Demócratas y republicanos no se ponen de acuerdo en casi nada, sobre todo en cuanto a las políticas del presidente Donald Trump. Pero una de las pocas cosas en que parecen coincidir es en sus críticas al frecuente uso que el mandatario hace de Twitter.

Los del partido del burro se rasgan las vestiduras, tildándole de bully, por la forma en que fustiga a sus adversarios en ese medio. Los de su partido declaran con predecible santurronería que preferirían que Trump no tuiteara tanto. “No es presidencial”, dicen unos y otros.

Con toda esta alharaca, se diría que estamos en los albores de la época de Internet, y no en el vórtice mismo de la democratizadora comunicación digital. En tiempos de la tinta y el papel, y no en la era de los teléfonos inteligentes y las pantallas táctiles.

Se diría también que es la primera vez que un presidente se vale de un nuevo medio para comunicar su mensaje. Que Roosevelt no acudió a la radio para sus célebres charlas semanales, o que Kennedy no aprovechó la TV para anunciar que ponía al mundo al borde de la guerra.

¿Nos estamos olvidando acaso de los elogios que recibió Barack Obama durante su campaña de 2008, por tener más “amigos” en Facebook y MySpace, además de mayor número de “seguidores” en Twitter, que su rival republicano John McCain?

Hay un refrán en inglés según el cual “lo que es bueno para el ganso es bueno para la oca”. Eso, al parecer, cuenta para todo… menos para la política. Obama fue ensalzado como pionero en usar los medios sociales en la política, pero Trump es fustigado por valerse de estos.

¿Por qué?

Solo el sesgo político más burdo puede explicarlo.

Uno de los fundadores de Facebook es gestor de la web de Obama, considerada instrumental en sus campañas. Esta incluyó desde el principio herramientas que permitían a los usuarios identificar a vecinos o amigos con cuyos votos Obama podía contar o a quienes valía la pena contactar.

¿Se imaginan la santa ira de los medios tradicionales si Trump dispusiera de una web así? Lo que para el demócrata fue un astuto data mining, para el republicano se convertiría en un malévolo complot para el control totalitario de la ciudadanía, guiado solapadamente por Putin.

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