
La mejor traducción –al español– del nombre oficial –en sueco– de lo que erróneamente denominamos Premio Nobel de Economía, me dicen quien domina los dos idiomas que sería: Premio del Banco Central de Suecia a la Ciencia Económica en Memoria de Alfred Nobel.
El llamado Nobel de Economía, se instituyó desde 1969 y con motivo de los trescientos años del Banco Central de Suecia RiskBank. La dedicatoria a la memoria de Alfred Nobel –junto al mecanismo de selección y fecha de entrega– buscaban –y lograron– asociarlo al prestigio de los Premios Nobel.
Pero un Nobel –en realidad paralelo– para una disciplina no prevista por Alfred Nobel, siempre será polémico. El concepto mismo, fue criticado por galardonados como Friedrich Hayek, quien admitiendo que el galardón le ayudó a salir de una depresión y retomar sus investigaciones, afirmó al recibirlo –y en declaraciones posteriores– “ningún hombre debería ser señalado como si fuese una referencia en un tema como la economía”. O “de haber sido consultado se habría opuesto a la creación de tal premio”.
Laureado junto a Hayek, al socialista Gunar Myrdal también le preocupaba el prestigio asociado y su influencia en la orientación de la ciencia económica. Pero a Myrdal lo que le angustiaba era que el Nobel de Economía no se otorgase exclusivamente a economistas de izquierda. Afirmaba que debía ser abolido porque fue otorgado a reaccionarios, como Hayek y Friedman.
Los principales sesgos que se deducirían de la estadística de laurados, son efecto de costumbres luego anticuadas al inicio carreras académicas largas. Y de las ventajas de Universidades estadounidenses para atraer a buena parte de los mejores economistas del resto del mundo en la post-guerra. Pero sobre todo hacia el paradigma dominante. Nada de extrañar en una Academia de Economía. O cualquier otra.
Este año se otorgó a William Nordhaus de la Universidad de Yale y a Paul Romer de la de Nueva York. Nordhaus y Romer son economistas de enorme prestigio académico. Sus publicaciones están entre las más citadas. Incluso son conocidos –y citados– en medios generalistas y masivos. Cualquier persona razonablemente culta conocía sus nombres. Y es de suponer que serán dos de los premiados más influyentes.
Romer y la economía de las ideas
Coincido con Romer en gran parte de su crítica a lo que denomina “mathiness” en economía. Se aproxima a lo que denominó “matemíticas”. Y hace tiempo conozco –y a pesar de lo mucho en que discrepo de su enfoque, aplaudo sus investigaciones sobre conocimiento –y el papel de las ideas– escasamente considerado –incluso ignorado– en el paradigma dominante.
No es de extrañar que en la búsqueda de equilibrios estáticos, propia de su metodología, calcule “óptimos sociales” distintos a los que del mercado libre emergerían. O luego calcule el supuesto óptimo del tipo y magnitud de interferencia gubernamental para aquél supuesto óptimo de conocimiento e innovación.
Si Romer fuera un economista de la Escuela Austríaca, su preocupación no sería novedosa. Son materias de tiempo atrás tratadas, especialmente por Hayek. Y Kirzner. Conocimiento disperso en el orden espontáneo evolutivo del mercado. Empresarialidad como clave de la coordinación dinámica espontánea del mercado. Pero es neoclásico.
Vio algo que en su paradigma se ha ignorado casi por completo. Notó que es vital para la economía. Y lo trató amplia, convincente y honestamente desde su propio marco teórico. Eso merece un Nobel de Economía. Que en mi paradigma no será para lanzar cohetes. Tampoco para lamentar.
Romer sugiere que el Estado invierta en investigación y desarrollo. Incentive investigación y desarrollo privados. Y proteja propiedad intelectual con mecanismos actuales de titularización. Y resolución de conflictos. Discrepo. Pero entiendo porque llega a las primeras dos. Me sorprende que donde el Estado más debería innovar con urgencia es la tercera. Romer no pareciera notarlo.
Considera al conocimiento un Stock. Supone predecible la tasa de crecimiento del stock por las variables que considera sus causales. Con lo que cree poder calcular su tasa de retorno social óptima. El conocimiento no es un Stock acumulativo, es más bien un flujo en variación.
Mucho conocimiento es necesariamente disperso, privativo y no sistematizable. Ya con eso el resto no es tan simple. Pero esas son diferencias paradigmáticas. Bueno es que en diferentes paradigmas se traten honestamente asuntos significativos para la economía real. Y ese es el caso con Romer.
Nordhaus y la politizada “ciencia” del catastrofismo climático
Nordhaus es otra historia. No es que aplicando modelos de equilibrio neoclásicos a temas ambientales encontrase supuestos óptimos de regulación. Eso ya Pigou. Y algo mejor Coase. Lo nuevo es que tras criticar modelos climatológicos matemáticamente intragables. Partió acríticamente de apenas un poco menos dudosos modelos climatológicos. Y empleó la economía neoclásica para establecer el óptimo económico del objetivo de temperatura de tales modelos. Y con eso, un óptimo económico de interferencia gubernamental para alcanzarlo.
Hay problemas económicos serios. Por ejemplo: Desde un impuesto a las emisiones –él lo recomienda globalmente unificado– hasta subsidios a actividades o inversiones –que también recomienda con óptimos– suponen predecir el diferencial entre costo marginal del proceso, actividad o inversión y costo marginal del resto de los mismos. La economía no se detiene. Y tal diferencial cambiaría constantemente. Cambiando minuto a minuto ese impuesto o subsidio supuestamente óptimos.
Pero lo grave es que Nordhaus asumiera la validez de modelos climatológicos por motivos políticos e ideológicos. No científicos. Aparentando validarlos con Ciencia Económica. Recubriendo climatología dudosa con economía establecida. Transfiriendo prestigio de una a otra. Y el Nobel se le otorgue para validar –y desprestigiar críticas– al uso de la ciencia económica como maquillaje de una ideología criminal, que prometiendo paraísos, únicamente ha creado infiernos en la tierra.
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