
El programa de ajuste Maduro-El Aissami cumplió noventa días este sábado 17 de noviembre. Los venezolanos tienen derecho a preguntarse si los objetivos del programa tal como fue anunciado están en vías de cumplirse o si al menos han empezado a implementarse.
El lapso es importante, porque si en un trimestre lo que se dijo que se iba a hacer no se ha hecho, o, peor todavía, lo que se ha hecho va en dirección diametralmente opuesta a la que se había señalado, los agentes económicos, incluidos entre ellos consumidores, productores y potenciales inversionistas, harán sus cálculos, y su comportamiento será muy similar al que tenían antes que el plan se anunciara.
La evidencia empírica nos dice que el plan tal como fue enunciado no se ha cumplido en sus puntos más importantes, y que en un intento casi obsesivo de evitar asumir lo que percibe como costo político del plan, el gobierno se ha concentrado en las medidas compensatorias haciendo caso omiso a las que podían haber comenzado a derrotar la hiperinflación. Medidas compensatorias, por demás, que se están financiando con un aumento considerable de la emisión de dinero inorgánico sin respaldo y no con impuestos, aumento de los servicios como la gasolina, y re impulso a la producción petrolera cuyo colapso no encuentra como detener. Encontrándonos ya como nos encontramos en la hiperinflación más severa en la historia de América Latina sería bueno que quienes tengan la responsabilidad del próximo plan aprendan algunas lecciones de esta fallida implementación.
La primera es que libertad cambiaria es libertad cambiaria y no un arremedo de la misma. Haber asumido el costo de equiparar la tasa de cambio a la de Dolartoday del día de anuncio, la credibilidad se ha perdido al mantenerla ahí mientras el marcador que ellos mismos usaron ya se ha multiplicado por 5 mientras mantienen unas famélicas subastas a la misma tasa inicial, y para colmo pretenden que las remesas privadas entren por ahí. Si van a unificar el cambio tienen que asumir el costo de que fluctué, sobre todo si siguen imprimiendo dinero con abandono a una velocidad mayor que antes del plan.
La segunda es que no se promueve la inversión privada que la economía tanto necesita entrándoles a mandarrias a los empresarios que todavía quedan y hacen esfuerzos por mantenerse a flote en circunstancias tan difíciles. De por si Venezuela tiene el riesgo país -por mucho- más alto del planeta, y no hay que ser doctor en economía para saber que eso inhibe la inversión, pero si a eso se añade un marco regulatorio hostil difícilmente llegaran esas inversiones. Debería ser motivo de reflexión que nuestro riesgo país es 30 veces mayor que el de nuestro vecino Colombia y quien aquí invierta tendría que esperar un rendimiento 30 veces mayor lo cual es prácticamente imposible por lo que la única solución coherente es bajar ese riesgo con medidas sensatas.
Lo tercero es que emprender un programa sin tener algún plan que incluya financiamiento contingente para fortalecimiento de reservas con un organismo multilateral, el Tesoro Norteamericano o el Banco Central Chino, es poco menos que temerario. Eso hubiera requerido señales claras de voluntad de renegociar las deudas morosas, y de abrir la industria petrolera a inversión privada que aumente la producción y las perspectivas de flujo de caja nacional.
Lo cuarto es anunciar repetidamente cosas fundamentales para el plan como el aumento de la gasolina y seguirla regalando como si nada 90 días después. Una señal de extrema debilidad que incide en los tres puntos anteriores. La agenda Venezuela de abril de 1996 arranco la misma madrugada de los anuncios con un aumento de 500% de la gasolina que siguió incrementándose cada 90 días sin que hubiera disturbios, tal vez por eso la tasa cambiaria liberada de ese momento también se mantuvo estable, la inversión comenzó a fluir y la inflación a descender.
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