Frente a la gesta de rebeldía más heroica, valiente y genuina de la historia contemporánea de Venezuela, la dictadura ha esgrimido la violencia. Esa ha sido su respuesta. Muertos, heridos y detenidos.
Al mismo tiempo, en un intento de imponer la agenda y de acelerar la consolidación de un Estado totalitario, Maduro ha presentado la Asamblea Nacional Constituyente —aquella última herramienta con la que intentará socavar los finales vestigios de libertad.
Pero, todo ello: la violencia —la desmedida violencia—, y el intento de imponer con furia el totalitarismo, solo derivará en la condena del mismo régimen. Un régimen que se ha cercado y ha esbozado, con torpeza, su inminente caída.
La Asamblea Nacional Constituyente ha sido la herramienta que más ruido ha generado dentro del chavismo. Ciertamente, hoy ninguna fuerza tiene la capacidad de destruir a la otra; sin embargo, las circunstancias nos han impuesto una lucha de resistencia en la que prevalecerá aquel bando que disfruta de legitimidad y que busca rescatar valores sagrados. Un bando sostenible en el tiempo y que solo se fortalece de la indignación, la rabia y los deseos de libertad.
Es un bando que, a pesar de las diferencias, es sólido. Que ha entendido cuáles son las alternativas restantes y que ha, poco a poco, comprendido cuál debe ser el fin de esta épica batalla. Un bando que logrará la victoria al lograr el fractura de la facción criminal.
Agrietamiento que ya se dio. Que ya inició. Eso gracias a los avances del movimiento cívico que se ha alzado en Venezuela y que ha forzado al régimen a exponer su carácter más criminal y violento.
Hoy asoman la Asamblea Nacional Constituyente y la violencia como mecanismos para suprimir a cada individuo. Pero lo contrario ha sucedido. La dictadura se ha acorralado y ha quedado sin salidas. Hoy no les quedan opciones.
Si continúan con la intención de instaurar el régimen totalitario, estarían acelerando su salida. El desmantelamiento de la República sería su condena. Es la medida más impopular que han tratado de vender, y que, frente a la inestabilidad provocada por la ciudadanía, tampoco podrán implantar.
Por otra parte, si acentúan las agresiones, también fracasarán. La violencia es solo la estrategia de aquellos que han perdido el poder. Han erigido la brutalidad porque se sienten cada vez más amenazados. El desespero los obliga a ceder a la torpeza. Y eso es lo que hay que buscar.
Se debe exponer a la dictadura, molestarla y provocarla, porque la violencia los condenará igualmente. Esta carece de legitimidad y, sin duda alguna, cada vez será más incómoda para aquellos que rodean al pequeño grupo de criminales y que, hasta ahora, siguen siendo cómplices de ellos. La violencia definitivamente derivará en el desmoronamiento del chavismo. Y esto ya lo hemos visto.
El carácter criminal del régimen de Nicolás Maduro ha encendido las alarmas del mundo. La represión y la barbarie han forzado a Luisa Ortega, a magistrados y militares dar un paso al lado. Y, mientras más límites intenten traspasar —al verse cada vez más en la necesidad de hacerlo—, más inminente se hará la caída del régimen.
La coyuntura, impuesta por la sociedad civil, nos sugiere que la victoria está cerca. Que la libertad volverá. Hemos dejado al régimen en la necesidad de recurrir a alternativas que solo acelerarán su caída. No hay autoritarismo que sobreviva a una toda una sociedad dispuesta a rescatar su libertad.
“Ningún Gobierno puede subsistir a una movilización activa de, al menos, 5 % de sus ciudadanos”, dice en un estudio el profesor de Política de la Universidad de Maryland, Mark Lichbach. La profesora Erica Chenoweth coincide, pero con un porcentaje más reducido: “Solo basta el 3,5 % de la población”.
Cada arbitrariedad. Cada criminal acción es una torpeza emprendida por el régimen en el intento de suprimir el civismo que se ha esgrimido contundentemente en las calles. No podrán. Van más de setenta días y la sociedad civil está decidida a continuar hasta lograr la reivindicación de los valores más sagrados.
Y, aunque el régimen quisiera ceder, agradezco que los escenarios se han forzado hasta presentar una sentencia: ya es tarde. La población se ha transformado en ciudadanía. A estas alturas ya el único fin aceptable es la libertad.
La dictadura de Nicolás Maduro está en su etapa final. Presenciamos un moribundo y agonizante proyecto. El régimen de Maduro está acorralado y sin poder escapar. Ellos solo dilatan su condena y, en ese intento, se embarran cada vez más.
No Comment