La derecha española, ante su momento clave. (E)

Hace ahora diez años, Mariano Rajoy perdió por segunda vez las Elecciones Generales. Sin embargo, apenas unos meses después, el político gallego logró hacerse con el control total del Partido Popular, asegurándose cuatro años más al frente de la formación hegemónica del centro-derecha español.

La consolidación del liderazgo de Rajoy fue de la mano de una progresiva desideologización de la cúpula del partido. Si Manuel Fraga y José María Aznar habían luchado por convertir al PP en un partido liberal-conservador, Rajoy optó por todo lo contrario y, en un infame discurso, invitó a liberales y conservadores a buscar acomodo en alguna otra formación.

Aquellas palabras generaron un profundo malestar entre millones de españoles que, en cuanto tuvieron oportunidad de mover ficha, optaron por alejarse del PP y por confiar en nuevas opciones políticas. Hoy, el centro-derecha del país ibérico se encuentra más dividido que nunca. El flanco centrista ha sido ocupado por Ciudadanos, que lidera la intención de voto en algunas encuestas.

El flanco derechista empieza a ver el auge de Vox, que tiene posibilidades reales de lograr representación parlamentaria, de acuerdo con distintos sondeos. En diez años, el centro-derecha español ha pasado de aglutinarse en torno al PP a repartirse a tres bandas.

Ciudadanos, que empezó como un partido anti-nacionalista en Cataluña, giró con los años hacia una socialdemocracia moderada que no terminó de ofrecer réditos electorales. Desde 2015, sus cuadros dirigentes han abrazado un discurso más liberal, definiendo incluso al partido como una formación asociada a dicho corte ideológico.

A eso hay que sumarle la coherencia del discurso territorial de Ciudadanos, que defiende la unidad de España sin matices ni concesiones a los separatistas. Hoy, las encuestas apuntan que tres antiguos votantes del PP se han marchado al partido que lidera Albert Rivera. No es casualidad.

Por si esto no fuese suficiente, también ha ido a más el número de personas que opta por Vox como alternativa a los populares. De nuevo, la cuestión territorial está en el corazón del trasvase de votos: el partido verde defiende un discurso firme frente al separatismo, hasta el punto de que se ha personado como acusación en algunas de las causas judiciales ligadas al golpe de Estado del pasado 1-O en Cataluña.

En clave económica, la joven formación conservadora ha propuesto medidas liberales como la aplicación de un flat tax del 21% en el Impuesto sobre la Renta. Su discurso contra la inmigración ilegal no ha logrado el calado que sí se observa en otros países europeos, pero el “efecto llamada” de la acogida de ilegales anunciada por Pedro Sánchez puede cambiar las cosas.

En cualquier caso, las últimas encuestas apuntan que Vox tiene ya más de medio millón de votos, buena parte heredados de antiguos votantes del PP.

Mientras tanto, el PP viene de perder el gobierno y acaba de lanzar un proceso de elecciones internas con las que se pretende elegir a un nuevo líder. El liberalismo, tan vilipendiado por Rajoy, vuelve a estar de moda. Pablo Casado, el aspirante favorito según las primeras encuestas, ha declarado que se presenta “para defender la libertad económica e individual”.

También optan a la presidencia del partido las dos poderosas número dos de la Era Rajoy: María Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría. De la primera se puede esperar cierta simpatía hacia las ideas liberales, mientras que la segunda representa la continuación del rajoyismo. En paralelo, ha surgido una corriente interna en el partido azul que lleva por nombre Regeneración Liberal y está encabezada por el ex presidente de las Islas Baleares, José Ramón Bauzá.

Su documento de presentación incluye una batería de propuestas orientadas a liberalizar la economía. También es justo mencionar la candidatura testimonial de José Ramón García Hernández, que no tiene opciones reales pero sí ha servido para insistir en la importancia de democratizar y rearmar ideológicamente al partido azul.

