
Por Gilberto Ramírez Espinosa*
No hace falta negarlo. Mucho menos ocultarlo. El neoliberalismo existe y de hecho se volvió el paradigma mundial de organización política desde que hace veinte nueve años fuese derrumbado el muro de Berlín y se diese inicio a la reunificación de Alemania.
Como es bien sabido, la disolución y colapso del antiguo bloque socialista representado por la antigua Unión Soviética supuso el reconocimiento generalizado de que la economía de libre mercado era insustituible e irremplazable. Más aún, se afianzó la voluntad a nivel mundial de que una economía organizada por el reconocimiento pleno de la propiedad privada y el libre comercio requería la adopción de un gobierno limitado, con sus correspondientes poderes públicos debidamente regulados por constituciones políticas democráticas.
El entonces júbilo de victoria del llamado “mundo libre” fue el que inspiró a las organizaciones liberales de todo tipo a redoblar esfuerzos para llevar a cabo las “políticas públicas” –expresión benevolente para hablar de intervenciones estatales en la economía– que profundizaran la economía de mercado y como corolario, la democracia.
Hasta acá la historia de manual. La cuestión se vuelve problemática con el paso del tiempo, ya que se aduce, particularmente en América Latina, que resumir la historia de las últimas tres décadas como “neoliberalismo” es un despropósito propio de los nostálgicos del socialismo y enemigos de la libertad. Se aduce que las concesiones y privatizaciones no liberaron mercados y que los esfuerzos por garantizar la estabilidad monetaria y presupuestal fueron tímidos cuando no básicamente cosméticos.
Por ende, nada del legado asociado a tales medidas puede ser caracterizado como liberal, ni mucho menos a una “novedad” del mismo. Se dice más bien que estamos es ante una restauración mercantilista que quizá más por pragmatismo que por convicción se disfrazó de liberalismo.
Sin embargo, como sostendré a continuación, el “neoliberalismo” no solo puede ser identificado con un proceso histórico determinado, sino que además tiene una trayectoria intelectual propia. Lo contrario es desentenderse de la responsabilidad que las ideas liberales han tenido en la formación de la opinión pública a escala global y que como consecuencia han influido conscientemente en el curso de los acontecimientos. Que en el balance haya insatisfacción o decepción no es motivo para negar sin más que no existe algo así como el “neoliberalismo” y que los liberales no tendrían nada que ver con ello.
Para empezar, el precedente citado al comienzo, como es el derrumbe del muro de Berlín y la reunificación alemana es de lo más oportuno porque fue precisamente en Alemania donde se acuñó el tan denostado término de “neoliberalismo”. La apuesta por una renovación del liberalismo fue especialmente promovida por los abanderados de la llamada “Economía social de mercado” (soziale Marktwirtschaft), apuesta liderada por los así conocidos como “ordoliberales”, quienes sistematizaron sus propuestas en la revista “Ordo”, publicada por la Universidad de Friburgo.
Personajes como Alfred Müller-Armack, Walter Eucken, Franz Böhm, Wilhelm Röpke y Alexander Rüstow, influenciados por el debate sobre la imposibilidad del cálculo económico en una comunidad socialista que había inaugurado Ludwig Von Mises a inicios de la década del veinte del siglo pasado, aceptaban por igual no solo el rechazo a una economía centralmente planificada, sino también la posibilidad de un retorno a una economía capitalista de laissez faire por considerarla proclive a restringir la competencia empresarial y profundizar la explotación de los trabajadores.
Bajo las anteriores premisas, la trayectoria intelectual del ordoliberalismo sirvió de inspiración a Ludwig Erhard, quien, en medio de la política de reconstrucción europea de posguerra, lideró como Ministro de Economía y luego como Canciller de la antigua Alemania Federal una exitosa política de liberalización económica cuyos resultados se conocen comúnmente como “el milagro económico” (Wirtschaftswunder) alemán. La “economía social de mercado” del neoliberalismo adquiría así vida en las ideas como en los hechos, inclusive elevándose a rango constitucional, como efectivamente ocurrió en la Constitución de la República Federal Alemana de 1949.
