Tiranofilia: amor a los tiranos (Jr)

El historiador de ideas Mark Lilla ha acuñado el término tiranofilia para explicar el amor a los tiranos mostrado por muchos intelectuales.

Lilla se describe a sí mismo como liberal, con libros como “El una vez y futuro liberal: después de la política por identidades”, donde argumenta que los liberales americanos necesitan enfatizar aspectos comunes en sus políticas más que diferencias de identidad.

La “política por identidades” que Lilla critica son esas posiciones políticas basadas en los intereses y perspectivas de grupos sociales con los cuales las personas se identifican, como edad, religión, clase social, raza, orientación sexual, etc.

“Política por identidades” son estratégicas para captar las minorías y organizaciones de derechos civiles. No es sorpresa que Lilla haya sido descrito como un liberal con tantos críticos en la izquierda como en la derecha.

El psicólogo Steven Pinker señala en “Ilustración Ahora” que tiranos han disfrutado apoyo de intelectuales. Lista a Martin Heideger y Carl Schmitt como acólitos de Hitler; Ezra Pound, Bernard Shaw, William Yeats, Windham Lewis como devotos de Mussolini; Shaw y H G Wells también veneraban a Lenin; Sartre, Beatrice y Sidney Webb, Bertolt Brecht, W E D Du Bois, Pablo Picasso, Lilliam Hellman, fueron admiradores de Stalin; Add, Michael Foucalt, Louis Althusser, Steven Rose y Richard Lewontin como devotos de Mao. Y, más ofensivo para mí como cubano, la efusión con Castro de Sartre, Graham Greene, Günter Grass, Norman Mailer, Harold Pinter, Susan Sontag y otros.

Los intelectuales americanos tienen una larga historia de detestar su propia sociedad y fantasear con enemigos. Estoy seguro mis lectores añadirán a esta lista de intelectuales tiranófilos.

No se me ocurre algún pasaje más ofensivo para ilustrar el amor de los intelectuales por los tiranos que el citado por Pinker del texto de Susan Sontag “Algunas ideas correctas para nosotros amar la revolución cubana”.

Sontag, que falleció en 2004, fue una amada intelectual de la izquierda. En el pasaje que cito abajo se refiere a los campos de trabajo forzado de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) operados por la tiranía castrista a mediados de los 1960s. Las UMAP fueron campos de concentración para indeseables considerados contrarrevolucionarios que no servirían en el servicio militar, incluidos Testigos de Jehová, Adventistas del Séptimo Día, ministros protestantes, sacerdotes católicos y homosexuales. Sontag escribe:

“Los cubanos saben muchísimo sobre espontaneidad, alegría y sensualidad… Brevemente, su problema es casi el anverso del nuestro y debemos simpatizar con sus esfuerzos para resolverlo. Sospechosos como somos del tradicional Puritanismo de las revoluciones de izquierda, los radicales americanos deberían ser capaces de mantener alguna perspectiva cuando un país conocido básicamente por música bailable, prostitutas, tabacos, abortos, vida relajada y películas pornográficas, tiene un pequeño ajuste sobre moral sexual y, en un momento hace dos años, capturaron miles de homosexuales y los enviaron a granjas para rehabilitarlos”.

Entre mis lectores habrá alguno de los 35,000 cubanos forzados a trabajar en los campos UMAP bajo deplorables condiciones 10 ó 12 horas diarias siete días a la semana. Se reporta que 507 terminaron en salas psiquiátricas, 72 murieron por torturas, y 180 cometieron suicidio. “Antes que anochezca”, emotiva autobiografía del escritor cubano Reinaldo Arenas trata temas sobre los campos UMAP.

No estoy seguro si alguna vez entenderé la tiranofilia de esos intelectuales, pero Pinker sugiere que puede comenzar con afinidad con las ideas del filólogo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900). Nietzsche ha tenido profunda influencia en la historia intelectual moderna. Los conceptos de Nietzsche de “voluntad de poder” y “superhombre” (übermensch), que trascienden el bien y el mal en gloria épica, motivaron el militarismo romántico que inspiró muchos de los conflictos del siglo 20, incluyendo ambas guerras mundiales.

Me atrae la explicación de “narcisismo profesional” ofrecida por Thomas Sowell y Paul Hollander. Ellos sugieren que los intelectuales no se sienten apreciados por los mecanismos de abajo-hacia-arriba de las democracias liberales. Su desprecio del hombre común está más en línea con mecanismos tiránicos de arriba-hacia-abajo. Para los narcisistas intelectuales su mérito es mejor apreciado por los tiranos, de ahí viene su tiranofilia.

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