La semana pasada entré a un pequeño restaurante en Bogotá y durante la comida sostuve una conversación con el mesero, que resultó siendo el dueño. Luego de la conversación caí en cuenta que estas personas son los empresarios que sostienen la creación de riqueza en la sociedad.
Se tiende a pensar que solo los dueños de grandes multinacionales son empresarios. Se tiende a pensar en los empresarios como figuras en abstracto, sin reconocer su humanidad. Ni lo uno no lo otro. Si más personas se dieran cuenta de esto, seguramente muchas opiniones que se dan como hechos se pondrían en duda; seguramente muchas decisiones dejarían de tomarse.
Se pondría en duda, por ejemplo, que el empresario tiene unos intereses contrarios al resto de la sociedad y, en particular, a los más pobres. Se dejaría de pensar que quitándoles más a estas personas, se solucionan los problemas. Se podría en duda la idea según la cual los empresarios “deben devolverle a la sociedad lo que ella les ha dado”.
Porque, precisamente, es muy poco lo que esa sociedad les ha dado. Por un lado, muchos de los ciudadanos ven en los empresarios como seres malvados a los que se les debe quitar lo poco o mucho que tengan. Por el otro, el Estado, atendiendo las presiones sociales, pero también por inercia y creencias de sus funcionarios, crean todo tipo de excusas para perseguirlos y quitarles, vía impuestos, sus utilidades.
Vuelvo a mi conversación. El dueño de este pequeño restaurante me contó sus extensas jornadas de trabajo, los múltiples obstáculos que tuvo para crear su empresa y los más que tiene en el día a día para mantenerla. Días enteros gastados en diversas burocracias estatales, nacionales y locales, en entidades privadas pero autorizadas por el Estado para dar certificaciones y para registrar las nacientes empresas.
En el día a día están las angustias de darles a los clientes lo que ellos quieren; de darles algo de calidad. Pero también está el tener presente el pago de impuestos y el vivir todo el tiempo a merced de los posibles chantajes de los empleados que, aunque no cumplan sus labores como debe ser, siempre serán protegidos por las autoridades en detrimento del empresario.
El empresario debe innovar, crear, ser flexible y rápido en su capacidad de respuesta antes los vaivenes y las demandas, no solo del mercado, sino también frente a los caprichos del Estado. Y, como si fuera poco, siempre será el malo, el culpable y el egoísta.
En este proceso, me comentaba el empresario de marras que es muy poco lo que le queda al final de cada mes para sí y para su familia. La prioridad es mantener la empresa con vida, a los empleados bien pagos…y, claro, al Estado satisfecho con lo que se queda.’
Infortunadamente la conversación se detuvo abruptamente por la llegada de quién representaría una pequeña demostración de lo que habíamos hablado. De un momento a otro, mientras varios comensales disfrutaban de su comida, entró un funcionario de la Alcaldía Mayor de Bogotá.
Sin importarle la situación, requirió al dueño y le solicitó, sin saludar, sin respeto, como si el dueño fuera la Alcaldía misma, un informe de visitas previas de “sanidad”. Ante la solicitud, el dueño del establecimiento le comentó que nunca le han dejado recomendaciones ni obligaciones en las visitas anteriores.
Esta noticia fue imposible de creer para el funcionario. Pidió que le permitieran sentarse en una mesa (sin tener la menor intención de consumir nada, lo que reduce el espacio disponible para posibles clientes) y comenzó, con cara de preocupado, a hacer llamadas y a buscar información en su dispositivo electrónico. Lo evidente es que no podía creer que un establecimiento no tuviera sanciones posibles. Al final, ante la demostración de que el dueño del restaurante decía la verdad y luego de casi 45 minutos de búsqueda y llamadas, el funcionario se fue, mirando con desconfianza al dueño y anunciándole que volverán cuando menos se lo espere.
No solo el funcionario llega tratando mal al empresario sino que, al mejor estilo de los matones de barrio, amenaza con volver.
Desde la llegada del personaje, el empresario se vio preocupado, asustado. ¿Así es como los ciudadanos debemos vivir? ¿Esa es la relación que debemos tener con unos funcionarios cuyos salarios los pagamos nosotros y cuyos trabajos son, supuestamente, para el beneficio de todos nosotros?
Esta experiencia me demostró que pedir una limitación del poder estatal y un mayor control de su capacidad de acción no solo es importante en discusiones filosóficas o en agradables debates entre los que nos interesa la política y la economía.
No. La defensa de la libertad tiene efectos cotidianos, para todos los individuos. Los empresarios, como el que me atendió, no quieren que les den, pero tampoco que les quiten. No quieren que los traten como a niños que ni saben cocinar de manera saludable, pero tampoco que les interrumpan su trabajo.
El Estado se ha metido en todos los ámbitos de nuestra vida y, lamentablemente, muy poca es la disposición para comenzar a sacarlo.
FUENTE: PAN AM
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