El consenso entre los principales partidos políticos alemanes de época (Unión Demócrata Cristiana, Partido Demócrata Liberal y Partido Social Demócrata) de respetar el marco de la “economía social de mercado” era la genuina prueba del compromiso de todos en su mentalidad intervencionista, siendo sus respectivos idearios conservador, liberal o socialista un asunto de grado más que de principios.
Al adjetivarse los tres partidos como “demócratas”, era claro que la democracia se había adoptado como doctrina y no solo como procedimiento, anticipando así las diversas coaliciones típicas del espectro político conocidas como de “izquierda-centro-derecha” que le renovaban la legitimidad a un Estado que ya en su constitución política tenía el programa a realizar de todos los partidos.
Habiendo los neoliberales sentado las bases de la próspera Alemania Federal (RFA) en alianzas principalmente con los conservadores, desde 1969 hasta la reunificación alemana en 1990, fueron cediendo en protagonismo ante unos mayoritarios conservadores y socialistas que volvieron a los liberales su socio minoritario. De la misma manera, el ideario de los neoliberales, al admitir en su seno una concesión a lo “social”, término siendo testigo de cómo un mínimo de intervencionismo inicial propio de un “Estado Previsor” fue fácilmente cediendo por presión democrática y de forma gradual, a un máximo de intervencionismo propio de un “Estado de Bienestar”.
Una buena prueba del anterior transito es que el Estado de Bienestar de la Alemania Federal terminó asimilando el socialismo de su contraparte de la Alemania Democrática, como para que al momento de la unificación entre ambas Alemanias, no se reversara lo suficiente el pasado de expropiaciones y estatismo empresarial que por cuatro décadas gobernó en la Alemania oriental.
En últimas, el neoliberalismo, al concebir insuficiente el capitalismo e imposible el socialismo, se terminó institucionalizando en diversas gamas de intervencionismo que, al momento del colapso de la Unión Soviética, tenían en la Alemania unificada un modelo de equilibrio entre idearios políticos contrapuestos que sin embargo se comprometían a buscar una convivencia entre economía de libre de mercado y políticas de redistribución que mitigaran o corrigiesen los “fallos del mercado”.
El ejemplo de Alemania sintetiza bastante bien la búsqueda de la cuadratura del círculo que han procurado los neoliberales, como es conciliar capitalismo con socialismo. Las intervenidas economías mixtas que constituyen el orden mundial actual han tenido a los neoliberales como los principales gestores del “capitalismo real”, es decir, la defensa de un “capitalismo posible” que no hiera las sensibilidades de quienes por los hábitos democráticos están acostumbrados a exigir lo que el mercado parece no estar dispuesto a brindar, como es una distribución más justa de la riqueza…
Se esté o no dispuesto a aceptar la existencia del neoliberalismo, lo cierto es que la crítica al mismo exige reconocer que la popularidad del término es evidencia de su utilidad para describir un legado de políticas públicas que han buscado poner el poder al servicio de la libertad. Como el poder se puede ejercer de muchas formas y el socialismo ha demostrado ser la más absoluta de ellas, la “novedad” del liberalismo esta en ponerle el corsé de la democracia al socialismo para mitigar la agresividad de su agenda.
En un mundo en el que no se escatima oportunidad para condenar al capitalismo, el neoliberalismo ha sido la estrategia adoptada de hacer aceptar el capitalismo a regañadientes a falta de la credibilidad en la viabilidad de sus supuestas alternativas. Que en el intento se haya logrado frenar el socialismo, pero no hacer avanzar el capitalismo, es más por un exceso de moderación del liberalismo que resultado de una “nueva” forma de comprender la libertad.
En un orden político mundial que niega el capitalismo sin querer destruirlo sino tan solo “reemplazarlo”, como es la pretensión de la más genuina socialdemocracia, la moderación del liberalismo, del neoliberalismo, lo ha vuelto el ala derecha de dicha pretensión, es decir, los que le ponen el freno, pero no cambian el rumbo…
*Gilberto Ramírez Espinosa es historiador, Universidad Nacional de Colombia.
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