El 1966 se publicó el libro de Helmut Schoeck titulado La envidia: una teoría de la sociedad. Escandalizó a los socialistas al identificar sus teorías de la explotación y la alienación como sucedáneas de la primitiva creencia en la hechicería. Schoeck profundizó en la envidia como causa de fenómenos sociales muy a contracorriente de la tendencia a evitarla como tema de investigación académica. Su propósito fue:

“explicar –a modo de teoría, y con la ayuda de diversas hipótesis– cómo se ha llegado a una serie de normas determinadas de comportamiento que actúan en todo grupo y en toda sociedad, sin las que no es posible la convivencia social, pero que, por otra parte, pueden degenerar también en peligrosas agresiones y crear enormes obstáculos para la acción. No tiene sentido querer analizar las estructuras sociales sin intentar antes comprender cuáles son los impulsos humanos que crean, soportan, modifican o destruyen esas estructuras”.

Schoeck nos muestra que sin envidia no hubiera evolucionado la sociedad humana. Pero sin reprimirla no puede funcionar el orden social a gran escala. La unidad de propósito y la obediencia hacia algún mando en los pequeños grupos fue posible por la envidia. Pero en las altas culturas tal atavismo será clave de los totalitarismos, advierte Shoeck:

“la sociología del poder y del dominio debería tener en cuenta el factor de la envidia cuando se observa que algunos de los que se someten al poder desean que otros –que todavía han logrado substraerse a este influjo– se sometan también, para ser todos iguales. Fenómenos como el Estado totalitario, la moderna dictadura, solo se entienden a medias en la sociología si se pasan por alto las relaciones sociales entre los ya igualados y los todavía inconformistas”.

Es evidente la cohesión que el sentimiento de envidia otorga al grupo pequeño con unidad de propósito. Pero del grado de represión de su envidia dependerá el grado en que esos grupos puedan o no descubrir y adoptar innovaciones para sobrevivir y prosperar en un mundo cambiante.

La paradoja de la envidia que explica Shoeck es que, aunque de la envidia dependió la cohesión de los grupos menores, mientras del manejo y represión de esa envidia depende que dichos grupos crezcan pues:

“los grupos menores y las familias cuyos miembros no acertaron a desarrollar sensibilidad bastante frente a la amenazadora envidia (…) a la larga se mostraron incapaces de formar los grupos mayores requeridos para poder conquistar su medio ambiente”.

En culturas primitivas la envidia se legitima y enmascara mediante la creencia supersticiosa en la hechicería. Hechicería que permite creer que quién por sí mismo alcanza más que otros, se los habría quitado con maleficios. En culturas primitivas muy dominadas por la envidia no hay otra explicación para cualquier diferencia que esa hechicería. Pero la insoportable vergüenza del envidioso cuando queda en evidencia su motivo requiere enmascarar la envidia para justificarla. De la etnografía Schoeck obtiene que:

“Es evidente que el hombre primitivo (…) consideran como caso normal el de una sociedad en la que en cada momento concreto todos sus miembros tienen una situación absolutamente igual. Este hombre primitivo está dominado por la misma idea de igualdad que puede observarse desde hace algunos años en las corrientes políticas de las altas culturas. Pero la realidad es siempre otra cosa  muy distinta. Comoquiera que no consigue explicarse racionalmente las desigualdades existentes, este hombre primitivo atribuye causalmente las desviaciones, tanto hacia arriba como hacia abajo, respecto de la supuesta sociedad normal de iguales, a los poderes maléficos de otros miembros de la comunidad”.

La legitimación intelectual de la envidia en las sociedades avanzadas que han superado las creencias supersticiosas en el poder de la hechicería requiere un sucedáneo que justifique y enmascare la envidia disfrazándola de justicia. Y Schoeck explica como:

“La autocompasión, la incapacidad de reconocer que otros pueden tener ventajas o méritos que no han debido robar necesariamente a un tercero, es decir, a la persona que se siente envidiada, se encuentra también entre los individuos de las altas culturas, que deberían estar mejor informados sobre la materia. No hay, en verdad, una gran diferencia entre las creencias en la magia negra propias de los pueblos primitivos y ciertas ideas modernas. Mientras que, desde hace más de un siglo, los socialistas se consideran robados y estafados por los empresarios y desde el año 1950 los políticos de los países subdesarrollados piensan lo mismo respecto de los países industrializados, en virtud de una abstrusa teoría del proceso económico, el hombre primitivo se considera robado por su vecino porque éste, con ayuda de la magia, ha sido capaz de embrujar una parte de la cosecha de sus campos”.

La mentalidad primitiva cree en una igualdad instintiva inexistente en sus pequeños grupos. La diferencia ha de ser explicada. Y los grupos cuyas explicaciones justifiquen la división del conocimiento y descentralización de las decisiones, evolucionarán en sociedades relativamente más prosperas y numerosas. La mentalidad primitiva se excitará de envidia ante las crecientes diferencias en diversidad horizontal o desigualdad vertical, sean materiales, intelectual o morales. Pero la mitología de la aspiración atávica hoy llamada socialismo será incapaz de alcanzar la sociedad libre de motivos de envidia que profetiza. En última instancia, señala Shoeck, porque los hombres no somos iguales en fuerzas, talentos, capacidades y preferencias, no podemos ser iguales en  resultados. Y mientras en mayor miseria material nos hundan para igualarnos, más se excitará la envidia ante las últimas diferencias inevitables. Igualarnos en todo exige hacernos completamente desiguales en derechos. Shoeck explica por qué quienes pretendan imponer la igualdad exigirán el totalitarismo, ocasionarán la miseria y como los cerdos de la fabula de Orwell impondrán la peor tiranía. Aquella en la que “todos los animales son iguales, pero unos son más iguales que otros”.

FUENTE: PAN AM