Los más avezados corruptos no tienen mácula alguna ni antecedentes penales. En la mayoría de los casos, no dejan huellas, están limpios. Por tanto, no hay nada que los vincule con el ilícito cometido, sino hasta cuando un buen día, por razones que escapan a la natural habilidad que tienen los bandidos para esconder sus entuertos, pierden la máscara, cual actor que se baja del escenario, y son conocidos- en este caso descubiertos-, en su verdadera dimensión y maldad. Siendo la corrupción el peor de los flagelos en Colombia (las cifras conocidas son de proporciones bíblicas), no es fortuito que haya mucha más plata perdida que culpables en la cárcel: los grandes prestidigitadores del “robispisio” están en la calle, rascándose la barriga y frotándose las manos, y lo que es peor: todos sabemos quiénes son, incluyendo a los entes de control.

Sin duda alguna, la lucha contra la corrupción es la batalla por antonomasia de un Estado que, como el nuestro, se desangra por el manejo irregular de sus recursos. Lo dije hace varios años en esta columna: “Desde que la política se volvió un negocio, hemos visto pulular empresas electorales que gastan miles de millones de pesos para elegir a sus candidatos. Esas fortunas invertidas en las campañas no alcanzan ni remotamente a recuperarse con la reposición de votos que hace el Estado. El verdadero reembolso y la consecuente ganancia vienen de la mano del robo de la salud, la educación, las obras civiles y todo aquello que sea susceptible de una mordida. La financiación de las campañas es la fuente primigenia de esa gran tragedia nacional que es la corrupción”. Tampoco puede soslayarse, como causa de la debacle, la arraigada cultura mafiosa en una sociedad en la que hay que conseguir plata rápido y de la forma que fuere.

“Se volvió costumbre, y nadie dice nada, que las personas nombradas o elegidas para un determinado cargo resulten millonarias al terminar su gestión, con propiedades a granel y cuentas en el exterior, cuando todo el mundo sabe que no tenían dónde caerse muertos antes de volverse unos hampones profesionales (hay unos que tienen plata y aún así roban; esos son peores). Que nadie se queje de lo que hoy estamos cosechando. El voto irresponsable, el silencio colectivo y la aceptación social del corrupto han sido los cómplices perfectos”. Pero la corrupción también opera, cuando, por amiguismo y roscas, se favorece a unos cuantos: verbigracia los contratos multimillonarios al hermano del ministro de hacienda, las travesuras documentadas de “Gini y Ceci” y la pauta publicitaria ilimitada para los medios dedicados a la propaganda oficial, por tan solo citar tres ejemplos.

Difícil empresa combatir la corrupción, cuando es patrocinada por el régimen. La mal llamada “mermelada” está pasando factura. Es tanto como darle una botella de licor a un alcohólico y pedirle que solo beba un trago y guarde el resto. El Gobierno exacerbó la codicia de los miembros de la Unidad Nacional (todo tuvieron que comprarlo), y ahora no hay nada que pueda saciarlos. Como ya el horror es inocultable y se hace necesario darle “contentillo” a la galería, aparentando honestidad, el régimen empezó a lanzar a los lobos a los menos importantes del engraneje delincuencial (los políticos de la provincia), al tiempo que protege a varias “vacas sagradas” del altiplano. Es curioso pero, entre los “impolutos”, también hay estratos.

[email protected]