Me indigna la hipocresía de quienes se niegan a aceptar la terrible realidad del mundo en que unas dictaduras son peores –y por mucho– que otras. Y en el que las personas reales se han visto muchas veces reducidas a aceptar una dictadura –por mala que fuera– como única barrera a otra mucho peor.

Desprecio a los propagandistas ideológicos –abiertos o encubiertos– de las peores dictaduras de la historia humana. Y me admira la reciente confluencia de ambos en el aplauso al Nobel Vargas Llosa que usualmente les repele por sus opiniones políticas.

El intelectual liberal chileno Axel Kaiser entrevistó al Nobel de literatura –y converso liberal– Mario Vargas Llosa. Le preguntó por dictaduras “por no decir mejores, pero menos malas. Por ejemplo, cuántos en esta zona preferirían vivir en la dictadura de Maduro, o en Cuba, que lo que fueron los años 80 en Chile” a lo que el novelista responde “esa pregunta yo no te la acepto” agregando luego que “Entrar en esa dinámica es un juego peligroso que nos conduce a aceptar que en algunos casos una dictadura es tolerable, aceptable. Eso no es verdad, todas las dictaduras son inaceptables”.

Fue estupendo que un novelista de la importancia de Vargas Llosa descubriera el error intelectual marxista que antes defendió. Como que se autodenomine liberal, para escándalo de una intelectualidad ciega a los crímenes y miserias del socialismo. Pero no se le puede pedir que baje de la torre de marfil a la que lo eleva justamente su talento literario. Suficiente fue que viera la realidad de lo que solía apoyar. Y que ahora se empeña en combatir. Poner en juego su prestigio literario en luchar contra el totalitarismo en que alguna vez creyó le hace siempre digno de la mayor admiración.

Pero Vargas Llosa se equivoca sobre dictaduras malas y peores. Política y moralmente. En el error recibió  aplausos de sus enemigos de hoy; aliados de ayer. Y de almas cándidas empeñadas en no ver la fea realidad. A diferencia de uno de los intelectuales más influyentes del siglo pasado –economista y filósofo político– al que él mismo cita entres las influencias intelectuales que le condujeron del marxismo al liberalismo. Friedrich Hayek, quien en entrevista con Álvaro Alsogaray en Buenos Aires en 1977 explicaba:

“Lo que usted llama ‘democracia de masas’ es lo que yo he denominado ‘democracia’ o —mejor dicho— ‘gobierno con poderes ilimitados’. Esto quiere decir que los gobiernos surgidos de una mayoría electoral, por una deformación del concepto de democracia, se consideran investidos de una autoridad sin límites y de un poder discrecional prácticamente absoluto para hacer todo lo que consideran conveniente hacer (…)”.

“El gobierno se verá así forzado, para asegurarse el apoyo continuado de esa mayoría, a hacer uso de sus poderes ilimitados en favor de intereses especiales (…) se verá obligado a intervenir para complacer a los grupos de la mayoría que se desean que se haga una excepción a su favor (…) incluso un estadista íntegramente consagrado al interés común de todos los ciudadanos se encontrará en la necesidad constante de satisfacer intereses especiales, porque solamente así podrá retener el apoyo de la mayoría que necesita para conseguir lo que es realmente importante para él  (…)”.

“Cualquier gobierno en las condiciones que hemos comentado intervendrá en la economía no porque la mayoría sea ‘intervencionista’ sino porque el partido que lo apoya no retendría la mayoría si no comprara el apoyo de grupos particulares con la promesa de ventajas especiales (…) he llegado tardíamente a estar de acuerdo con Schumpeter, quien sostuvo hace treinta años que había un conflicto irreconciliable entre la democracia y el capitalismo, salvo que no es la democracia como tal, sino las formas particulares de organización democrática —consideradas ahora como las únicas formas posibles de democracia—, lo que producirá una expansión progresiva del control gubernamental sobre la vida económica, aun cuando la mayoría del pueblo desee conservar una economía de mercado (…)”.

“La democracia que durante más de cien años hemos conocido en Gran Bretaña se apoyaba en tradiciones muy arraigadas de preeminencia de los derechos individuales y de limitación de los poderes del Estado. En la medida en que esas tradiciones se han ido abandonando durante las últimas décadas, también ese país ha comenzado a experimentar los conflictos analizados”.

Y quien también declaró el 12 de abril de 1988 al diario chileno EL MERCURIO, sin ingenuidad alguna “Mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente”. Porque sabía muy bien que entre dos males, lo único moral –y responsable– es optar por el mal menor.

En realidad hay democracias demagógicas que se reducen a la brutal dictadura de la mayoría. Y hay dictaduras totalitarias genocidas que destruyen material y moralmente sociedades enteras, para controlar la esfera más íntima de todos y cada uno de sus gobernados. Como hay dictaduras autoritarias que se limitan a negar derechos políticos proscribiendo a quien los exija. Y hasta las que respetando la propiedad –y cierta legalidad– se dan el lujo de alcanzar el  desarrollo y la prosperidad de las grandes mayorías. Y sí. También quedan democracias que conservan bastante de Estado de Derecho.

Cuando alguien arriesga su vida para huir de Corea del Norte a la República Popular China –para vivir mejor como ilegal en la China de “un país dos sistemas” que como ciudadano de Corea de Norte– siendo ambas dictaduras –marxistas y aliadas– Difícilmente entenderá que debió quedarse en el infierno regido por la dinastía Kim. Porque China sigue siendo una dictadura y “todas las dictaduras son inaceptables”. Una dictadura más tolerable siempre será aceptable como única alternativa a otra mucho peor, para quien no tenga ninguna otra alternativa. Y el prestigio de un nobel de literatura no hace cierto lo que no lo es. Excepto para la alianza de ingenuos y malvados que ya habían decidido negar la realidad.

Fuente: Panampost