En su valioso testimonio publicado en La vida oculta de Fidel Castro, el exguardaespalda del adalid de la Revolución Cubana, Juan Reinaldo Sánchez, relata cómo fue el primer encuentro entre su líder y un prometedor sindicalista brasileño.

“Un día veo a Barbarroja [jefe de inteligencia de la Revolución] aparecer a grandes zancadas en la antecámara de Fidel en el palacio. Va acompañado del sindicalista brasileño Lula, el cual se presenta entonces por primera vez a la presidencia en su país. Estamos en 1989. Mientras la campaña electoral se halla en su apogeo en Brasil, al parecer Lula considera útil dar un rodeo por La Habana para encontrarse con Fidel”, se lee en las imprescindibles memorias del exguardaespalda.

“Las primeras palabras de Barbarroja resuenan aún en mi memoria: ‘Les presento al futuro presidente de Brasil’, suelta sin dirigirse a nadie en especial”, continúa Juan Reinaldo Sánchez.

Lula viajó a La Habana con el fin de recibir oficialmente el respaldo del principal líder de la izquierda mundial. Pero además, ese encuentro sirvió para establecer las primeras bases de la constitución de un verdadero movimiento político e ideológico en la región.

El sindicalista lideraba todas las encuestas en su país pero, al final, perdió la segunda vuelta contra el candidato conservador Fernando Collor de Mello. No obstante, su participación se convirtió en un avance para la izquierda. El movimiento de Lula, el Partido de los Trabajadores, se consolidó como fuerza política con influencia considerable en Brasil. Como tal, una de las principales organizaciones de izquierda en la región.

Para 1989 ya no era Cuba contra el resto. Brasil le daba a la izquierda latinoamericana una oportunidad para responder al desmoronamiento de la Unión Soviética. Lula pasó de ser un líder local a uno internacional. Era popular y querido. Fidel, astuto, entiende la coyuntura y decide aliarse con el Partido de los Trabajadores.

En julio de 1990, Lula y Fidel presiden una serie de conferencias en La Habana a la que asisten la mayoría de los movimientos comunistas y de izquierda en la región. Al final, se decide establecer lo que luego se oficializaría en Brasil como el «Foro de Sao Paulo».

El proyecto de Fidel

Si en los sesenta La Habana promovería la guerrilla y la lucha armada; ahora se buscaría la propagación del comunismo por medios tradicionales.

De los encuentros en Cuba se aprende a descartar lo antipático y adoptar ideas más digeribles. Prima el «socialismo». Se entiende que el leninismo ya no es tan atractivo como las ideas de Bernstein, Brandt o Lasalle.

La vía sería la electoral. Castro se enfoca, entonces, en los fenómenos que surgían en diferentes países de la región a conquistar, como el sindicalista; mientras, en Venezuela, surge un teniente coronel, que se erigiría hasta palpar la gloria. Lula fue, junto con Hugo Chávez, pieza fundamental de ese macabro proyecto del Foro de Sao Paulo.

Pero al brasileño no lo ayudaría el «pueblo» sino hasta 2002. Chávez, en cambio, contaría con el respaldo suficiente para convertirse, con su primera candidatura en 1998, en el primer gran logro del Foro.

Con la ayuda ahora de una abultada petrobilletera, Fidel pudo expandir su añejo proyecto. No triunfó derramando la sangre de jóvenes románticos, sometidos al delirio de un criminal y fracasado sistema; en cambio, lo hizo con maquiavélica sutileza. La coyuntura también ayudó. Tradiciones políticas como la venezolana, antes sólidas y firmes, ya andaban agostadas y las sociedades, entonces, optaron por el suicidio.

La euforia por esa pareja de comunistas, Chávez y Fidel, se contagió con rapidez. Los latinoamericanos querían eso para sus países. Devolver el timón al autoritarismo, pero al socialista.

Las primeras conquistas de Castro no fueron banales: un país presuntamente rico con una poderosa industria petrolera y un potencial imperio. Continuó Argentina, Chile, Uruguay, Nicaragua, Honduras, Perú, Bolivia. Para a mediados de los 2000, el mapa de la región era rojo.

Pero como ascendió, fue un proyecto que terminó en el fracaso. Fue lo natural. Desde que se edificó, con peligrosa rapidez, el fracaso pendía sobre el modelo. Un sistema que jamás había triunfado y no tenía por qué hacerlo ahora.

La caída

No necesariamente la caída del proyecto significó una derrota para Fidel Castro. El viejo murió feliz y su hermano goza de una libertad y complicidad inaceptable. Impunidad innoble contra la que algunos valientes todavía luchan.

Pero, de todas maneras, el proyecto se terminó viniendo abajo. Ya el mapa no es rojo y las sociedades comprendieron. Regresaron de la muerte para patear a quienes impusieron el averno en vida. Cayó Kircher, Dilma, Correa; se fueron Humala, Bachelet, Zelaya.

Siguen algunos, es cierto, pero deben confrontar lo inminente. Evo, en Bolivia, sabe lo que ocurrirá. Están Vásquez y Daniel Ortega; en República Dominicana, Danilo Medina. Pero ya no es el Foro de Sao Paulo el que impera. El visionario proyecto de La Habana se degradó hasta resumirse en una isla y un miserable país petrolero.

Con Lula cae el último gran monstruo —Maduro es, en cambio, solo un triste personaje empecinado en mantener el desvarío de Chávez—. Aunque en Brasil ya no gobierna el Partido de los Trabajadores, la impune presencia del sindicalista consistía una amenaza latente a la democracia.

Su desmoronamiento es el de un coloso, no hay que negarlo. Así como hace décadas cayó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y consigo el telón de acero, ahora en América Latina cae una pieza clave de la misma ideología bajo un nuevo disfraz: el socialismo del Siglo XXI.

Su tragedia, la de la izquierda de Brasil y la región. Lula fue un emblema que embrujó incluso a sus adversarios. Responsable de un mito que, afortunadamente, se desinfló. Pero ahora deberá subsistir como el perfecto símbolo de que los bandidos pertenecen a la cárcel.

Fuente: Panampost