The Handmaid’s Tale: la propaganda más bella (Twitter)

Basada en el libro homónimo de la escritora y poeta canadiense Margaret Atwood, la llegada a la televisión de The Handmaid’s Tale recibió una calurosa bienvenida por parte de un público al que los zombies polares y las rebuscadas tramas corruptas de la Casa Blanca lo hacían comenzar a ahogarse en el hartazgo.

Elizabeth Moss (protagonista y productora ejecutiva de la adaptación televisiva) es sin dudas uno de los talentos más prominentes de la década – vale recordar aquí su exquisita interpretación de Peggy Olson en la ya icónica Mad Men, considerada una de las mejores series de la historia.

The Handmaid’s Tale fue publicado en 1985 y ya en 1990 fue adaptado al cine de la mano del realizador alemán Volker Schlöndorff y con las actuaciones de Natasha Richardson, Faye Dunaway y Robert Duvall. El libro distópico (y cruelmente más explícito que sus adaptaciones) prometió siempre, en su apocalipsis estéril y grisácea, una estética que resulta más que atractiva para las cámaras.

En los tiempos que corren (en oposición a la década de los 1990) era evidente que la serie se convertiría en una especie de oda feminista, cuyas oscuras maquinaciones son tomadas por muchas personas (invadidas por una poco sana histeria colectiva) como precisas predicciones o, en los casos más fatalistas, como una genuina descripción de la realidad.

Miré con entusiasmo la primera temporada y, a pesar de la insistencia, no la tomé como una efigie de la represión machista, sino que me concentré en lo que quizás fuera la cuestión más relevante e interesante de la serie: ¿qué tiene que suceder, y cómo, para que nos demos cuenta de que nuestras libertades están siendo amedrentadas?

En The Handmaid’s Tale, una democracia aparentemente sólida y liberal se convierte, casi repentinamente, en una dictadura (que, por supuesto, tanto en el libro como en la serie, es de derechas) mientras que muchos de sus ciudadanos parecen encontrar consuelo en que esa pila de ridículas y estrictas medidas que deben de ahora en más aceptar, serán temporales y que pronto “todo volverá a la normalidad”.

Éste es un aspecto fascinante de la serie que nos toca muy de cerca y que, no obstante, pasa casi que inadvertido. El verdadero horror de The Handmaid’s Tale es que revela nuestra ignorancia e indiferencia hacia medidas gubernamentales que nos serán altamente perjudiciales y aun así, preferimos la ceguera.

La serie ostenta una magnificencia cinematográfica innegable, razón por la cual es imposible desmerecerla. Es la propaganda más bella, pero propaganda al fin, y es menester recordarlo.

En esta distopía, las pocas mujeres fértiles son obligadas a fecundar hijos para la familia anfitriona de turno siendo sometidas a constantes violaciones y abusos, y los homosexuales son asesinados o enviados a campos de concentración. Es un mundo dominado no sólo por hombres, sino por hombres poderosos y sin escrúpulos.

La segunda temporada se acerca más a la improvisación. El libro terminó en la primera temporada, por lo que todo lo que suceda de ahora en adelante será fruto de la especulación de los productores, más allá de que Atwood permanezca como “consultora”.

The Handmaid’s Tale, con sus violaciones y su tortura infinita no hace nada bueno por el “despertar” de las mujeres.  Las mujeres no queremos seguir siendo constantemente retratadas como las frágiles víctimas de un sistema desalmado, como mercancía fácilmente rompible, como las eternas “damsels in distress” acosadas y violadas sin cese.

Los productores de The Handmaid’s Tale parecen experimentar un fuerte placer con tal sadismo.

Margaret Atwood es una mujer formidable, que ha criticado al movimiento “#MeToo” afirmando que pretende instalar una “justicia popular” que podría devenir fácilmente en “linchamiento”.

The Handmaid’s Tale es un buen libro, y debe continuar siendo leído, más allá de que haya quienes pretendan removerlo de escuelas y estanterías por tacharlo de “pornográfico” y “anti-islamista”.

Ahora bien, sobre la serie emitida por Hulu (que por lo pronto seguiré) hay que tener en cuenta que es una suerte de folleto de tiempo compartido escrito por Borges que explota el dolor real de muchas mujeres para revolcarse en los aplausos de un colectivo histérico.

The Handmaid’s Tale es un buen producto, sí, pero no por ello deja de ser un delirio paranoide que no hace más que echar leña al fuego a una batalla posmoderna, vacía y sin norte.

 



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