¿Quién quiere ser la Irlanda de América Latina? (Ld)

¿Quién quiere ser la Irlanda de América Latina? Esa es la pregunta que deberían hacerse los ministros de Finanzas de la región si quieren acelerar drásticamente el ritmo de crecimiento y desarrollo de sus respectivos países. Y es que, si algo nos enseña el Tigre Celta es que una economía puede pasar de la mediocridad a la prosperidad si apuesta decididamente por captar inversión a base de bajar los impuestos.

Según la guía fiscal que elabora la consultora KPMG, el tipo medio del Impuesto de Sociedades es del 21 % en la Unión Europea y del 24 % a nivel mundial. Sin embargo, las cifras para América Latina apuntan un promedio mucho más alto, en el entorno del 28 %. De modo que, desde el punto de vista tributario, el atractivo de la región brilla por su ausencia.

No es casualidad que Chile sea el país más próspero de América Latina. No solo lidera la región en términos de libertad económica, sino que mantuvo durante décadas un tipo reducido del Impuesto de Sociedades. Hace apenas quince años, dicho gravamen se mantenía en niveles del 16 %.

Sin embargo, las sucesivas revisiones al alza de este impuesto han dejado su tipo general en el 27 %, casi a la par con el resto de países de la región. Este deterioro fiscal ha coincidido con un período de menor crecimiento y mayor inestabilidad política, de modo que los dirigentes chilenos harían bien en reconsiderar su decisión de disparar la fiscalidad empresarial como respuesta fácil ante cualquier tipo de vaivén político.

No están mucho mejor las cosas en Argentina, pero al menos el Gobierno de Mauricio Macri ha anunciado cambios en la dirección correcta. Tras dos años en el poder, el que fuera gobernador de Buenos Aires ha apostado por rebajar este impuesto del 35 % al 25 %. Se trata, pues, de un vuelco simbólico, que permitirá que las empresas argentinas paguen un tipo ligeramente inferior al exigido en Chile.

Sin embargo, seguimos hablando de niveles de imposición superiores al promedio mundial y mayores que las tasas registradas entre las economías más ricas del mundo. Además, la rebaja solo es efectiva para quienes reinviertan beneficios, puesto que el reparto de los mismos se grava a tipos más altos.

Brasil está en el 34 %. Colombia, en el 33 %. México y Perú se mueven en torno al 30 %. Incluso jurisdicciones con impuestos empresariales más bajos, como Panamá, se colocan en el 25 %, cuatro puntos porcentuales más de lo que nos encontramos en la Unión Europea. De modo que el panorama de la fiscalidad latinoamericana es francamente desolador para las empresas y los inversores, que ven reducido en un tercio la rentabilidad de sus proyectos como consecuencia de la voracidad recaudatoria de los políticos.

Si antes citábamos el caso de Irlanda es porque la pequeña isla apostó hace décadas por reducir el Impuesto de Sociedades al 12,5%. Desde entonces, el ritmo de crecimiento del Tigre Celta se ha situado muy por encima de la media europea. En los años 80, un irlandés tenía el mismo PIB per cápita que un griego. Treinta años después, los primeros están entre los más ricos de Europa y los segundos se colocan en el vagón de cola.

Ese espectacular vuelco se explica por la fuerte atracción de capital que ha generado la reforma fiscal irlandesa, responsable del desembarco en el país de cientos de multinacionales extranjeras.

Ese es el ejemplo que debe seguir América Latina, especialmente ahora que el tipo general del Impuesto de Sociedades ha caído en Estados Unidos desde el 35 % al 21 %. Semejante ganancia de competitividad fiscal debe encontrar respuesta en la región, cuyos políticos no pueden quedarse de brazos cruzados ante el reto que supone la rebaja impositiva de Donald Trump.

 

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