Más de seis años y seguimos en lo mismo. O no. Estamos peor. El buenismo de lo políticamente correcto no solo se ha vuelto mayoritario, sino asfixiante.

En solo una semana en Bogotá un juez sentenció que la alcaldía de esta ciudad debe cambiar su eslogan para incluir al plural femenino y el Concejo de la ciudad ordenó que las mujeres deben tener prioridad en las sillas del sistema de transporte.

No es necesario creer, como hacen muchos, en teorías de la conspiración para dar la discusión sobre estas medidas. La supuesta teoría de género es igual a creer en que una civilización extraterrestre tiene el control de nuestras vidas. Tampoco es necesario ignorar que ha habido –y que sigue habiendo– grupos específicos que cargan con estigmas, rechazo y discriminación. Mucho menos se trata de profundizar los odios: como algunos grupos de feministas odian al sistema, a los hombres y a quiénes no comporten sus creencias, la respuesta de algunos es responderles con el mismo odio.

La discusión debe provenir de análisis más sosegados.

En algunas de sus obras, Tyler Cowen, sin necesidad de odios, teorías de la conspiración ni autoengaños, nos da algunas pistas del porqué el auge del buenismo de lo políticamente correcto. Una sociedad cuyos individuos se han vuelto altamente intolerantes al fracaso, a la frustración, a los sentimientos negativos. Todos queremos disfrutar la felicidad, sin pasar por sentimientos desagradables.

De igual manera, se podría sostener que esa sociedad tiene lugar como resultado de una visión sostenida en el tiempo que ha borrado al individuo para dar paso al colectivo. Por ello, los políticamente correctos no ven a seres humanos sino a “mujeres”, a “indígenas” o a “LGBTI” (y todas las letras que seguramente seguirán incluyendo). En lo mismo caen los que les responden con teorías de la conspiración, engaños u odios.

Lo que no entienden los defensores de la sociedad políticamente correcta es que su ideal de sociedad perfecta, de no discriminación y de respeto a todos por igual, está destinada solo a generar una sociedad distópica.

El amor por el semejante, el respeto y la armonía en la sociedad no se imponen. Los individuos temen a lo desconocido. Y la mayoría de veces, el temor resulta en ataques, en exclusión, en rechazo. Por ello, una fuente de cambio social, de reducción de esos fenómenos es la interacción entre individuos diferentes. Esto, lamentablemente para los entusiastas del cambio acelerado, para los impacientes, para los creyentes en la ingeniería social (que casi siempre son los mismos), no se puede imponer, sino que es resultado de procesos, las más de las veces no coordinados ni planeados y sí de largo plazo.

Pero, además, los políticamente correctos están alentando la creación de una sociedad revanchista. Si algunos fueron víctimas de exclusión y rechazo en el pasado, ahora ellos serán los que excluyan y rechacen. No están planteando una sociedad en la que quepamos todos, sino en la que algunos impongan sus valores a los demás. A la fuerza.

Sabemos que pueden existir ideas que son más cercanas a la verdad que otras. Pero esto no quiere decir que sepamos cuáles ideas son realmente verdaderas y que aquellos que estén equivocados y que decidan persistir en su equivocación deban ser obligados a pensar diferente.

En una sociedad no se puede pretender la perfección ni ningún ideal ni utopía. Una sociedad es la expresión de la vida en comunidad sin mayor pretensión que la satisfacción de deseos y necesidades de todo tipo por parte de todos y cada uno de los individuos. Por esto, no se puede aspirar a máximos, sino a mínimos en las normas de interacción. Las personas también tienen el derecho a estar equivocadas.

No solo lo anterior, sino que la sociedad políticamente correcta comete un grave error. Las injusticias, las exclusiones y persecuciones han sucedido, sin excepción, como resultado del control del poder político y de la acción estatal. ¿Por qué creen los políticamente correctos que ese mismo poder político será capaz de generar, ahora, una sociedad incluyente? ¿O acaso lo que pretenden es, como señalé antes, una sociedad con nuevas exclusiones y persecuciones?

Mientras tanto, tres consecuencias pueden estarse gestando. Primero, esos sectores sociales que se consideran amenazados por esa sociedad políticamente correcta pueden responder, en algún momento, degenerando en mayores conflictos sociales.

Segundo, se consolida la creencia en la ingeniería social. Por ejemplo, los defensores del uso del lenguaje para crear inclusión ignoran (decidieron ignorar) que, si bien este es importante, solo nos sirve como reflejo de prácticas sociales. Es decir, el uso del lenguaje es un resultado y no la causa de la realidad social. Cambiarlo, por ley, no genera necesariamente los cambios positivos esperados.

Por último, la concentración en la agenda políticamente correcta, al plantearse de una manera positiva, amenaza la libertad de manera grave. De un lado, de manera directa, porque limita las decisiones individuales y sus resultados sociales. Del otro, porque desvía la atención de otras restricciones a la libertad y hace que aquéllas se vean como menos graves.

Una sociedad políticamente correcta es una amenaza a la libertad. Por ello, no puede enfrentarse con otras amenazas. El rescate de la individualidad, de la falibilidad humana y de la importancia de la frustración, del fracaso y de otros sentimientos no agradables en el desarrollo de la vida deben ser algunos de los elementos a tener en cuenta. Lo demás es pretender lo políticamente incorrecto por lo incorrecto. Igual de peligroso que su contrario.

PANAMPOST