Desde al menos julio del 2017 el expresidente colombiano Álvaro Uribe viene insistiendo en que deben ser los militares venezolanos los que obliguen a Nicolás Maduro a salir del poder y que convoquen elecciones. Y en enero de este año hizo nuevamente un llamado, esta vez directamente al ejército venezolano para que intervenga.

Varios elementos le pueden dar sustento a esa posición. El primero, que sirve como referente histórico más importante, fue el cambio de régimen liderado por el general Augusto Pinochet en 1973 en Chile, que derrocó el Gobierno comunista de Salvador Allende. Pero también el referente más cercano frente al tema venezolano sería el rol del general Vladimir Padrino en las elecciones del 2015, cuando se hizo visible el nivel de rechazo popular frente al Gobierno y le dieron la mayoría en la Asamblea Nacional a las fuerzas opositoras. En ese momento el general Padrino se creó una fama de referente democrático y de ponerse de parte del pueblo.

Así que con esos precedentes, el de Pinochet y el de Padrino, resulta entendible que el expresidente Uribe haga esos llamados, obviando, por supuesto, el hecho de que con Pinochet las elecciones generales posteriores al derrocamiento se demoraron 17 años en llegar y que con Padrino se puede sacar a Maduro, pero que eso no necesariamente implica cambiar el modelo de gobierno bajo la batuta cubano-iraní y el respaldo financiero mafioso. Es decir, con Padrino se iría el madurismo, pero continuaría el narcosocialismo.

Esta versión de “que los venezolanos arreglen entre ellos” también es entendible dado que el derrocamiento militar interno es la última carta antes de asumir el mucho más complejo escenario de la intervención militar multinacional. Y, de hecho, pareciera que el expresidente Uribe tuviera la llave de esa intervención, no solamente porque cuenta con amplio respaldo en sectores de opinión, tanto en Colombia como en Venezuela, sino que, además, conoce muy bien la situación militar en ambos países y Y que por supuesto tiene la máxima confianza de Washington en la era Trump.

Esa confianza que le tiene el Gobierno Trump a Uribe en el tema de Venezuela queda en evidencia en las declaraciones del secretario de Estado Rex Tillerson en las últimas semanas, cuando hacía eco de la línea del expresidente colombiano, aunque sin referirse directamente a él y sin plantearlo en un tono tan directo, apenas enunciando que: «en la historia de Venezuela y los países de América del Sur, muchas veces los militares son agentes de cambio cuando las cosas están muy mal y los líderes ya no pueden servir al pueblo».

¿Puede ser Padrino el Pinochet Venezolano?

Obviamente las declaraciones de Tillerson tuvieron la reacción previsible de Maduro y, especialmente, del general Padrino, que tuvo que salir a reiterar que: «Obedecemos constitucionalmente a las autoridades legítimas y al presidente Nicolás Maduro. Le reiteramos el compromiso de nuestra gloriosa Fuerza Armada. Pero eso es protocolo, nadie esperaría que Padrino saliera a decir públicamente: “Aquí estoy, cuenten conmigo”.

Sin embargo, la pregunta es evidente: ¿cuándo Uribe primero, y Tillerson después, hablaron sobre el papel de los militares venezolanos en el cambio de Gobierno estaban pensando en Padrino o en algún otro general o en otros generales? O, dicho de otro modo, ¿hay algún Pinochet en Venezuela? Esa pregunta es fundamental porque dentro de las más drásticas excepcionalidades que podría respaldar la comunidad internacional frente a la desesperada e infame situación venezolana, la del golpe militar, es la penúltima, quizás, de las peores opciones. Descartado finalmente el desenlace inevitable, es precisamente la acción multilateral que incluiría la captura como criminales de la cúpula militar. por los hechos que han protagonizado y la complicidad con los que han permitido, que van desde las torturas en Ramo Verde hasta los sobornos de Odebrecht, pasando por la Masacre de El Junquito y el tráfico de cocaína.

Poner la esperanzas de que Padrino sea quien termine de Pinochet no tiene sentido. Lo que la prensa extranjera asumió como un comportamiento militar civilista y democrático impidiendo el fraude en el 2015 fue realmente una baza de negociación al interior de una banda criminal; Padrino no quiso cambiar la torta, lo que pidió fue una tajada más grande. Y dado que el poder en Venezuela no está dado por la legitimidad popular, sino por las conexiones internacionales y la correlación geopolÍtica entre ellas, Padrino se pidió el rol de emisario ruso. Maduro es el virrey cubano, El Aissami ejerce la conexión islámica y Cabello coordina con los carteles mexicanos, le faltaba a él su respaldo externo, ahora que lo tiene es precisamente el menos interesado en hacer cambios.

Obviamente queda la expectativa de otros generales, pero la contrainteligencia cubana aprendió precisamente de lo sucedido en Chile. A los altos mandos los engorda en corrupción, o bien permitiendo que ejerzan el narcotráfico, ahí están Cabello y el resto del “Cartel de los Soles”,  o asignándoles botines presupuestales y burocráticos en la administración gubernamental que los mantenga lejos de los cuarteles y  cómplices dependientes del régimen. Y si bien es la zanahoria el instrumento principal de control de los cubanos, no por eso dejan de ejercer garrote con una política represiva que se ensaña contra los militares retirados como el general Vivas o el general Baduel y la nueva oficialidad que pueda rebelarse, como la que ejercieron contra el capitán Caguaripano y al grupo de Oscar Pérez .

Una falacia quizás bienintencionada

Así que a las Fuerzas Militares de Venezuela no hay que pedirles un cambio, hay que cambiarlas. No solamente son un obstáculo para que ese país retome su cauce democrático sino que, además, serán un estorbo en la reconstrucción económica y moral dada la enorme convivencia con la cultura de la corrupción y el ejercicio impune de la tiranía. A la cúpula militar hay que enjuiciarla y encarcelarla. En las nuevas generaciones estaría la posibilidad de reconstruir una doctrina diferente, quizás eso requiere no intentar cambiar todas las Fuerzas Militares, sino crear unas nuevas en una Venezuela Occidental con lo mejor de lo que se pueda encontrar en las actuales.

Mientras el expresidente Uribe y otros líderes de la región extrapolen el caso histórico de Pinochet a Venezuela o supongan en Padrino la posibilidad de un garante de cambio, se seguirá entre círculos viciosos y callejones sin salida. Claro que es entendible el error por la relación de admiración y respeto por sus propias fuerzas militares que con razón los hace suponer que todavía queda algo de honor castrense en las filas venezolanas. Además, tampoco van a querer exponerlas, precisamente por el respeto y afecto a sus tropas, a un conflicto que será una experiencia que quedará marcada por generaciones en latinoamérica.

Sin embargo, en algún momento tendrán que despertar y reconocer que lo que hoy existe en el país de Bolívar es un grupo de criminales con uniforme que debe ser llevado a diferentes formas de justicia, porque sus delitos van más allá de traición a la patria. Esperar el surgimiento de un Pinochet es una falacia, en medio del caos que hoy se vive, quizás bienintencionada, pero en todo caso una falacia.

Fuente: Panampost