Explica en Memoria del Comunismo Jimenez Losantos que la complicidad del socialismo moderado con el revolucionario se remonta a los crímenes de Lenin. Socialdemócratas franceses tenían corresponsales rusos. Iniciadas las matanzas bajo Lenin, los alertaron esperando apoyo de la prensa socialista de Europa. Fueron censurados por sus patrones de Europa occidental –temprana y detalladamente informados de los crímenes soviéticos– Cayeron, víctimas del terror bolchevique y la complicidad izquierdista occidental. Hipócrita complicidad temprana, repetida en cada oportunidad –mayor o menor– hasta hoy.

Durante las hambrunas de Stalin –genocidios de rusos y ucranianos– socialistas ilustres como Bernard Shaw, Sidney y Beatrice Webb, o Edouard Herriot, fueron invitados del poder soviético en giras por la famélica Ucrania en que millones morían de hambre por la colectivización forzosa. Mientras su grano era expoliado y exportado en 1932 y 1933. Todos y cada uno proclamaron que los informes de la hambruna eran falsos. Shaw afirmó “no he visto una persona desnutrida en toda Rusia.” El –también socialista– corresponsal del New York Times, Walter Duranty –premio Pulitzer por sus “informes” sobre la Rusia bolchevique– afirmó siempre que las denuncias sobre la hambruna eran falsas. Sabía que eran ciertas.

Negar, ocultar y minimizar crímenes del socialismo revolucionario es común a todo el espectro de izquierda. Intelectuales, periodistas, artistas y políticos izquierdistas fueron, y son tan entusiastas propagandistas del totalitarismo revolucionario presente como tímidos críticos de, alguno que otro, totalitarismo revolucionario pasado. Entre los propagandistas occidentales de los totalitarismos socialistas, la diferencia entre los que saben todo y mienten y los que se niegan a enterarse aunque lo vean, es que los segundos son más despreciables. Sobraron propagandistas occidentales a Lenin, Stalin, Mao, y hasta a Pol Pot. Como a Castro, e incluso a Chávez y Maduro. Esos –que los revolucionarios violentos denominan despectivamente “tontos útiles” –a quienes nunca dejaron de perseguir y exterminar desde el poder–, cobardemente comparten la “moral revolucionara” de los criminales que defendían –y defienden– con pasión.

El axioma moral del socialismo

El axioma moral de todo socialismo es la justificación de la envidia. Elevar a norma moral el antisocial resentimiento envidioso implica que socialistas –de todas las tendencias, en el amplio y diverso conjunto de “las izquierdas”– necesitan creer en alguna hechicería. Creer en la hechicería permite al hombre primitivo atribuir a poderes malignos la diferencia que envidie. Y atribuir un mal diabólico a los envidiados, encubriendo su envidia con falsa moral seudo-justiciera. Los socialistas emplean al mismo efecto alambicadas teorías falaces barnizadas de religión o “ciencia”. Según  convenga. El marxismo es el más influyente conjunto de dogmas religiosos socialistas, reclamándose ciencia total y definitiva. Thomas Piketty lo más reciente en hechicería socialista alternativa al marxismo.

Atribuirse a sí mismos el bien absoluto y a quién se oponga a ellos, el mal y la condenación, suena a discurso religioso. Y lo es. El socialismo es una difusa religiosidad sustitutiva. El marxismo una específica religión totalitaria no deísta, destilada de la larga tradición de las herejías comunistas cristianas. Creerse –como dogma incontestable de su fe– agente del bien absoluto y transcendente permite a los revolucionarios cometer los mayores y peores crímenes, atribuyendo a sus víctimas –y a quienes los resisten y denuncian– maldad absoluta. Esa falsa moral que comparte cobardemente la izquierda moderada explica su complicidad con todo crimen revolucionario. Son, a sus propios ojos, revolucionarios de segunda fila. No se limitan a negar o  justificar en nombre de la supuesta bondad absoluta del socialismo todos los crímenes revolucionarios. También sus propias e hipócritas miserias.

Quién justifica lo más, justifica lo menos. Quién miente en lo más, miente en lo menos. Y quién está dispuesto a colaborar –en segunda fila, mintiendo o mirando a otro lado– con el genocida exterminio de clases enemigas. Como quiénes en nombre de la “liberación revolucionaria” de una futura “humanidad” de míticos “hombres nuevos” exterminaron a cientos de millones de individuos inocentes de la humanidad real, sufriente y sangrante. Y quiénes los justifican. Ven a las personas reales que sufren única y exclusivamente como medios de sus fines revolucionarios. Ven en la pobreza únicamente “condiciones objetivas” para destruir la riqueza. Odian que los pobres dejen de serlo. Hacen profesión del mentir sobre la riqueza para perpetuar la pobreza, disfrazando su propaganda socialista de solidaridad para financiarse de sus propios tontos útiles. Así son. ¿Por qué dejarían de explotar sexualmente adolescentes pobres en máxima vulnerabilidad?

Lavrentiy Beria –esbirro en jefe de la policía política y los Gulag de Stalin– fue un pederasta y violador en serie impune de miles mujeres y niñas rusas. Comandantes de la revolucionaria FARC se reservaban el ser los primeros en violar niñas recién reclutadas. Los de Oxfam fueron sorprendidos con “los pantalones abajo”, pero apenas prostituyendo adolescentes en orgias con recursos de ayuda humanitaria tras un terremoto en Haití. Revolucionarios de segunda fila, por su discurso de falsedades socialistas, se creían a salvo de ser expuestos. Como generalmente están.

El escándalo Oxfam fue un raro accidente. Aunque eso y más sean vicios muy frecuentes en esos círculos, lo poco frecuente es que sean expuestos. La complicidad y la hipocresía izquierdista encubren de grandes crímenes a pequeñas miserias. Quienes presumen de combatir al 1% más rico, viven como ese 1% más rico. Quienes dicen combatir hoy el calentamiento y mañana  enfriamiento –les sugiero llamarlo calenfriamiento– global por idénticas causas antropogénicas. Viajan a conferencias contra gases de invernadero en jets privados. En México –donde hoy encabeza las encuestas el ultraizquierdista López Obrador, que critica como nepotismo en enemigos lo que en su partido y familia practica con cargo a los impuestos que pagan los mexicanos– Conocí, pocos años atrás, al historiador británico Niall Ferguson. Él acertadamente indica que la hipocresía de las élites de la izquierda occidental se debe combatir exponiéndoles –sin descanso– como lo que realmente son. Hipócritas, mentirosos y cómplices.

Fuente Panampost