarse cualquier “ley”, por absurda que fuera, por ejemplo (…) que los bienes se cambian de acuerdo a su peso específico. Pues aunque en realidad una libra de oro, como “mercancía suelta”, no se cambia precisamente por una libra, sino por 40 mil libras de hierro, no cabe duda de que la suma de los precios que se pagan por una libra de oro y 40 mil libras de hierro tomadas en su conjunto, corresponden exactamente a 40 mil libras de hierro más una libra de oro”.

“La suma de los precios de las 40.001 libras corresponderá pues, exactamente al peso total de 40.001 libras materializado en la suma de valor, por donde, según aquel razonamiento tautológico, podremos llegar a la conclusión de que el peso es la verdadera pauta con arreglo a la cual se regula la relación de cambio de los bienes (…) Ante el problema del valor, los marxistas empiezan contestando con su ley del valor, consistente en que las mercancías se cambian en proporción al trabajo materializado en ellas”.

Pero más tarde revocan esta respuesta (…) en lo que se refiere al cambio de las mercancías sueltas (…) único campo en que el problema del valor tiene  sentido, y sólo la mantienen (…) respecto al producto nacional tomado en su conjunto (…) terreno en el que aquel problema no tiene sentido alguno. Lo cual equivale a (…) reconocer que, en lo tocante al verdadero problema del valor, la “ley del valor” es desmentida por los hechos”.

Sin teoría de la explotación y ley del valor no hay “economía” marxista. Pero la idea tras su “teoría económica” fue lo que les permitió ignorar su refutación. Una totalitaria religión atea modelada sobre antiguos mitos. Diversa y constante en sus propias herejías internas. Y sigue siendo la más exitosa e influyente racionalización del ancestral resentimiento envidioso.

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