Después de cada tiroteo en Estados Unidos aparece un grupo internacional de puritanos abogando por la prohibición de tenencia de armas de fuego, como si dicha medida fuera una solución a lo que es un problema mucho más profundo: el acceso a las armas en sí.

Creer que el dilema radica en las armas y no en los valores de una cultura es no solo una simplificación que roza lo absurdo, sino, también, una negación de la responsabilidad humana en los hechos.

Quizás solamente las drogas han despertado un debate similar, con fanáticos tanto de un lado como del otro; y, al igual que sucede con el porte de armas, se ataca a la consecuencia y se evita mirar a la causa a los ojos.

Para salvar vidas, y por el bien de toda la sociedad, hay que ser rotundo en lo que muchos no ven como una obviedad —a pesar de serlo: las drogan no se consumen solas, las armas no se disparan solas—.

En Uruguay, un país en el que la tenencia de armas está sumamente regulada, hay proporcionalmente más muertes por armas de fuego que en Estados Unidos (número de muertes por cada 100.000 habitantes). Suiza, por su parte, el tercer país más armado del mundo y donde la adquisición de armas es legal y en el que 46 de cada 100 habitantes poseen armas, no presenta tiroteos ni números alarmantes por muertes por armas de fuego.

Es hora de concluir que el factor cultural es determinante para un tipo de tragedias en el que Estados Unidos parece estar, por el momento, sumergido.

La Segunda Enmienda de la constitución de Estados Unidos protege el derecho de sus ciudadanos a portar armas, y así ha sido desde su implementación en 1791, cuando el gigante del norte apenas contaba con unos 15 años de edad.

Para entonces, las posturas del filósofo inglés Thomas Hobbes y de su par francés Jean-Jacques Rousseau ya habían sido confrontadas y habían consecuentemente trascendido como “el debate Hobbes vs. Rousseau y la naturaleza humana”, que aún despierta pasiones.

El sentido común le da la razón a Hobbes. La ciencia, también. Distintos descubrimientos arqueológicos indicarían que el primer genocidio de la historia fue cometido por el homo sapiens hacia el neandertal, mucho antes de todo indicio de civilización (Sapiens, Yuval Noah Harari, 2011).

¿Por qué traer a colación a Hobbes y a Rousseau, o a hechos acontecidos hace 28.000 años, en el debate de las armas? Porque lo que está intentando hacer el puritanismo internacional (que sigue la escuela de Rousseau) es quitar toda responsabilidad al asesino y transferirla a un objeto inanimado que, en sí, no hace daño alguno. El puritanismo niega la maldad como si fuésemos todos miembros de las Carmelitas Descalzas hasta que un mal día, un arma levita y se sitúa en nuestra mano.

Algún distraído podría argumentar que es precisamente porque se está al tanto de la maldad humana que se exige la prohibición de armas. Esta persona, de existir, sería (tal como mencioné) un distraído que ignora que en Europa la principal modalidad para asesinatos en masa es una camioneta o, en su defecto, un objeto punzante. ¿Solicitarán  también prohibir todo tipo de vehículos y recurrir a cuchillos de plástico?

Para encontrar soluciones hay que alejarse de la ingenuidad: el que quiere matar, siempre encontrará una forma de hacerlo, con o sin armas, con o sin regulaciones.

Ahora una buena parte del electorado demócrata procederá a exigirle a Trump que haga lo que no hizo ninguna mayoría demócrata en el poder: que restrinja el acceso a las armas de fuego.

El tema insta a rigurosa meditación. Uno de los aspectos que merece especial reflexión es que la Segunda Enmienda tiene casi 230 años, mientras que los tiroteos son un evento recurrente hace poco menos de 30 años. ¿Qué pasó en la sociedad estadounidense en las últimas décadas? ¿No estaremos enfrentando un tipo de decadencia que hunde al ser humano en la frustración y lo arrastran hacia la violencia?

No quisiera jamás sentir el dolor de padres que despidieron a sus hijos en el desayuno y que estos jamás volvieron a casa porque un tercero, con infinidad de problemas, estaba enojado con el mundo.

No obstante, solo una certeza me resta: en una cultura superflua que idolatra todo lo efímero, cuando prohíban las armas irán por las camionetas; cuando prohíban las camionetas irán por los cuchillos; cuando prohíban los cuchillos irán por los bates de baseball…

Fuente: Panampost