Por: Benedicto Truman.
El país vivió el 21 de noviembre una jornada de para nacional multitudinaria. Sin embargo, en paro no solamente están el barullo de colectivos sociales que se manifiestan por las calles de las principales ciudades del país. En paro también están los derechos de millones de ciudadanos que parecen no importar a quienes se manifiestan para clamar por los suyos. El presidente Iván Duque Márquez, respetuoso de la protesta social pacífica, ha llamado la atención, sobre las obligaciones y deberes de los sujetos de derechos. El derecho a la dignidad, al transporte público, al trabajo y a la propiedad, están siendo puestos en peligro por agitadores, paristas, bloqueadores de vías y violentos.
Da la impresión de que en paro también estuvieran el sinnúmero de exigencias que al mezclarse en una manifestación emborronan los intereses particulares de cada colectivo o movimiento social al tiempo que acrecientan el caudal de marchantes. Y es que aunque resultados contingentes por vías extraordinarias pudieran hacer salir victoriosos a los inconformes y aun quedando demostrado los alcances y en todo caso los límites de las estrategias de expresión política de la democracia participativa, no resulta tan claro cuáles son las conquistas específicas que en la real politik puedan llegar a obtener cada uno de los intereses en juego.
Asesinatos de líderes sociales, protección del medio ambiente, contra las medidas de las organizaciones de gestión financiera trasnacional –para los marchantes neoliberal- , por el falaciosamente llamado paquetazo de Duque, por las libertades de las minorías sexuales, por la defensa del hábitat, por el reconocimiento de los pueblos históricamente marginados, por el reclutamiento de menores de edad por los residuos insurgentes de la guerrilla desmovilizada, las que quedan y las bandas delincuenciales que persisten, contra la corrupción que no logró gestionarse políticamente en una reforma integral, contra los objeciones al acuerdo de iniciativa gubernamental, contra el incumplimiento de los acuerdos. Todas son razones que alentaron que millones de personas salieran a marchar.
Y aunque desde diversas orillas del espectro político se agitaba el descontento poniendo empeño en buscar el mayor número posible de motivaciones que aumentara el caudal de paristas, esperando que un grueso de personas alcanzara lo que hemos visto recientemente en Bolivia con la renuncia del ex presidente Evo Morales, es posible que las demandas atiborradas no logren el objetivo específico de cada uno de los sujetos políticos particulares. Tal vez esperando los resultados de la primavera árabe que logro reformas sustanciales, la manifestación política en Colombia se esfuma entre tantas demandas imposibles de gestionar al tiempo. Y aunque diversos analistas han querido encontrar un punto en común en torno a la ocurrido poniendo el acento en el proceso de paz, es lícito interpretar que de su pretendido análisis objetivo hablan sus propios intereses subjetivos. No es que no pueda encontrarse en común, es que las demandas eran tantas, que para tramitarlas harían falta varias decenas de reformas y proyectos legales y constitucionales para darle vida a la voz popular.
Podría ser que la protesta organizada de diferentes colectivos, incluso si se viera reducido el número de marchantes, pudiera gestionar desde diversos métodos mejores resultados para los intereses de sus movimientos y comunidades. La organización social en red contemporánea gestiona más fácilmente los objetivos particulares en torno a estrategias de intervención que dependiendo el enfoque y la coyuntura puntual despliegan estrategias político culturales capaces de tomarse la sensibilidad ciudadana y de ejercer presión sobre la dominación institucional. No estoy negando el famoso refrán de que la unión hace la fuerza, estoy tratando de examinar cómo operan las demandas en la real politik representativa para la que los trámites toman tiempo y son bien específicos.
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