Los conservadores, por estos días, han pasado a ser una especie de socialistas que quieren conservar la familia como institución. El conservatismo dejó de ser antiestatista —como debe serlo—, para convertirse en todo lo contrario.

Lo peor de esta situación es que, sin saberlo, al pedir el ensanchamiento continuo del Estado de bienestar, lo que hacen es contribuir a la destrucción de lo que supuestamente defienden: una sociedad basada en la familia, los valores y el orden.

En diferentes ocasiones he escrito sobre los motivos por los que los libertarios deberían ser conservadores, pero hay un asunto de igual importancia que expondré en este texto: la razón por la que el conservatismo debe ser radicalmente antiestatista.

Empezaré definiendo el término “conservador” ya que causa confusión en el público general. ¿Conservar qué? se pregunta la gente. Esa definición, la de que un conservador es quien quiere mantener un determinado orden, ciertamente es casi inservible. En la medida en que las leyes, reglas, comportamientos aceptados y en general el orden cambia dependiendo del lugar y el momento, conservador entonces podría significar que se quiere mantener cualquier cosa.

Una mejor definición de “conservador” tiene que ver con alguien que reconoce que existe un orden natural. El conservador, por supuesto, entiende que hay anomalías y perturbaciones de ese estado natural de las cosas pero le es evidente que siempre se puede distinguir entre lo normal y lo anormal, entre lo que es natural y lo que no es.