Las protestas que estremecen las calles de Venezuela se alimentan de la desesperación de una generación sin futuro. En la mira de la policía política, bajo infiltración y persecución de un poder inmisericorde, sujetos al riesgo de desaparición tortura y asesinato. Pero con la violencia de la desesperanza hecha desesperación, finalmente protestan los pobres, los morenos, los jóvenes de los barrios y los pueblos más miserables. Ver lo que hizo de ellos la revolución en el poder asombra y escandaliza a quienes antes reclamaban su ausencia para ahora resentir su presencia.
No podían ser diferentes a lo que son, los auténticos hijos de la revolución, los que han crecido bajo el poder chavista. Jóvenes que saben que no tienen más futuro que la miseria en un país cada día más aislado, pobre y violento. Quienes no tienen ni la esperanza de irse del país, o se pliegan sumisamente al poder por una bolsa de alimentos. O se lanzan a la calle a protestar contra la escasez, el racionamiento y los asfixiantes controles impuestos por quienes les han dejado sin futuro ni esperanza. Lo sepan o no –y lamentablemente muchos no lo saben– están protestando contra el socialismo al resistirse con desesperación a sus inevitables consecuencias.
Los que si lo saben son quienes gobiernan. Muestran la prisa esperable en quienes pretenden completar el totalitarismo cuando las nefastas consecuencias de su más de década y media en el poder son cada vez más claras. Ante la irrecuperable pérdida de apoyo electoral apelan a la ruptura del orden constitucional. Tras suspender elecciones indefinidamente convocan una espuria asamblea constituyente diseñada para que ese menos del 20 % que todavía les apoya se imponga permanentemente sobre la abrumadora mayoría que los repudia. Es institucionalizar la dictadura mediante una constitución soviética para Venezuela. El común de políticos opositores no termina de elevarse a la altura del momento porque carecen de ideas radicalmente diferentes a las de los gobernantes para enfrentar la causa del mal. No les falta ambición, valor y sacrificios. Ni conocimiento del juego sucio. Pero el que la oposición política no deje de ser socialista en Venezuela, un país al que esas ideas hunden en la miseria y la violencia –aunque se explique históricamente– no deja de ser una paradoja trágica.
La creciente brutalidad de la represión no es simple urgencia. Intenta imponer el miedo sobre muchos más que sienten lo mismo que los que protestan. La brutalidad y el abuso del poder son invisibles para quienes ven a través del cristal de la propaganda de un gobierno del que dependen cada día más y al que han sometido su conciencia.
Llegamos al borde del abismo democráticamente gracias al infame adoctrinamiento que desde mucho antes de la llegada al poder de los actuales gobernantes adelantaron quienes ayer gobernaron como su versión moderada. Es bueno que noten que desde este punto el proyecto revolucionario es incompatible con la democracia política. Es razonable quien al borde del abismo se niega a dar un paso al frente. Quienes resisten el proyecto totalitario de Maduro en nombre de Chávez, como quienes se oponen al socialismo en nombre del socialismo, hoy coinciden en su propio interés con el interés general.
No es el momento de hacerle el juego por simple orgullo intelectual a quienes destruyen material y moralmente a Venezuela para imponer su revolución sobre un desierto de miseria y envidia. Los venezolanos hemos perdido lo poco que teníamos de República. En medio de la obscuridad que nos rodea necesitaremos la más pequeña luz de la que cada cual sea capaz para llegar algún día a recuperarla y rehacerla.
Algunos comienzan a temer más a los efectos empobrecedores de la revolución en el poder, que al poder del gobierno para aplastara quien se oponga. Es lo que está ocurriendo y seguirá ocurriendo. Independientemente de cuándo y cómo se materialicen las protestas, las causas de los males que empujaron a los jóvenes a protestar seguirán ahí. Por un conjunto de ideas que únicamente pueden producir destrucción material y moral.
Que únicamente pueden venderse mediante la mentira y el miedo. En la ideología tras el chavismo no hay sino envidia y resentimiento. Para muchos Venezuela pasó el punto de no retorno en el totalitarismo de nuevo cuño.Es posible, como es posible que se desmorone rápidamente por sus contradicciones internas.
Aunque si cayera a corto plazo no será bajo su propio peso. Eso no significa que gobernará para siempre de llegar a superar el rechazo mayoritario que se le opone hoy. Lo que se intenta imponer sobre Venezuela es intrínsecamente inviable en el mundo moderno a largo plazo. Que tan largo sea ese plazo ha de preocupar a quien sabe que le toco en suerte sufrirlo. Mucho dependerá del que quienes están adquiriendo conciencia del verdadero origen de nuestros males sean cada vez más. Y que lleguen a entender la verdadera solución para recuperar en un futuro mejor la esperanza hoy perdida.
Lo que le ha robado el futuro a los Venezolanos, además de su propio gobierno, es una intelectualidad comprometida con las ideas que desde ese gobierno se imponen hoy. Intelectualidad que es parte de una efectiva red global descentralizada y espontanea cuyo objetivo y fe común es un igualitarismo que desde finales del siglo XIX se autodenomina socialista. Eso se combate únicamente con una fuerza equivalente y de signo contrario. Tras los asesinatos, tortura, detenciones arbitrarias e incluso aleatorias, la censura solapada, la brutalidad desatada de fuerzas represivas oficiales y oficiosas que se lanza desde el poder en Venezuela hay una idea poderosa, una fe. No sólo errónea, sino maligna, y únicamente si llegamos a entenderlo nuestro trágico periplo por infierno no sería en vano.
FUENTE: PAN AM
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