La relación de Argentina con  la inflación es verdaderamente difícil de comprender. A pesar de que el mundo entero ya entendió que ésta es un flagelo insoportable, analistas y políticos todavía creen que algo de inflación es bueno para la actividad económica.

Ello a pesar de tener una de las 10 inflaciones más elevadas del planeta.

Misterio mayor

Este misterio es todavía mayor cuando se analiza la performance económica del país entre los años 1975 y 1990. En ese período, la inflación promedio fue de 625% anual. Durante el mismo lapso, nuestro ingreso per cápita cayó 1,5% por año.

Si nos comparamos con Australia, en 1975 un argentino ingresaba el 62% de lo que ingresaba un australiano. Quince años más tarde, solo ingresábamos el 39%. Por si esto fuera poco, el salario industrial en términos reales se desplomó un 36,3%. Una verdadera catástrofe económica.

Los datos son abrumadores, pero todavía parece que algunos tenemos que explicar que la inflación es un problema.

Es que, recientemente, un grupo de analistas coincidieron en que el Banco Central de la República Argentina, quien se estableció una meta de inflación del 17% anual para este año, debía “priorizar la actividad”, pese a la inflación.

Como si la Curva de Phillips fuera una realidad incuestionable (a pesar de haber sido refutada por Friedman y Phelps en los ’60 y ‘70) algunos economistas sostenían que subir la tasa de interés para bajar la inflación no iba a ser una buena idea, puesto que “frenaría” la recuperación económica.

Este análisis es falso. Si fuera cierto, la actividad económica en nuestro país debería haber volado durante el último mandato de Cristina Fernández. En ese período, la tasa de interés de política monetaria del Banco Central fue sistemáticamente negativa en términos reales. No obstante, la economía terminó cayendo en términos per cápita durante el período considerado y los precios triplicaron su nivel.

Peor el remedio que la enfermedad

Ahora bien, al margen de estas desafortunadas consideraciones de respetados colegas del análisis económico, están también los miembros del cuerpo político.

Recientemente se divulgó que existe, en el Congreso de la Nación, una “batería de proyectos de la oposición” para bajar la inflación.

La sorpresa, sin embargo, es que ninguno apunta realmente a hacerlo.

Los proyectos en cuestión, buscan, por el contrario, trabajar sobre algunos precios particulares de la economía.

La propuesta de los diputados Sergio Massa y Margarita Stolbizer, por ejemplo, tiene  por objetivo “bajar el precio de once productos” y “mantenerlos estables hasta 2018”. Para ello, se propone instalar un “consejo de monitoreo de precios” y penalizar las “prácticas abusivas”.

Lo primero que surge frente a esta idea es que incluso cuando estos precios bajaran, nada sucedería con la inflación. La definición tradicional de inflación es el aumento generalizado de los precios. Y, claramente, generalizado no quiere decir 11 productos. Si el problema fueran solo 11 precios, claramente no estaríamos hablando de inflación, sino de otra cosa.

Otro punto flojo del proyecto Masstolbizerista es la solución. Crear consejos y comisiones para controlar precios, o acusar a los comerciantes por prácticas abusivas no sirve de nada, puesto que los precios son acuerdos voluntarios entre partes, no imposiciones de los vendedores.

En línea con esta propuesta está la de otros miembros del llamado “Frente Renovador” y otras agrupaciones de izquierda. Estos congresistas proponen tanto controlar las tarifas de servicios públicos como poner topes máximos al precio de la leche o los medicamentos.

Nuevamente, no atacan el problema generalizado que es la inflación. Además, los controles sobre productos determinados solo terminarán generando la escasez de dichos bienes como ya ocurre en nuestro país y se observa claramente en Venezuela.

Las causas profundas

La gran falencia de esta “batería de proyectos” es que ninguno toca las causas profundas del problema. En concreto, nadie puede hablar seriamente de bajar la inflación sin mencionar la política monetaria y la fiscal.

Y el ejemplo de ello es, otra vez, Argentina. Durante todo el período kirchnerista proliferaron los controles de precios, monitoreos, acuerdos y otras estrategias.

Sin embargo, el gobierno gastó de manera descontrolada, el déficit fiscal explotó y la cantidad de pesos en la economía se multiplicó por 14. Los controles no sirvieron para nada: en el mismo período los precios se multiplicaron por 10.

La inflación es un problema serio para la economía y, a este punto, es lamentable que todavía tengamos que explicarlo. Sin embargo, intentar resolver la inflación con controles de precios es realmente ingresar en el peor de los mundos.

Como demuestra la realidad venezolana, es el camino seguro para la destrucción total de la economía.

FUENTE: PAN AM