La mentira de Oxfam ante la realidad de Singapur (Archivo)

Oxfam—exclusivo club de turistas sexuales que prostituían adolescentes de entre las más pobres de la tierra. En orgias con dinero de caridad, de gobiernos e ingenuos. Se ofende cuando se recuerda el turismo sexual que negaron y trivializaron. Y que tras garantizar impunidad a sus presuntos pederastas, admitieron tardíamente. Exigiendo a la prensa olvidarlo.

Con pocas excepciones, prensa e intelectualidad izquierdista apoyan su hipocresía. Son un gran centro de propaganda anticapitalista. Influyen en políticos, gobiernos y  burocracias multilaterales, y en la opinión pública. Con credibilidad de ONG de caridad, son fuente de nociva desinformación sobre desigualdad y pobreza. Mentiras que la prensa toma por verdades en primera plana.

Envidia es el vicio ancestral, axioma de la falsa moral socialista. Y reducir pobreza requiere capital, productividad y nuevas tecnologías. Lo que trae diversidad –horizontal y vertical– en mercados crecientes. Donde hay reducción masiva de pobreza, hay crecimiento exponencial de riqueza. Y a la desigualdad se aferran los hipócritas para atacar lo que reduce la pobreza. Cada año repiten la misma mentira. Que cada vez menos, tienen cada vez más. Y cada vez más, tienen cada vez menos. Que concentran la riqueza cada vez menos multimillonarios. Que crece la pobreza relativa.

Falso. Absoluta y relativamente. Mayor desigualdad es condición necesaria de menor pobreza. Pero –crecimiento de productividad mediante– la desigualdad de ingresos apenas se incrementa globalmente. Miles de millones salen de la pobreza. El número de multimillonarios crece. Y en términos de acceso a más y mejores bienes de consumo, la desigualdad cae. Oxfam necesita afirmar lo contrario. Y redefine en su neo lengua pobreza y desigualdad.

Así afirman:

“En 2015, los líderes de 193 gobiernos prometieron reducir la desigualdad en (…) Objetivos de Desarrollo Sostenible (…) Sin reducir la desigualdad, será imposible (…) eliminar la pobreza. (…) Oxfam produjo el primer índice para medir el compromiso de los gobiernos para reducir la brecha entre ricos y pobres (…) abarca 157 países (…) mide la acción del gobierno (…) recomienda (…) planes de acción nacionales (…) sobre la reducción de la desigualdad (…) deben incluir (…) vivienda, servicios universales públicos y gratuitos de salud, educación y protección social universal (…) aumentando la tributación progresiva y reduciendo las exenciones”.

Pobreza es nuestro estado natural. Tras milenios de escaso lento progreso la abrumadora mayoría seguía en la miseria. Y un par de siglos de capitalismo crearon más riqueza que toda la historia. Por primera vez cedió la secular pobreza. Es contra factual que “sin reducir la desigualdad, será imposible (…) eliminar la pobreza”.

De hecho, la reducción de la pobreza inicia –y acelera– con incrementos de desigualdad de riqueza. Reduciendo –o eliminando– restricciones a la creación de riqueza. Los pobres crean riqueza por sí mismos. Y salen de la pobreza por millones. Son nuevos mercados. Oportunidad para capitalistas foráneos. Y para los más hábiles entre ellos. Los nuevos capitalistas locales –de modestos empresarios a multimillonarios–. Se sale de la pobreza haciendo lo contrario de lo que Oxfam dicta. Sus recomendaciones conducen al socialismo. Y la miseria.

El índice Oxfam de Compromiso para Reducir Desigualdad (CRI) difiere poco del previo índice SDG de Jeffrey Sachs. Ahí Cuba terminó mejor que Luxemburgo y EE.UU. y Venezuela que Panamá. A donde decenas de miles de venezolanos huyeron del hambre y la miseria. Prudentemente, Oxfam excluyó de su índice a Cuba y Venezuela. Su objetivo nunca fue medir reducción de pobreza, o desigualdad. Sino atacar impuestos bajos y libre mercado. Premiar infiernos fiscales y regulatorios. Aplaudir Estados del Bienestar inviables. Y elevar a los altares al socialismo.  

Por ello clasificó a Singapur de 149 entre 157. Bajo Afganistán, Argelia y Camboya. Escasamente sobre Haití, Nigeria y Sierra Leona. Afirmar  que se hace menos para reducir pobreza y desigualdad en Singapur, que en Afganistán o Argelia. Es mentir. Insinuar que Haití, Nigeria y Sierra Leona estarían cerca de Singapur en reducción de pobreza y de desigualdad. Es carecer de vergüenza.

El PIB per cápita de Singapur subió de USD $427  en 1960 a  $57 mil 714 USD  en 2017. Sin recursos naturales. Exclusivamente con libre mercado y Estado de legalidad confiable protegiendo propiedad y contratos. Una de las economías más pobres se transformó en una las más ricas del planeta. Sin pobreza extrema. Denominan pobres al 10% de menor ingreso relativo. En la mayor parte del mundo, esos pobres de Singapur –con ese ingreso y capacidad de consumo– serian clase media.

Objétese su autoritarismo político. No su abierta y libre economía. Nos guste o no, logró reducir la pobreza absoluta y relativa. Y redujo la desigualdad en acceso a educación, infraestructura y servicios. Pero Oxfam le acusa de “paraíso fiscal” reproductor de pobreza más allá de sus fronteras.

El ministro de Desarrollo Social y Familiar de Singapur, Desmond Lee recientemente les respondió:  

“Sí, la carga del impuesto sobre la renta de los habitantes de Singapur es baja. Y casi la mitad de la población no paga impuesto sobre la renta (…) se benefician más que proporcionalmente de la alta calidad de la infraestructura y el apoyo social que brinda el Estado (…) 90% de los singapurenses son dueños de sus hogares (…) 84% entre el 10 por ciento más pobre de hogares (…) Ningún otro país se acerca (…) pero en opinión de Oxfam, el (…) fracaso de Singapur son nuestras tasas impositivas, que no son suficientemente punitivas”.

Cierto. Como que “paraíso fiscal” es una jurisdicción de impuestos bajos –y alta privacidad– para no residentes, prohibidos a residentes. No es el caso en Singapur. Pero Oxfam extiende el término –y el estigma que quienes gobiernan infiernos fiscales quieren asociarle–  a toda jurisdicción soberana sin impuestos punitivos. En realidad, los impuestos irracionales y el demencial gasto exigidos por Oxfam no reducen la pobreza. La incrementan. Y lo que es peor, empujan a cada nueva generación de pobres a una viciosa espiral descendente de dependencia que los destruye emocional y moralmente.

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