Un grupo de estudiantes participa en una manifestación en Medellín (Colombia). EFE/Luis Eduardo Noriega A.

En Colombia, algunos estudiantes de universidades estatales siguen manifestándose por lo que consideran su derecho de exigirle al Gobierno mayores recursos para las entidades educativas en las que estudian. No obstante, como suele suceder con las que siempre inician como manifestaciones pacíficas, la semana pasada se salieron de control.

Si bien casi nadie justifica la violencia, la verdad es que muchos de los que apoyan las manifestaciones suelen matizar su rechazo aduciendo argumentos flojos que lo que hacen es todo lo contrario: justificar la violencia por las supuestas buenas intenciones de las reivindicaciones que se defienden.

En esta oportunidad, quiero concentrarme en algunos de esos argumentos.

Condescendencia frente a la violencia

El primero de ellos es sobre la composición del movimiento estudiantil. Nos dicen que los violentos no son estudiantes, sino unos infiltrados. Es obvio que nadie está planteando que los violentos sean todos, pero tampoco se puede afirmar que ninguno de los que estén en la manifestación lo sean. Es de largo conocido que en las universidades estatales existen grupos radicales que esperan cualquier momento para utilizar la violencia. Pero hay algo adicional: muchos de esos estudiantes no violentos no ven tampoco con malos ojos el uso de la violencia por las que consideran luchas necesarias.

Creo que nunca he visto, en las universidades estatales, un rechazo absoluto por parte del estudiantado a esos grupos radicales. Todos saben quiénes son, cuándo se reúnen, qué exigen. Es más, la comunidad académica convive con ellos e, incluso, se han convertido en algo que es visto como pintoresco, como parte del paisaje de esos centros de enseñanza.

Estudiantes en una manifestación, jueves 15 de noviembre de 2018, en Bogotá (Colombia). EFE/LEONARDO MUÑOZ

Responsabilidad de los estudiantes

Un segundo argumento consiste en que, incluso si los violentos son estudiantes, no se puede culpar de sus acciones a los organizadores de las manifestaciones. Pero esto no es cierto. Claro que los organizadores son responsables, así esta responsabilidad no sea penal. Ellos se decidieron por el camino de la manifestación semanal y lo mínimo que deben hacer es asumir el control del movimiento.

Legitimidad de la protesta

Un tercer argumento es el de la legitimidad de lo que se está exigiendo o de los medios que se utilizan para avanzar las reivindicaciones. En este punto resulta interesante el uso del término legítimo, porque no es claro si se tiene claridad sobre su definición. Parece ser que se utiliza para referirse a que protestar es algo legal, pero eso no quiere decir, desde ningún punto de vista, que sea legítimo en el sentido ni de razonable ni de justo.

No es razonable por:

1) los estudiantes no pueden exigir recursos como si fuera una obligación de los demás darles educación;

2) los recursos para educación ya se han incrementado en el presupuesto nacional, pero los estudiantes están obstinados en lograr todas sus demandas. Y esto no es razonable: los recursos son escasos;

3) han decidido no estudiar en estas semanas (más de cinco). No quieren ni clases ni que les cancelen el semestre, sin importarles cuánto dinero se está perdiendo. Ellos dicen que no hay plata para sus universidades, pero son indolentes ante el despilfarro de billones de pesos por su decisión de dejar de asistir a clases;

Las principales vías de la ciudad y el transporte público se vío afectado por bloqueos de los manifestantes. EFE/ Mauricio Dueñas Castaneda

4) no es razonable protestar cada ocho días con los efectos que esto trae para los demás ciudadanos. De un lado, afectan de manera desproporcionada a la gente que tiene que llegar a sus casas, a estar con sus familias. Por ejemplo, decidieron protestar la noche de Halloween. Los trabajadores de menores ingresos suelen ser, a su vez, los que viven más lejos y resultan ser los más afectados. Del otro, dañan infraestructura estatal y rayan paredes, sin contar que son las personas con los trabajos de menores ingresos (como el personal de limpieza) las que después deben tratar de recuperar los daños que los estudiantes causaron (está bien: que algunos de los estudiantes causaron). Además, en la manifestación de la semana pasada atacaron a un patrullero de la policía, de la misma edad que ellos, lanzándole una bomba incendiaria.

Nada de esto es razonable.

Imposiciones

Pero tampoco es justo. Justo, entendido como un criterio para decidir qué le pertenece a quién. ¿Por qué más plata para universidades y no para salud? ¿Por qué no para los más pobres? ¿Por qué no para más infraestructura?

Por su parte, si ellos quieren bloquear, ¿por qué ese derecho de los estudiantes prima por sobre los de los trabajadores para movilizarse y llegar a sus casas? ¿Por qué el derecho de los estudiantes a destruir la ciudad es superior a las de los demás para tener protección sobre el dinero que pagan en impuestos para la construcción y adecuación de esa infraestructura en primer lugar?

Intereses propios

El último argumento es la de la necesidad de educación de calidad. Es cierto. Puede ser un objetivo loable, necesario, urgente. Pero estos estudiantes están demostrando lo difícil que eso será. No son mejores seres humanos, sino que solo están buscando sus limitados intereses y no con sus propios recursos, sino obligando a todos los demás a que paguen por ellos. Tampoco son más educados, como demuestran esos desmanes y su intención de mantenerse por fuera de sus deberes. Tampoco son más críticos, porque no pueden comprender las implicaciones de sus exigencias, de sus protestas cada ocho días, de los desmanes que producen.

Aprovechamiento politiquero

Ante las críticas por los desmanes de la manifestación de la semana pasada, los que apoyan el movimiento estudiantil (incluidos algunos oportunistas líderes políticos) están implementando una estrategia muy conocida en Colombia: la de la condescendencia. Convierten a los marchantes en algo así como héroes indefensos. Comienzan a utilizar términos para idealizar las marchas y resultan, incluso, disfrazándose de ellos, como ya lo hicieron en el pasado que, ante las protestas de algunos campesinos, los ciudadanos urbanos políticamente correctos convirtieron en tendencia disfrazarse de campesinos para mostrar el supuesto apoyo por lo que ellos exigían.

Pero no. Las cosas deben entenderse en su verdadera dimensión. Los estudiantes no son víctimas: son privilegiados. Como tales, deben ser responsables antes sus actos. Si quieren marchar, háganlo, pero eso no implica que por hacerlo son mejores personas o están logrando nada más que sus limitados intereses inmediatos. Además, esos movimientos deben ser rechazados cuando, como ya sucedió en este caso, los cánticos (aburridoramente políticamente correctos y basados en lugares comunes) con reemplazados por la injustificable violencia y destrucción.

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