De modo que, mal que le pese a Rajoy, los liberales no arrojaron la toalla, sino que reaccionaron a su hostilidad de formas muy diversas. Algunos se fueron a Ciudadanos. Otros se marcharon a Vox. Y sigue habiendo millones de votantes del PP que, lejos de favorecer un liderazgo vacío de contenido, aspiran a que su partido vuelva a recuperar el pulso ideológico que tuvo en su momento.

No hablamos de un pasado idealizado, sino de un ayer en el que los populares bajaron el gasto, redujeron los impuestos, liberalizaron los mercados y contribuyeron a hacer de España una historia de éxito.

Tiene gracia, de hecho, que la única reforma de calado que realmente aplicó Rajoy fue, precisamente, la más liberal y la más exitosa. Hablo, claro está, de la reforma del mercado de trabajo, que ha permitido la creación de millones de empleos, reduciendo el paro del 27% al 16% en apenas cuatro años.

Al final, hasta el impulsor de la desideologización del PP ha terminado reconociendo que, a la hora de hacer balance, las ideas de la libertad son las que mejor resultado le han otorgado.

En los tiempos que vienen, el voto liberal en España debe seguir con atención la candidatura de Pablo Casado, que ha respaldado estas ideas desde sus años de trabajo en el gabinete de José María Aznar, al calor de la Fundación Faes. He tenido la oportunidad de conversar con Pablo en distintos ocasiones y no creo estar equivocado cuando digo que su candidatura es, con diferencia, la que más garantías ofrece a los liberales que esperan que el PP vuelva a sus raíces ideológicas.

El hecho de que el propio Casado hable explícitamente de recuperar votantes que se han ido a Ciudadanos o a Vox confirma que el hoy diputado por Ávila sabe perfectamente que los principios y los valores son de tremenda importancia para el afianzamiento de cualquier proyecto político ganador.

Por otro lado, teniendo en cuenta lo reñida que se presenta la elección del nuevo líder del PP, es importante hacer una diferenciación clara entre María Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría. La primera gobernó Castilla-La Mancha y logró reducir en seis puntos el déficit más abultado de todas las regiones españolas.

Su programa de austeridad consiguió acortar el gasto a un ritmo de 10 millones de euros ¡cada día! Cospedal aprobó veinte reformas estructuras de la Administración, suprimiendo hasta el 90% de las empresas públicas, reduciendo los privilegios sindicales y recortando el gasto innecesario.

Su perfil contrasta con el de Sáenz de Santamaría, que fracasó estrepitosamente en su gestión de la crisis catalana y ahora se ha rodeado de figuras económicas como el nefasto Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda que subió 50 veces los impuestos en los años de gobierno de Mariano Rajoy.

En clave liberal, su candidatura apenas puede exhibir dos pequeños avales: su trabajo en la Comisión para la Reforma de las Administraciones, que logró tímidos ajustes en el gasto público, y su cercanía a Fátima Báñez, la ministra que liberalizó el mercado de trabajo en 2012. De modo que, si la batalla final se libra entre Cospedal y Soraya, el voto liberal debería decantarse claramente por la primera.

Finalmente, al margen de lo que suceda en el PP, es importante que Ciudadanos y Vox tomen nota de lo que ocurre en el partido azul. El espacio electoral que se disputan los tres partidos no estaba tan reñido desde los años 80, de modo que cualquier paso en falso puede ser letal y cualquier paso al frente puede ser muy beneficioso. El liberalismo, lejos de haber quedado enterrado, vuelve a ser una fuerza vital para vertebrar el centro-derecha en España. Rajoy se equivocó terriblemente cuando pensó que los ciudadanos no tienen ideas.

Las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas apuntan que alrededor del 15% de los españoles se definen como liberales. No se puede llegar al poder sin tener en cuenta a ese importante segmento de la población que pide menos impuestos, menos regulaciones, menos corrupción y menos intervencionismo estatal en sus vidas.

El PP debe tomar nota y caminar en esa dirección. De lo contrario, su papel en el centro-derecha español será cada vez más residual, en beneficio directo de aquellas formaciones que sí han captado la importancia de ofrecer a los ciudadanos una propuesta basada en las ideas que han hecho de España una tierra de progreso.

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