Sin capital el conocimiento científico y técnico no produce crecimiento económico (C)

La Escuela Austríaca ya había estudiado el papel de las ideas en la dinámica del mercado. Mises definió la acción humana –en sentido económico– como un proceso que tiende al descubrimiento. Hayek al mercado como un orden espontáneo evolutivo de creación y coordinación de conocimiento práctico, disperso y no sistematizable. Que obviamente usa conocimiento –científico y técnico– sistematizado.

Kirzner profundizó en el proceso de descubrimiento relacionándolo con las instituciones de mercado. De Schumpeter –cercano al paradigma austríaco– destaca la destrucción creativa por el cambio tecnológico como factor de crecimiento. Coincidirían los citados en que sin nuevo capital –producto de ahorro previo– nuevo conocimiento técnico no se incorporaría en la producción.

Pero fue Paul Romer –Nobel de economía 2018– quien introdujo al conocimiento como factor clave del crecimiento económico en el paradigma dominante. Y para el común de economistas ahí formados, otros paradigmas son incomprensibles. Lo de Romer en el paradigma austríaco no es novedad. Lo es. Y digna del Nobel de economía, en el paradigma dominante. Dice dos cosas:

  • Que el conocimiento técnico incorporado –como otro factor de producción, o algo muy similar– en la creación de nuevo producto, sería la clave del crecimiento económico sostenido.
  • Y que las economías de libre mercado tienden a producir poco conocimiento nuevo por sí mismas. Falla de mercado a corregir calculando un óptimo de nuevo conocimiento. Y forzandolo con la intervención del Estado.

No es tan simple. El conocimiento técnico está a disposición de empresarios de economías subdesarrolladas. Lo conocen. Pero carecen del capital para emplearlo. Además. El conocimiento práctico, cuando mejora la organización de procesos –con el mismo capital y métodos simples– logra más que el conocimiento técnico avanzado en entornos poco capitalizados.

Romer argumenta que en un entorno competitivo –no un modelo de competencia perfecta– las empresas temen que otras copien cualquier innovación que introduzcan. Y su investigación y desarrollo cae bajo el óptimo social. Tal óptimo social, establecido arbitrariamente por fines que valore quien calcula, será económica y socialmente ineficiente para quienes no compartan sus fines subjetivos. Y si las empresas temen que el resultado de su investigación y desarrollo sea copiado. Vemos la conocida tragedia de los comunes, por inexistencia –o ineficacia– del registro y protección de propiedad intelectual.

El papel del Estado ante eso, es igual que ante eso mismo en la propiedad de la tierra. Si los propietarios de tierras temieran que de invertir en mejorarlas serían invadidos por aprovechadores de lo ajeno. Y se abstuvieran de invertir por ello. Es improbable que un economista como Romer recomendase inversión pública en el mejoramiento de tierras, y/o incentivos fiscales al mejoramiento privado. Antes de recomendar proteger la propiedad. Y de hecho, en la ganadería de las grandes planicies de los EE.UU. del siglo XIX, no fue el Estado, sino el diseño privado –sin estímulo gubernamental– del nuevo alambrado de púas para cercas el que puso fin a ese tipo de problema.

Además –aunque las empresas descubran usos rentables de mercado para tecnologías creadas con fines militares o políticos– al contrario de lo que esperaríamos al revisar la historia económica a la luz de Romer. Los períodos de mayor innovación, que abrieron nuevos mercados y crearon nuevas industrias a partir de descubrimientos científicos y técnicos. Carecieron –completa o casi completamente– de las intervenciones gubernamentales que recomienda.

Del carbón y las máquinas de vapor. Ferrocarril e industria mecanizada. Pasando por mejoras metalúrgicas industrializables, primero en hierro y luego en la producción masiva de acero. Claves tecnológicas del capitalismo del siglo XIX. A la industria petrolera producto de lámparas de keroseno sustituyendo las de aceite. Luego desplazada del mercado por la industria eléctrica.

Renacida en la masificación del motor de combustión interna en la nueva industria del automóvil. Claves tecnológicas del capitalismo de inicios del siglo XX. Hasta las innovaciones en comunicaciones e informática que revolucionan al mercado en nuestros días. Poco aportaron –mucho estorbaron y retrasaron– los mecanismos de intervención gubernamental recomendados por Romer.

Sería absurdo afirmar que sin interferencia política y burocrática no habría suficiente investigación y desarrollo, porque hay investigación y desarrollo que se financia de aquéllas. Muchas innovaciones claves no se financiaron así. ¿Sin interferencia política y burocrática se asignarían menos eficientemente recursos escasos a investigación y desarrollo? Improbable. Los incentivos de políticos y burócratas les conducen forzosamente a la ineficiencia económica.

Desviar capital escaso de los usos más rentables, en opinión de empresarios y gerentes a su propio riesgo. A los que –sin verse afectados por las consecuencias de sus errores– decidan políticos y burócratas. No logrará más crecimiento. Romer –con cualquier otra “falla de mercado” a ser “corregida” por el Estado– debería ser radicalmente revisado a la luz de otro Nobel. J. Buchanan; teoría de la elección pública.

Para los austríacos, el papel de ideas, conocimiento y tecnología, es viejo tema de estudio en el proceso dinámico de mercado. Se requiere ahorro para crear capital y capital para emplear tecnología. Conocimiento científico y técnico, articulado y universalmente transmisible. Y conocimiento práctico, disperso e intransmisible fuera de su circunstancia práctica. En tanto se disponga del capital para emplearlos en procesos de producción alargados. Incrementan el valor del nuevo capital empleado al aumentar comparativamente su capacidad productiva. Y reducen el valor del viejo capital anclado a procesos ahora obsoletos, a menos que sea transformable eficientemente hacia otras líneas de producción –cambios en la demanda causan lo mismo– porque el valor de los bienes de capital proviene del de los bienes de consumo que crean. No al revés.

Y queda mucho por investigar sobre cómo el nuevo conocimiento –práctico y/o científico técnico– afecta dinámicamente la estructura del capital. Cómo la creación y aplicación de nuevo conocimiento es condicionado por las instituciones. Y el capital existente. Pero aunque discrepemos de su metodología. Y de algunas de sus conclusiones. Celebremos que Romer abriera ese campo a la discusión productiva entre paradigmas.

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