Hace poco hablé con un cubano que lleva ya 20 años viviendo en España, me contó que cada tanto se reúne con algunos cubanos que también viven en Madrid y, por supuesto, uno de los temas que siempre sale en la conversación es la situación de la isla.

“Es increíble, pero todavía cuando hablamos de Castro bajamos la voz”, me dijo este hombre sin que yo entendiera a qué se refería. Luego me explicó que si en Cuba se habla mal de Fidel ante la persona equivocada, se puede terminar preso. Por eso, es necesario asegurarse de desahogarse solo con gente de confianza y en voz baja, para que no escuche alguno de los áulicos del régimen.

Por tantos años este hombre y sus amigos de exilio fueron perseguidos y vivieron con miedo a decir lo que pensaban, que ahora, décadas después de salir de la dictadura y de vivir en un país libre, siguen bajando la voz al hablar de Castro. “Es la costumbre”, me dijo el cubano cuando expresé mi asombro ante el trauma psicológico que aún los afecta.

Esta historia evidencia una de las razones fundamentales por la que, incluso después de la muerte del dictador, Cuba sigue igual, o peor según algunos. A finales del siglo XVIII Jeremy Bentham empieza a hablar del “panóptico”, un tipo de arquitectura carcelaria cuyo objetivo era hacer creer a los presos que siempre estaban siendo vigilados, aún cuando no hubiera nadie mirándolos.

El panóptico funciona de la siguiente manera: el guardián se ubica en una torre central, desde la cual se puede ver todas las celdas individuales que se encuentran alrededor. Sin embargo, los presos no tienen cómo saber si están siendo observados o no. La estructura causa, entonces, en el detenido un estado permanente de vigilancia sin que esta se ejerza efectivamente en todo momento.

El objetivo del panóptico de Bentham es que el preso modifique su conducta en tanto que se siente permanentemente vigilado, con el pasar del tiempo, portarse bien simplemente se hará costumbre. En Cuba no hay un panóptico, pero Castro diseñó un sistema que funciona casi de la misma manera.

En Cuba se le paga a informantes para que denuncien a quienes están en contra del régimen. Pero, cuidado, el objetivo de esta técnica no es, o por lo menos no principalmente, capturar a quienes hablen mal de Castro o planeen una revuelta, el fin último es ejemplarizar, causar miedo en la población haciéndole creer que siempre está siendo vigilada, que el régimen tienen ojos y oídos incluso en los ambientes que consideran más seguros, entre sus amigos y familiares.

De ahí que, no solo en Cuba sino en todas las dictaduras comunistas, se haya querido siempre destruir la familia. Es esta institución el último refugio, es una pared entre lo público y lo privado. En la Unión Soviética, por ejemplo, se trataba como héroes a quienes eran capaces de denunciar a algún familiar que estuviera “traicionando la causa”.

Son los padres, en el entorno familiar, los únicos capaces de explicarle al niño que es adoctrinado por la educación cubana, que Castro no es un héroe como afirman los poemas que les obligan a recitar desde pequeños, sino que es un asesino, un dictador.

Los regímenes comunistas buscan entonces destruir la familia y todo ambiente de seguridad y confianza que puedan tener sus ciudadanos para hablar mal del Estado. No se puede confiar en el vecino, en el amigo, pero tampoco en el hijo o en el hermano porque también pueden traicionar. Para muchos, con años de adoctrinamiento encima, la familia es “el pueblo” y el padre es Castro.

Durante años el chavismo le ha dado millonarias sumas de dinero a Cuba, sin embargo, para nadie es un secreto que es el régimen castrista el que dirige a Venezuela. ¿Por qué sucede eso? Lo normal es que quien tiene el dinero sea el que mande.

Pues en este caso es al revés porque Venezuela le está comprando algo a Cuba, el mayor producto de exportación de la isla: su experiencia en instaurar una dictadura socialista. Y es que, así nos duela en el alma, que un año después de la muerte del dictador las cosas sigan como siempre en la isla, demuestra que la estrategia de Castro es todo un éxito. Hugo Chávez compró un producto probado.

Quienes nacieron en Cuba después de 1959 no conocen nada diferente, la educación, como en todo régimen comunista, es por completo estatal y no solo adoctrina sino que es imposible avanzar con éxito en una carrera estudiantil si no se es castrista militante. Pero, además, los viejos, los que recuerdan cómo era vivir en libertad, llevan décadas de represión encima. Castro logró crear una especie de panóptico en el que todos se sienten vigilados e incapaces de hacer algo.

Cómo organizarse, cómo contarle a las nuevas generaciones la verdad cuando se vive con tal miedo a ser descubierto que incluso para atreverse a hablar mal de dictador hay que bajar la voz. Ese es el asqueroso triunfo de Fidel Castro, lograr que quienes quieren un cambio tengan tanto miedo que ni se atrevan a intentarlo.

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