Por: David Santos.

A pesar del tratamiento informativo del Paro 4D, el país amaneció hablando de los resultados nefastos que obtuvimos en las pruebas de Saber Pisa, de las que participan varios miembros de la Ocde. Hubo desmejoras en competencias de lectura y ciencias y nos mantuvimos en el mismo margen en matemáticas.

Contra cualquier reclamo que pueda hacérsele a las políticas del Estado y el gobierno acusándolas de los malos números, los maestros tienen gran responsabilidad en que nos hayamos rajado.

Al margen de estas malas cifras con que puede confrontarse a un gremio que hoy está en las calles alentando las manifestaciones de protesta, aparece mucho más grave lo que se puede decir de los actos violentos que terminaron con la muerte de un estudiante encapuchado tras manipular artefactos explosivos en las inmediaciones de la Universidad de Antioquia.

Desde hace un tiempo abunda cierto tufillo de la penetración en las universidades públicas del país del germen violento de algunas ideologías críticas que han utilizado las vías de hecho como instrumento político para matar y ocasionar el caos. La avalancha de pensamiento crítico con sus propuestas de transformación radical también ha alcanzado el cénit intelectual de otros claustros académicos. Hay una vena crítica que parece aún estar conectando en redes sociales ─no me estoy refiriendo inmediatamente a la mediación digital de los espacios sociales en red─ a los agentes de ciertos proyectos político-intelectuales con los agentes de ideologías políticas violentas.

La muerte de un Julián Andrés Orrego Álvarez, estudiante de la Universidad de Antioquia, deja sobre la mesa al menos tres premisas que cada cual podrá interpretar como quiera. La primera es que la Universidad de Antioquia ─así como bien puede suponerse que otras claustros públicos también lo podrían estar─ está siendo inoculada por los actores violentos y las ideologías políticas que utilizan vías de hecho para esperar resultados, que entre otras cosas, apoyan el Paro. La segunda es que para que estudiantes se vean implicados en este tipo de incursiones significa que hay en las universidades estatales un proyecto intelectual, académico y crítico que comulga con prácticas de insurgencia caóticas y desestabilizadoras.

Y la tercera es que fácilmente se puede delinear una red ─querida o no, intencionada o no, a voluntad o no de los actores─ entre agentes violentos, agentes intelectuales y otros agentes políticos que promueven las manifestaciones desde espacios sociales en redes como el senador Gustavo que aun ofreciendo el gobierno la posibilidad de un diálogo directo y la conformación de una Gran Conversación Nacional, sigue alentando no sólo paro de las prácticas productivas, estatales, sino indirectamente el paro de los derechos para habitar la ciudad de quienes se ven afectados por las manifestaciones ciudadanas. Permítame meter una cuña al margen y decir que en razón de ello, se necesita que quienes ejerzan posiciones de poder sean tan sabios y prudentes tratando con la vida de cientos de miles de ciudadanos.

La sola red entre las facciones violentas en las universidades y los círculos intelectuales que las pueden estar alimentando, es ya escabrosa. No solo porque se trata de la educación del futuro de la sociedad, sino porque es una locura pensar que después del violento siglo XX aun sigamos asistiendo a rémoras intelectuales utilizando la razón para incitar el caos. En detrimento de los intereses de los que apoyan el paro, lo que sucede en las universidades es síntoma de que la educación y los argumentos que promueven los líderes del magisterio en las protestas están manchados por unas ideologías crítico-político-violentas que aun quisieran imponer un poder disciplinar para la transformación radical, a sabiendas de los excesos, digamos por de pronto, de Stalin.