Son horas difíciles en Venezuela. Oscuras y peligrosas. Estamos presenciando los últimos días de la dictadura, o la dilapidación de los últimos vestigios de libertad. Pero todo hoy depende de los venezolanos, y eso es esperanzador.

El primero de mayo, luego de un mes de protestas —un mes en el que la sociedad civil venezolana tomó la batuta del debate político—, Nicolás Maduro trató de imponer su agenda. El dictador propuso una Asamblea Nacional Constituyente con dos objetivos: acelerar la consolidación de un estado totalitario y desviar el debate para imponerse.

La Asamblea Nacional Constituyente que propone el dictador no es más que una ilegalidad que terminará de socavar cualquier rastro de libertad que quede en Venezuela. Es una ilegalidad que carece de toda legitimidad posible —una aberración imposible de instaurar, por cierto, con una sociedad civil rebelde y erigiendo el civismo en las calles.

Es por ello que es una falta de perspectiva incalculable someterse al debate de la Constituyente y, además, plantear participar en el proceso. Con la propuesta, el dictador intenta imponerse. Lo único posible que se puede plantear al respecto es ignorarlo y continuar con las manifestaciones masivas y cívicas en las calles. Hemos demostrado que ahí es donde radica el poder. Es esa la ruta que debemos seguir hasta lograr la libertad.

No obstante, hoy el parlamento, baluarte de democracia y único poder que disfruta de legitimidad en Venezuela, cedió a la insensatez y propuso un referendo para aprobar la Constituyente ilegal, ilegítima y peligrosa de Maduro. Un desacierto.

No es momento de refrendar una propuesta criminal e inconstitucional. Después de 52 días de manifestaciones en las calles, más de 50 muertos, cientos de heridos y detenidos, es una irresponsabilidad sugerir la ejecución de un proceso que solo busca exponer lo evidente y podría airear al autoritarismo.

Ya la ciudadanía se expresó en las calles. Desde el primero de abril los venezolanos han expresado muy bien su voluntad. No hay proceso más legítimo, valioso y sacro que ese. No lo hay.

No solamente la sociedad le ha dicho que no a la Asamblea Constituyente ilegal de Maduro, sino hoy también dijo no a la irresponsable propuesta del parlamento. No hay nada que consultar. La dignidad, la vida y la libertad no se pueden someter al escrutinio.

Ese hoy no es el debate. Hoy la disputa está en la calle, donde la dictadura ha asesinado, apresado y agredido. Es ahí en donde se debe ejercer la política en estos tiempos tan cruciales.

Es cierto que, no hay duda, en cualquier proceso de consulta popular legítimo el régimen saldría vencido. Sin embargo, la coyuntura exige pragmatismo político y de perspectiva. Es, a estas alturas, luego de decenas de asesinados, cuestión de tiempo.

Por ello, el proceso de refrendar un fraude, es totalmente innecesario. Es un riesgo demasiado grande que podría derivar en nuestra condena. No es momento de improvisaciones políticas y debates leguleyos. Es momento de ejercer la política que el escenario requiere, y eso implica asumir la responsabilidad de los tiempos tan difíciles. Esa responsabilidad está en la calle, junto a los venezolanos que cada día arriesgan su vida por el rescate de la libertad.

Aquí quien impone la agenda es la sociedad civil en las calles. Punto. Así ha sido por 53 días y así seguirá siendo —así se deba prescindir de la dirigencia.

Es el momento de la sensatez y el coraje. Es momento de tomar las decisiones difíciles y enfrentar a un régimen agonizante y que se desmorona, con la responsabilidad oportuna. No hay duda de que Venezuela está a punto de salir de la dictadura, pero hay que seguir en las calles.

FUENTE: PAN AM