En la primera parte de este escrito, describí la percepción que tengo de los dos punteros de las encuestas publicadas la semana pasada. De lo que dije, se pueden hacer dos deducciones. Primero, creo que ambos candidatos, tanto Sergio Fajardo como Gustavo Petro, me parecen estatistas y, por diversas razones, como por ejemplo; amenazas a la libertad en Colombia como resultado del contexto institucional en el que nos encontramos. Segundo, en caso de una segunda vuelta entre los dos, preferiría a un estatista como Fajardo en el poder. Creo que Petro es una amenaza mucho mayor.

A pesar de mis temores, no veo muchas alternativas. Humberto de la Calle, no solo me parece igual de estatista, sino más de lo mismo. Así como Germán Vargas Lleras. Pura política tradicional, sin fondo, sin reflexión, sin innovación. En la derecha, la única que me parece podría hacer una buena tarea es Martha Lucía Ramírez, aunque no tengo muy claras sus propuestas. Iván Duque lo veo como otro estatista, de partido diferente. Ordóñez es, para mí, el Petro de la derecha: una amenaza directa, sin atenuantes, a la libertad.

Como es evidente, la falta de opciones se debe a la falta de aspirantes que reconozcan la importancia de la libertad, más allá del discurso. Un compromiso con la libertad no solo es retórica: pasa por la concepción económica, la del respeto – y la valoración – de la diversidad, la comprensión de la necesidad de un Estado limitado, el reconocimiento de la importancia de la creación de riqueza para la superación de la pobreza, la reflexión sobre la necesidad de cuestionar el entorno institucional y las dinámicas de cambio en éste para favorecer todos los anteriores objetivos. Es más, una postura desde la libertad debe aceptar, reconocer y resaltar la incapacidad de tomar decisiones en ciertos ámbitos y el desconocimiento que tenemos, como humanos, sobre muchos temas, en particular, en la complejidad de las ciencias sociales. Los sabelotodo, los que tienen una política para todo, son los más peligrosos; son los más anti-liberales.

El punto es que tal opción no hay, así que, en las elecciones, sí o sí, habrá que elegir la opción menos peligrosa. Pero para ello es necesario saber por qué, como lo muestran las encuestas, la opción estatista de izquierda es la que más está llamando la atención del público. (Para este ejercicio, es necesario aceptar los resultados son cuestionarnos sobre problemas de muestra o de auto-selección y demás asuntos técnicos que seguro incluirían otros aspectos para analizar como el voto clientelista, el vergonzante o el de la disciplina, ya sea de partido o religioso, asuntos todos que pueden dar sorpresas en las urnas).

En un artículo descriptivo se muestra la desagregación de los votantes que prefieren a Gustavo Petro, en la encuesta en la que éste es ganador: jóvenes, urbanos, de izquierda o sin partido y de estratos bajos son las personas que muestran mayor simpatía por este candidato.

Este perfil dice mucho. Está claro que personas con estas características o alguna de ellas puede pensar que una opción como la propuesta por Petro es la adecuada. Como señalé en otro escrito, la izquierda tiene el liderazgo en el discurso políticamente correcto, aparentemente lógico, emocional y que propone soluciones fáciles, sin esfuerzo.

Los jóvenes, muchos de ellos sin pertenecer a partidos, quieren cambiar el mundo y creen que la mera intención es suficiente. De igual manera, la soberbia de la juventud lleva a pensar que las soluciones obvias, supuestamente técnicas, son la clave para todo.

Primero, por la mayor importancia – e impacto – de las externalidades, que en una ciudad son mucho más perceptibles. Lo que usted haga en una ciudad afecta, en mayor medida, a los demás. Segundo, la disponibilidad de bienes y servicios propios de la vida urbana pueden generar la ilusión de que todo ya existe y solo depende del tipo de “distribución” que se haga de ello. Tercero, en una ciudad como Bogotá, es más perceptible la pobreza y las penurias por las que pasan millones de personas día a día.

Las personas más pobres de una sociedad, con las angustias materiales que viven día a día, con el deseo de tener acceso a bienes como los que ven, tal vez no en sus vecinos inmediatos, pero sí en otros barrios, o en otras partes de la ciudad, pueden creer que la situación es injusta y que la única forma de salir de ella es si hay un ser omnipotente (pero humano) que ponga  orden y obligue a acabar con las injusticias.

No obstante, a pesar de las razones para preferir ciertas posiciones políticas, de manera mayoritaria, la verdad es que esas ideas son equivocadas. La famosa política social que vende la izquierda estatista, extremista como la que representa Petro, no cambia el mundo, ni reduce el impacto de las externalidades, ni soluciona las injusticias. Al contrario. Esa una política social basada en la perpetuación de la pobreza y la exclusión porque lo único que hace es convertir en dependientes a los supuestos beneficiarios. Pero no solo eso, los encarcela y les quita la dignidad: los encarcela porque les dificulta escapar y les quita la dignidad porque les elimina la posibilidad de elegir, de responsabilizarse, de actuar.

Una política social de la izquierda estatista decide por las personas el tipo de trabajo, la alimentación, la educación, la vivienda. Y todo se los “da” de la peor calidad, sin tener en cuenta sus deseos ni sueños.

Como si fuera poco, esa izquierda elimina la figura del individuo. Prefiere pensar en términos de grupos: étnicos, sexuales, socio-económicos, etc. Así, estimula un juego de suma cero en el que los intereses son, por definición, antagónicos y el resultado genera más malestar y conflicto social.

Pero, incluso si las encuestas fueran un anticipo certero del futuro, hay espacio para llamar la atención de muchos ciudadanos y proponerles que, en lugar de ocasionar un mayor daño al país eligiendo a un personaje como Petro, obtengan sus intereses por otros medios. De esto se trata la tercera parte de este escrito.

Fuente: Panampost