Nahir Galarza parecía ser una chica de 19 años cualquiera. Oriunda de Gualeguaychú, Entre Ríos, y estudiante de Derecho en la Universidad Concepción del Uruguay, Galarza no aparentaba tener rasgos fuera de los esperables. Hija de una familia tradicional de clase media, Nahir Galarza tampoco había remado contra las desoladoras mareas de la desidia o el abandono parental.

 

Como a toda adolescente (y no exclusivamente) Nahir tenía una buena relación con las redes sociales, en las que era bastante popular. Tanta era su devoción, que después de asesinar a su novio, publicaría una foto en Snapchat e Instagram con un mensaje de amor a Fernando Pastorizzo, su víctima: “5 años juntos, peleados, yendo y viniendo pero siempre con el mismo amor. Te amo para siempre, mi ángel”. Luego, se cambió de ropa, cenó y se acostó a dormir.

 

Es evidente que relatar los acontecimientos del pasado 29 de diciembre de esta manera otorga cierta malicia a la victimaria. No obstante, así fue. La foto existe y circula aún por Internet. Se puede fácilmente corroborar la hora de su publicación, posterior al asesinato. También se ajusta a la realidad el orden de los hechos; que robó el arma a su padre (policía), que el primer tiro fue por la espalda y el segundo, de frente.

 

 

¿Qué llevó a Nahir Galarza, una joven “belieber” que hace sólo dos meses se había disfrazado de ángel para una fiesta rave, a matar a su novio, el mismo al que “amará por siempre”? Probablemente, nunca lo sepamos.

 

Sus padres alegan que el asesinato fue en realidad un acto de defensa personal, puesto que Pastorizzo, al menos según los progenitores de Nahir, la agredía físicamente. Su padre, policía (es pertinente repetirlo) vio hematomas en el cuerpo de su hija y nunca hizo nada al respecto.

 

Caben aquí entonces varia preguntas. Si la versión de los padres de Nahir es cierta, ¿por qué nunca hicieron nada? ¿Por qué no fueron más allá del “denúncialo”? Según su propio relato, estaríamos hablando de heridas serias, ¿se contentaron y quedaron tranquilos con un “no, no quiero meterlos en problemas”? Si las ataques contra Nahir eran comunes y permanentes, podríamos concluir que muchos de ellos debieron haber sucedido siendo ella menor de edad, ¿no era válida entonces la injerencia?

 

El segundo escenario es que los padres de Nahir estén creando una historia de abusos para atenuar los actos de su hija. De más está decir que nadie quisiera estar en su lugar, y que es imposible imaginar el inmenso dolor que deben estar soportando en este momento. De todos modos, si no hubo agresiones de parte de Pastorizzo, los Galarza no están simplemente “haciendo lo que pueden por su hija”, sino que estarían debilitando a todo un sistema judicial.

 

Es justamente esta la verdadera importancia del caso Nahir Galarza: la fijación de precedentes. Si una víctima de abuso puede defenderse: 1. ¿vale también para los hombres, cuando son manipulados e insultados (y por supuesto, golpeados) por mujeres? 2. ¿Puede la defensa ser retroactiva, es decir, “me pegaste la semana pasada, te mato hoy”? La figura de defensa propia ya existe (para fortuna de todos), pero se debe estar en una clara situación de peligro.

 

En el caso, además, hay un agravante de peso: la premeditación. Nahir Galarza robó el arma de su padre antes de encontrarse con Pastorizzo. En otras palabras, planeó matarlo. Si el primer tiro fue por la espalda, tal como informan los peritos ¿cómo se encontraba exactamente amenazada la joven?

 

Hoy la Justicia argentina tiene en sus manos una responsabilidad de magnitudes épicas. ¿Qué pesará más: ser mujer y decirse víctima o matar con premeditación (es decir, asesinar) más allá del género o las ideologías en boga?  Los precedentes que genere este caso serán un punto de inflexión en una coyuntura de sesgos, victimización y manipulación.

 

Fernando Pastorizzo debería estar hoy con su familia. Debería haber recibido el año nuevo con sus amigos, debería haber podido seguir adelante con cualquiera que haya sido su plan a sus jóvenes 20 años. Debería – resulta hoy evidente – haberse alejado de Nahir Galarza, por el bien de los dos.

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