Libertad de expresión y Estado de derecho: límites no negociables para AMLO en México(Archivo)

Dicen bien que la libertad es como el aire porque solo se aprecia cuando se pierde.

México se encuentra a punto de entrar en el período de transición política más importante de su historia, y valdría la pena entender que hay algunos temas no negociables para los nuevos gobernantes.

No es para nada injustificado el revuelo que se ha generado dentro de la sociedad civil y de la opinión pública al observar cómo el gobierno entrante ha manejado temas de trascendencia nacional con total discrecionalidad, teniendo que acusar de ser “fifís” o corruptos a todos aquel que se atreva a disentir de la nueva agenda política oficialista.

Es un hecho que AMLO ganó por mayoría y tiene la obligación moral de intentar hacer cumplir sus promesas. Sin embargo, la cuestión central ya ni siquiera son los qués, sino los cómos.

Si van o no el nuevo aeropuerto y el tren maya, que si regresa la corrupta y cínica lideresa sindical al poder, que si el exfutbolista es gobernador o que si se vende o no el avión presidencial son temas importantes y que se tienen que tratar con la seriedad que lo merecen, pero incluso estos son secundarios cuando los comparamos con la necesidad de defender la libertad de expresión y el Estado de derecho.

México es un país pobre, con altos índices de corrupción y violencia y con una situación social complicadísima marcada por dolorosas y complejas realidades como lo son la migración ilegal o el narcotráfico y el crimen organizado.

Pero, con todo y eso y en términos generales, hoy se vive mejor en México que en ningún otro momento de la historia del país; en parte por los avances tecnológicos globales y en parte por la consolidación de un marco institucional, que, si bien sigue siendo débil, al menos ya podemos decir que existe.

Para comprobarlo basta con intentar hacer un viaje en el tiempo 40 0 50 años atrás en donde México vivía la dictadura perfecta bajo el yugo del PRI, donde ser opositor del gobierno era suficiente razón para ser encarcelado o asesinado, donde el negro Durazo estaba a cargo de la seguridad pública y donde no existía más que una cadena televisiva para poder estar informado.

Lo que hoy tenemos y hemos construido no es perfecto, pero es el resultado de años de lucha democrática y es mucho mejor que lo que la historia y los datos duros del pasado nos ofrecen; existe la posibilidad de la alternancia política, las redes sociales y la descentralización económica global han permitido que exista una verdadera libertad de expresión y es mucho más difícil para un político corrupto permanecer impune y en el anonimato ahora que antes.

Volver a pasado no es opción.

Ejemplos de gobiernos guiados por el “pueblo” de corte socialista ha habido infinidad en la región, quizá los más emblemáticos son Cuba y Venezuela, pero no son menores los ejemplos de Argentina, Bolivia, Ecuador o Brasil entre otros. No los ignoremos.

Detrás de AMLO y todas sus promesas mágicas, discursos heroicos y supuestas soluciones sencillas a problemas tremendamente complejos se esconde una sed insaciable de poder alimentada por el culto a su propia personalidad, un innegable talante autoritario que no ha podido ocultar con el paso del tiempo y una tendencia marcadísima a mezclar lo religioso con lo político.

El riesgo que no se puede correr es el de caer en el juego de entregarle todo el poder ni a AMLO ni al gobernante que sea. No se pueden echar atrás los valores democráticos que tantos años han costado construir y poner sobre la mesa y, sobre todo, no podemos comprar el discurso que propone dividir al pueblo en dos: su parte “buena”, revolucionaria y seguidora del presidente y la parte “mala”, oligarca y enemiga del presidente.

La libertad de expresión y el respeto a las leyes y las instituciones, conocido como Estado de derecho, definen el límite de lo que es permisible cambiar para el nuevo gobierno entrante.

La autonomía de Banxico, el federalismo de los estados, el empoderamiento del INE o la división de poderes son ejemplos de lo que no puede ponerse a discusión si pretendemos seguir construyendo una sociedad sana a los ojos de la democracia y la libertad.

Andrés Manuel ha dicho reiteradamente que el pueblo es sabio y propone consultarlo para algunas decisiones estratégicas mientras que para otras ha decidido abiertamente ignorarlo. Habrá que recordarle constantemente a través de la sociedad civil de que el “pueblo” somos todos, y no solamente él y sus feligreses.

Ante el nuevo escenario político, es nuestra responsabilidad estar atentos ante esto y nunca olvidar que el precio de la libertad es la eterna vigilancia. No vaya a ser que de repente nos demos cuenta de que no podemos respirar libremente porque nos empieza a faltar el aire de la libertad.

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