Fracasó el diálogo en República Dominicana. Y, para la sociedad racional que padece, es lo mejor que pudo haber ocurrido.
Esta etapa de negociaciones inició a finales de noviembre. Desde entonces, se pretendió mantener un teatro que jamás trascendería. Pero no es la primera vez que la dirigencia insiste en sentarse en la mesa con unos criminales sin condiciones mínimas antes (anfitrión parcial en esta oportunidad, cancilleres abandonaron el proceso; más presos políticos y represión, etcétera). Es la cuarta vez. Se trata de un ensayo fracasado, pero se insistió.
Fueron los cándidos quienes pensaron que una dictadura que hace unas semanas ejecutó a siete sublevados, que secuestró a un anciano de ochenta y cuatro años, símbolo además de la época democrática del país; un régimen que ha asesinado a jóvenes estudiantes por disentir; que tortura y que es responsable de los muertos por falta de diálisis y medicamentos, cedería en tertulias caribeñas, sin, claro, ningún tipo de presión.
Como muy bien señala el profesor Miguel Martínez Meucci —y han señalado con propiedad otros serios articulistas—, “una negociación ‘de adentro hacia afuera (un acuerdo entre régimen y oposición que luego sea validado por la comunidad internacional) es una absoluta quimera en estos tiempos”.
Pero no es una verdad reciente. Desde hace meses se viene alertando sobre la infructuosidad (para las fuerzas democráticas) de mantener una parodia con un grupo de delincuentes que jamás estarán dispuestos a ceder —al menos mientras las condiciones no los obligue—. En cambio, ha sido la dictadura la encargada siempre de invitar cordialmente a los áridos encuentros. Sabiendo, por supuesto, los beneficios que mantener el teatro les podría brindar.
Sin embargo, desde esta acera se ha insistido. Y como se dijo, no es la primera vez. Tampoco la segunda. Aunque lo advirtiese la sociedad y esquivando las auténticas exigencias, una dirigencia, que procura asumir una representatividad que no tiene, volvió a sentarse con los mismos criminales y bajo unas condiciones inadmisibles.
Es por ello que la exhibición del papel sin ambas firmas no constituye una muestra excelsa de honorabilidad. La dirigencia presuntamente opositora simplemente decidió no entregar a todo un país. Pero como no hubo traición, entonces que suenen los aplausos, dicen.
La dictadura logró mantener el desagradable teatro por más de dos meses. Era su agenda y su voluntad. Tuvieron su cortejo, siempre comprometido con la cita. Presionados, tal vez. Amenazados, tal vez. Pero no se sabe. La política exige pragmatismo.
Dicen que en República Dominicana los venezolanos no fueron entregados. Pero, al eludir las advertencias y los obvios presagios, fueron ellos quienes se entregaron al asistir a una pantomima que jamás tendría un final diferente.
La intención —absurda— era lograr que la dictadura cediera con elecciones libres. Al final, la dirigencia “opositora” fracasó en su intento de lograr esa ingenua conquista. Pero sí hubo un triunfo en la isla: fue el de la sociedad civil racional y el de la comunidad internacional que se mantuvo alerta frente a cualquier vileza.
La Mesa de la Unidad Democrática —o lo que queda de ella— acudió a la isla con el fin de lograr un acuerdo “conveniente”. Ese, en todo caso, hubiese sido su logro. El resto (el fracaso o la firma del acuerdo de la dictadura), una derrota.
Sin embargo, un “logro” de la oposición hubiese significado, también, una terrible capitulación.El documento que propuso la Mesa de la Unidad es casi tan infame como el impuesto por la dictadura.
En el texto de la MUD se acordaba, primero: la colaboración de ambas partes “para que se revisen y supriman las sanciones internacionales”. Segundo: un Consejo Nacional Electoral «medianamente parcial», que no sería capaz de ofrecer algún tipo de garantía. Tercero: la cohabitación con la ilegal Asamblea Nacional Constituyente que desmontó la República en julio del año pasado, a cambio del reconocimiento del Parlamento; y, por último, se acordaba la creación de una peligrosa Comisión de la Verdad.
Por fortuna para los venezolanos, ningún acuerdo trascendió. Esa fue, al final, la gran victoria. El logro de toda una sociedad que impidió la capitulación final. El necesario retorno a la realidad. Y ahora, con el fracaso del diálogo, se presenta otra vez una oportunidad.
Hoy el panorama es mucho más claro: las elecciones serán el 22 de abril, por lo que serán fraudulentas e ilegales; y el diálogo no es una alternativa. Torpezas de un régimen —que pudo haber estafado a los dialogantes con algunas ficticias concesiones—, nos vuelve a ofrecer una ocasión privilegiada. Y como ha ocurrido ya, sería irresponsable no avanzar.
Ahora hay suficientes razones para convertir el fracaso del diálogo en el triunfo que necesita la sociedad civil venezolana para juntar voluntades en torno a un mismo objetivo. Ya es el momento de conformar la unidad superior contra la tiranía y alzar la firmeza en contra de las próximas elecciones fraudulentas.
Fuente: Panampost
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